De pibes oímos hablar de ellos, de la importancia que tenían para el desarrollo de la economía del pueblo, en cada mención se reconocía el sacrificio que implicaba trabajar la tierra en tiempos donde la tecnología no era de punta.
Estaban diseminados en distintos puntos de la zona rural, pequeñas o medianas extensiones de tierra, explotadas mayoritariamente por los miembros de la familia. Cuando las circunstancias lo permitían algún peón se sumaba al grupo, pasando a ser uno más en la lucha diaria por el progreso.
No eran de venir seguido a la ciudad, por un lado porque las actividades a desarrollar diariamente exigían muchas horas de dedicación, por el otro, las estaciones hoy prácticamente “desaparecidas” tenían vida propia y de ese modo los almacenes de ramos generales ofrecían muchas alternativas para satisfacer los requerimientos de los vecinos cercanos.
A la salida del sol comenzaba un largo recorrido de tareas, que solía interrumpirse, cuando se podía, con alguna siesta necesaria y reparadora para luego proseguir hasta entrada la noche con diversas responsabilidades cotidianas.
Atar “la lechera” bien temprano se constituía en un rito obligado que ofrecía la pureza de la tradicional “leche de campo”, que bien fresca guardaba un lugar clave en desayunos y meriendas, sin olvidar que varias amas de casa “hacían su propia manteca o dulce de leche”.
Nunca faltaba una quinta bien completa para proveer la propia casa y en muchas ocasiones para que se llevarán como obsequio, más de un visitante: lechuga, tomates, zapallitos y por supuesto el tradicional “tarro de huevos”, que resultaba el trofeo más esperado.
Gallinas, patos, gansos y pavos eran criados con esmero, sin olvidar los cerdos que una vez al año propiciaban una convocatoria esperada por los puebleros: “la carneada”
Vacas y ovejas eran para consumo propio, también para la venta, cuyo destino final eran varias de las ferias que por entonces se concretaban.
Supieron de buenas y malas cosechas, de heladas y “secas”, de pesitos acumulados bajo el colchón para concretar la compra de la casa en Dorrego o cambiar alguna maquinaria o los viejos y destartalados vehículos de ayer.
Las escuelitas rurales se nutrían de chicos que llegaban en sulky o caballo y a veces también de a pie. En torno de ellas giraba gran parte de la vida de esas comunidades, encontrando en sus aulas un motivo para la solidaridad, la amistad y el conocimiento.
Las instituciones de cada localidad convocaban desde lo social y lo deportivo; muchas de ellas muestran hoy instalaciones vacías, donde solo anidan los recuerdos de maravillosos encuentros de fútbol, kermeses, almuerzos o cenas y donde todavía parecen sonar los acordes surgidos de alguna de las tantas orquestas que animaron inolvidables reuniones.
Primero fue la desaparición del ferrocarril dejando como triste saldo “pueblos fantasmas”, luego se sumaron diversas crisis políticas y económicas para terminar de transformar la realidad y producir el alejamiento de los genuinos poseedores de la tierra.
También la aparición de grandes grupos o capitales individuales que hicieron del campo “una empresa” y aprovecharon la difícil situación de muchos pequeños productores para hacer “grandes negocios”, para transformar un mapa distrital que muestra como “unos pocos se quedaron con mucho”.
Sólo algunos subsistieron a tantos embates.
Sólo algunos permanecieron en su lugar de siempre, resistiendo, enfrentando las adversidades de aquellos y estos días, presos de las decisiones de arriba: las políticas y las del cielo; seducidos por los que quieren seguir comprando “a cualquier precio”.
En la mañana de hoy conversé con uno de ellos, de los pocos “chacareros que van quedando”.
En los desolados pasillos de la Municipalidad, un grupito de hombres charlaba sobre: clima, fotos satelitales, sequía y precios, mientras aguardaban su turno para llenar las planillas de emergencia o desastre agropecuario.
Cuando se retiraba pude conversar con uno de ellos, quien en forma amable acepto la invitación para una nota periodística.
Héctor Díaz en un productor agropecuario que vive en “La Gloria”, aclarando de entrada que hasta el nombre del paraje suena a burla; para luego brindarme en un lenguaje claro, llano, desprendido de cualquier especulación una magnifica descripción de la actualidad del campo.
Me contó que siguen trabajando junto a su hermano Carlos, manteniendo las características de un emprendimiento familiar que explota en el presente unas 400 hectáreas arrendadas, que en su momento llegaron a ser un millar.
Agregó luego que el tema central pasa hoy por la alarmante falta de lluvia, arrojando un registro de apenas 300 milímetros el año pasado. En una frase planteó la gravedad del cuadro imperante:“Lo único que falta es que se nos seque el arroyo”.
Se mostró escéptico de las ayudas que ofrece el gobierno, por ser tardías y escasas; no entendiendo la decisión del Gobernador de firmar un Decreto que abarca solamente el primer semestre de 2008, dejando pendiente de resolución el resto.
“Vimos muchas tucuras muertas en nuestra zona por efecto de la fumigación, pero ha surgido otro problema: como en Pringles han quedado sectores sin ser fumigados la plaga producto del viento y de su poder de desplazamiento se mete nuevamente en los sembrados”.
Respecto a los precios del trigo señaló: “hoy vale la mitad del año pasado, pero aunque aumente tenemos otro problema: la mayoría ya lo vendió para pagar insumos o afrontar compromisos.”
Conocedor y degustador de los excelentes pavos que crían los Díaz lo indague sobre si continuaban con esa costumbre, indicando: “nos vemos obligados a producir cada vez más adentro y no solo aves, hasta los terneros tenemos encerrados por la falta de pasturas”.
En la charla surgieron otros temas como: el endeudamiento con los bancos, el fracaso de la fina y la gruesa, los valores de los agroquímicos y el aumento a la tasa a la hectárea (en el cual coincidió por el aumento de los costos).
Antes de irse recordó una charla de años atrás, agregando: “te acordás cuando te dije que los chacareros estábamos en agonía… hoy estamos en extinción”.
Estaban diseminados en distintos puntos de la zona rural, pequeñas o medianas extensiones de tierra, explotadas mayoritariamente por los miembros de la familia. Cuando las circunstancias lo permitían algún peón se sumaba al grupo, pasando a ser uno más en la lucha diaria por el progreso.
No eran de venir seguido a la ciudad, por un lado porque las actividades a desarrollar diariamente exigían muchas horas de dedicación, por el otro, las estaciones hoy prácticamente “desaparecidas” tenían vida propia y de ese modo los almacenes de ramos generales ofrecían muchas alternativas para satisfacer los requerimientos de los vecinos cercanos.
A la salida del sol comenzaba un largo recorrido de tareas, que solía interrumpirse, cuando se podía, con alguna siesta necesaria y reparadora para luego proseguir hasta entrada la noche con diversas responsabilidades cotidianas.
Atar “la lechera” bien temprano se constituía en un rito obligado que ofrecía la pureza de la tradicional “leche de campo”, que bien fresca guardaba un lugar clave en desayunos y meriendas, sin olvidar que varias amas de casa “hacían su propia manteca o dulce de leche”.
Nunca faltaba una quinta bien completa para proveer la propia casa y en muchas ocasiones para que se llevarán como obsequio, más de un visitante: lechuga, tomates, zapallitos y por supuesto el tradicional “tarro de huevos”, que resultaba el trofeo más esperado.
Gallinas, patos, gansos y pavos eran criados con esmero, sin olvidar los cerdos que una vez al año propiciaban una convocatoria esperada por los puebleros: “la carneada”
Vacas y ovejas eran para consumo propio, también para la venta, cuyo destino final eran varias de las ferias que por entonces se concretaban.
Supieron de buenas y malas cosechas, de heladas y “secas”, de pesitos acumulados bajo el colchón para concretar la compra de la casa en Dorrego o cambiar alguna maquinaria o los viejos y destartalados vehículos de ayer.
Las escuelitas rurales se nutrían de chicos que llegaban en sulky o caballo y a veces también de a pie. En torno de ellas giraba gran parte de la vida de esas comunidades, encontrando en sus aulas un motivo para la solidaridad, la amistad y el conocimiento.
Las instituciones de cada localidad convocaban desde lo social y lo deportivo; muchas de ellas muestran hoy instalaciones vacías, donde solo anidan los recuerdos de maravillosos encuentros de fútbol, kermeses, almuerzos o cenas y donde todavía parecen sonar los acordes surgidos de alguna de las tantas orquestas que animaron inolvidables reuniones.
Primero fue la desaparición del ferrocarril dejando como triste saldo “pueblos fantasmas”, luego se sumaron diversas crisis políticas y económicas para terminar de transformar la realidad y producir el alejamiento de los genuinos poseedores de la tierra.
También la aparición de grandes grupos o capitales individuales que hicieron del campo “una empresa” y aprovecharon la difícil situación de muchos pequeños productores para hacer “grandes negocios”, para transformar un mapa distrital que muestra como “unos pocos se quedaron con mucho”.
Sólo algunos subsistieron a tantos embates.
Sólo algunos permanecieron en su lugar de siempre, resistiendo, enfrentando las adversidades de aquellos y estos días, presos de las decisiones de arriba: las políticas y las del cielo; seducidos por los que quieren seguir comprando “a cualquier precio”.
En la mañana de hoy conversé con uno de ellos, de los pocos “chacareros que van quedando”.
En los desolados pasillos de la Municipalidad, un grupito de hombres charlaba sobre: clima, fotos satelitales, sequía y precios, mientras aguardaban su turno para llenar las planillas de emergencia o desastre agropecuario.
Cuando se retiraba pude conversar con uno de ellos, quien en forma amable acepto la invitación para una nota periodística.
Héctor Díaz en un productor agropecuario que vive en “La Gloria”, aclarando de entrada que hasta el nombre del paraje suena a burla; para luego brindarme en un lenguaje claro, llano, desprendido de cualquier especulación una magnifica descripción de la actualidad del campo.
Me contó que siguen trabajando junto a su hermano Carlos, manteniendo las características de un emprendimiento familiar que explota en el presente unas 400 hectáreas arrendadas, que en su momento llegaron a ser un millar.
Agregó luego que el tema central pasa hoy por la alarmante falta de lluvia, arrojando un registro de apenas 300 milímetros el año pasado. En una frase planteó la gravedad del cuadro imperante:“Lo único que falta es que se nos seque el arroyo”.
Se mostró escéptico de las ayudas que ofrece el gobierno, por ser tardías y escasas; no entendiendo la decisión del Gobernador de firmar un Decreto que abarca solamente el primer semestre de 2008, dejando pendiente de resolución el resto.
“Vimos muchas tucuras muertas en nuestra zona por efecto de la fumigación, pero ha surgido otro problema: como en Pringles han quedado sectores sin ser fumigados la plaga producto del viento y de su poder de desplazamiento se mete nuevamente en los sembrados”.
Respecto a los precios del trigo señaló: “hoy vale la mitad del año pasado, pero aunque aumente tenemos otro problema: la mayoría ya lo vendió para pagar insumos o afrontar compromisos.”
Conocedor y degustador de los excelentes pavos que crían los Díaz lo indague sobre si continuaban con esa costumbre, indicando: “nos vemos obligados a producir cada vez más adentro y no solo aves, hasta los terneros tenemos encerrados por la falta de pasturas”.
En la charla surgieron otros temas como: el endeudamiento con los bancos, el fracaso de la fina y la gruesa, los valores de los agroquímicos y el aumento a la tasa a la hectárea (en el cual coincidió por el aumento de los costos).
Antes de irse recordó una charla de años atrás, agregando: “te acordás cuando te dije que los chacareros estábamos en agonía… hoy estamos en extinción”.