Con la llegada de los Reyes Magos volverá a recrearse la magia de un acontecimiento único en los días puros e ingenuos de la infancia. Con otros pedidos producto de los cambios aportados por la modernidad, pero con idénticas ilusiones se renovará la espera ante la llegada de los míticos viajeros.
¿Por qué no recordar aquellos viejos tiempos cuando niños aguardábamos con inusitada ansiedad la noche del 5 de enero?
Con varios días de antelación se preparaba la particular carta, hojas de carpeta o cuaderno y nuestros trazos procurando ser lo más prolijos posible para facilitar la lectura y también la selección de juguetes por parte de los reyes.
Las advertencias de mamá y papá que conocían la situación económica de los requeridos visitantes surgían sentenciosas: “no pidan demasiadas cosas porque son muchos los chicos que tienen que recibir sus regalos en el mundo”, “pidan cualquier cosita o lo que ellos pueden traerles”.
Poco caso prestábamos a esas recomendaciones y se reforzaba la apuesta pidiendo más de una cosa, suponiendo que la bondad sin límites de Melchor, Gaspar y Baltasar concederían nuestras peticiones. Además en la semana previa se cumplía al pie de la letra la consigna de “portarnos bien” porque desde el cielo nos estaban mirando y controlando.
Temprano se cortaba pasto fresco y en abundancia, en algunos recipientes se colocaba agua limpia para que los fatigados camellos pudieran saciar hambre y sed.
De todos elegíamos los zapatos o zapatillas con mayor deterioro, era fundamental mostrar nuestras carencias, “los pibes ricos pueden comprarse lo que se les antoja”, decíamos.
Era imprescindible acostarse muy temprano porque de no hacerlo corríamos el riesgo de que pasaran de largo, porque no les gustaba que los vieran.
A regañadientes enfilábamos para la cama, con la idea fija de no dormirnos y estar atentos a cada ruido, al ladrido de los perros o a cualquier mensaje que permitiera correr a su encuentro, o al menos observarlos desde la ventana de nuestro cuarto, la que se dejaba entreabierta para no perder tiempo en nuestra misión de espías.
Era obligación apagar la luz y allí comenzaba nuestra imaginación a jugar un papel preponderante.
“seguro que esta vez me traen el tren eléctrico que el año pasado me lo reemplazaron por el autito de plástico”.
¿Y si se juegan con la número 5 de cuero?
“En una de esas me consiguen la camiseta de Estudiantes porque no son muchos los pibes que la piden, los de Boca y de River están más complicados porque nunca les alcanza para satisfacer tantos requerimientos. Esa es una ventaja que tiene el ser de un equipo chico.”
“Espero que no me traigan más soldaditos, tampoco bolitas.”
De tantas vueltas y vueltas por fin nos dormíamos y llegaba el esperado momento de emprender rauda marcha en la búsqueda de los preciados regalos el 6 a la mañana.
Particulares y variadas situaciones se daban en el momento aquel de encontrarnos con la realidad:
Apresurados abríamos los paquetes y nuestros rostros mostraban - según las circunstancias- “incontenible alegría porque los reyes habían cumplido al pie de la letra con los pedidos o enorme desazón por reemplazos que no eran de nuestro agrado.
Lo más doloroso era cuando pasaban de largo, imposible resultaba entender porque cometían tamaña injusticia con los chicos más necesitados. ¿Por qué no me trajeron aunque sea una cosita de todas las que le pedí?
¿En que falle? ¿No habré solicitado demasiado y por eso me castigaron? ¿No se habrán confundido de casa?
“La carta se las mande hace rato y fui clarito en detallar cada juguete, le puse más de una opción por si no encontraban los artículos más difíciles y además me esmere como pocas veces con la escritura y las faltas de ortografía”.
“Portar me porté bien, hice todos los mandados, si hasta comí la polenta con 30 grados de calor que hizo la vieja el otro día.”
¿No será por esa piña que pegue cuando el llorón de la esquina me dijo que no era gol porque la pelota había pasado por arriba de la piedra que oficiaba de poste?
Si no había preguntas salíamos a recorrer el barrio, a juntarnos con los otros chicos y compartir nuestros tesoros.
Los pocos que habían recibido la bici recorrían las calles para envidia del resto, algún otro se desplazaba con dificultades en un incomodo monopatín y para justificarse ante al resto decía: “esto es lo último, las bicicletas pasaron de moda…” Y allí partía en su tabla con rueditas al encuentro de alguna calle de asfalto”.
A la pelota no la queríamos soltar por miedo a que se gaste, se pinché con algún alambre de púa o la pise algún auto. Después de tanto insistir la hacíamos rodar en emotivos juegos, aunque cada tanto mirábamos el estado de los gajos y le pasábamos la mano ante el temor de alguna espina traicionera.
Cuando no podíamos mostrar ningún regalo éramos rápidos para la mentira piadosa, evitábamos la vergüenza diciendo: “los reyes me dejaron los regalos en lo de la abuela, hoy a la tarde los voy a buscar…”
Noche de Reyes en tiempos modernos, de pibes que piden juguetes por Internet, que reemplazaron los teléfonos “de mentira” por celulares de última generación.
“Las muñecas no solo hablan, sino que ríen si les rascan la pancita y algunas hasta crecen tomando la mamadera”.
“Se terminaron los juegos como “El Ludo”, “La Oca” “La Batalla Naval” o “El Estanciero”, son tiempos de la Play Station o el Sega 3.”
Se perdió también la recorrida no tan lejana que tenía al negro Tejada como gestor y a otros jóvenes de la Parroquia pidiendo juguetes, armando paquetes y recorriendo todos los barrios de la ciudad en el camión de los Bomberos con nuestros propios reyes magos: Giménez, Cachencho y Chacho, para terminar todos en la plaza al compás de la música y en un reparto interminable de golosinas.
Ya ni en camello vienen.
No hace falta preparar alimentos y agua.
Tampoco es necesario mandar cartas.
Hoy a la noche los viajeros de Belén andarán por el mundo repartiendo alegrías, permitiendo a muchos volver a irrepetibles jornadas de ayer.
Porque a pesar de la globalización, de los cambios del mundo… los Reyes siguen existiendo, todavía muchos seguimos creyendo en ellos.
¿Por qué no recordar aquellos viejos tiempos cuando niños aguardábamos con inusitada ansiedad la noche del 5 de enero?
Con varios días de antelación se preparaba la particular carta, hojas de carpeta o cuaderno y nuestros trazos procurando ser lo más prolijos posible para facilitar la lectura y también la selección de juguetes por parte de los reyes.
Las advertencias de mamá y papá que conocían la situación económica de los requeridos visitantes surgían sentenciosas: “no pidan demasiadas cosas porque son muchos los chicos que tienen que recibir sus regalos en el mundo”, “pidan cualquier cosita o lo que ellos pueden traerles”.
Poco caso prestábamos a esas recomendaciones y se reforzaba la apuesta pidiendo más de una cosa, suponiendo que la bondad sin límites de Melchor, Gaspar y Baltasar concederían nuestras peticiones. Además en la semana previa se cumplía al pie de la letra la consigna de “portarnos bien” porque desde el cielo nos estaban mirando y controlando.
Temprano se cortaba pasto fresco y en abundancia, en algunos recipientes se colocaba agua limpia para que los fatigados camellos pudieran saciar hambre y sed.
De todos elegíamos los zapatos o zapatillas con mayor deterioro, era fundamental mostrar nuestras carencias, “los pibes ricos pueden comprarse lo que se les antoja”, decíamos.
Era imprescindible acostarse muy temprano porque de no hacerlo corríamos el riesgo de que pasaran de largo, porque no les gustaba que los vieran.
A regañadientes enfilábamos para la cama, con la idea fija de no dormirnos y estar atentos a cada ruido, al ladrido de los perros o a cualquier mensaje que permitiera correr a su encuentro, o al menos observarlos desde la ventana de nuestro cuarto, la que se dejaba entreabierta para no perder tiempo en nuestra misión de espías.
Era obligación apagar la luz y allí comenzaba nuestra imaginación a jugar un papel preponderante.
“seguro que esta vez me traen el tren eléctrico que el año pasado me lo reemplazaron por el autito de plástico”.
¿Y si se juegan con la número 5 de cuero?
“En una de esas me consiguen la camiseta de Estudiantes porque no son muchos los pibes que la piden, los de Boca y de River están más complicados porque nunca les alcanza para satisfacer tantos requerimientos. Esa es una ventaja que tiene el ser de un equipo chico.”
“Espero que no me traigan más soldaditos, tampoco bolitas.”
De tantas vueltas y vueltas por fin nos dormíamos y llegaba el esperado momento de emprender rauda marcha en la búsqueda de los preciados regalos el 6 a la mañana.
Particulares y variadas situaciones se daban en el momento aquel de encontrarnos con la realidad:
Apresurados abríamos los paquetes y nuestros rostros mostraban - según las circunstancias- “incontenible alegría porque los reyes habían cumplido al pie de la letra con los pedidos o enorme desazón por reemplazos que no eran de nuestro agrado.
Lo más doloroso era cuando pasaban de largo, imposible resultaba entender porque cometían tamaña injusticia con los chicos más necesitados. ¿Por qué no me trajeron aunque sea una cosita de todas las que le pedí?
¿En que falle? ¿No habré solicitado demasiado y por eso me castigaron? ¿No se habrán confundido de casa?
“La carta se las mande hace rato y fui clarito en detallar cada juguete, le puse más de una opción por si no encontraban los artículos más difíciles y además me esmere como pocas veces con la escritura y las faltas de ortografía”.
“Portar me porté bien, hice todos los mandados, si hasta comí la polenta con 30 grados de calor que hizo la vieja el otro día.”
¿No será por esa piña que pegue cuando el llorón de la esquina me dijo que no era gol porque la pelota había pasado por arriba de la piedra que oficiaba de poste?
Si no había preguntas salíamos a recorrer el barrio, a juntarnos con los otros chicos y compartir nuestros tesoros.
Los pocos que habían recibido la bici recorrían las calles para envidia del resto, algún otro se desplazaba con dificultades en un incomodo monopatín y para justificarse ante al resto decía: “esto es lo último, las bicicletas pasaron de moda…” Y allí partía en su tabla con rueditas al encuentro de alguna calle de asfalto”.
A la pelota no la queríamos soltar por miedo a que se gaste, se pinché con algún alambre de púa o la pise algún auto. Después de tanto insistir la hacíamos rodar en emotivos juegos, aunque cada tanto mirábamos el estado de los gajos y le pasábamos la mano ante el temor de alguna espina traicionera.
Cuando no podíamos mostrar ningún regalo éramos rápidos para la mentira piadosa, evitábamos la vergüenza diciendo: “los reyes me dejaron los regalos en lo de la abuela, hoy a la tarde los voy a buscar…”
Noche de Reyes en tiempos modernos, de pibes que piden juguetes por Internet, que reemplazaron los teléfonos “de mentira” por celulares de última generación.
“Las muñecas no solo hablan, sino que ríen si les rascan la pancita y algunas hasta crecen tomando la mamadera”.
“Se terminaron los juegos como “El Ludo”, “La Oca” “La Batalla Naval” o “El Estanciero”, son tiempos de la Play Station o el Sega 3.”
Se perdió también la recorrida no tan lejana que tenía al negro Tejada como gestor y a otros jóvenes de la Parroquia pidiendo juguetes, armando paquetes y recorriendo todos los barrios de la ciudad en el camión de los Bomberos con nuestros propios reyes magos: Giménez, Cachencho y Chacho, para terminar todos en la plaza al compás de la música y en un reparto interminable de golosinas.
Ya ni en camello vienen.
No hace falta preparar alimentos y agua.
Tampoco es necesario mandar cartas.
Hoy a la noche los viajeros de Belén andarán por el mundo repartiendo alegrías, permitiendo a muchos volver a irrepetibles jornadas de ayer.
Porque a pesar de la globalización, de los cambios del mundo… los Reyes siguen existiendo, todavía muchos seguimos creyendo en ellos.