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"Gigante chiquito", por Hugo Segurola

Ya no se podrá ver su pequeña figura transitando con rápidos pasos las calles de la ciudad, tampoco se escucharán los saludos que a diario le propinaban sin distingos, todos los vecinos.
Su nombre pasaba desapercibido en el padrón de la comunidad, su apellido ocupaba ese lugar cuando de identificarlo se trataba; repetidas veces una cita convertida en habitual: ¿Qué haces petiso? ¿A dónde vas petiso?

1955 quedaría marcado por siempre en el calendario de su vida: ese año el doctor Nirido Santagada le consiguió un trabajo en la Municipalidad local, desempeñando tareas por más de tres décadas hasta jubilarse.

Primero cumpliendo funciones como Ordenanza hasta que una disputa que siempre recordaba motivó suspensión y traslado; pasando luego por el Hospital, el cementerio, como recolector de residuos en el viejo camión y también se lo pudo observar con un enorme cepillo barriendo nuestras calles.

Feliz por un trabajo estable y que le otorgaba seguridad, encontró en el club Independiente un motivo valedero para expresar como pocos la pasión por sus colores.
Llegó a la cancha roja de la mano de su hermano Otto Raúl, al que según recordaba, “le llevaba los botines”.

Negado para el manejo de la pelota fue encontrando en la geografía de la gran institución muchas razones para unir su vida y dedicación al rojo local.

Alguna vez cortó el césped de la cancha, colaboró también en la colocación de las redes o la marcación del terreno de juego; fue línea del local en la entonces Liga tresarroyense, aguatero y colaborador siempre dispuesto.

Fue el eterno masajista, el que en la camilla o los bancos de tantos escenarios deslizaba frenéticamente sus pequeñas manitos sobre las piernas de cientos de jugadores.

Olores inconfundibles y penetrantes en la antesala de un partido, vendas, tapones de botines con sonidos característicos, risas, gritos, camisetas entregadas desde un enorme bolso y el hombre pequeño completando la escena.

Sus diminutos dedos se introducían en aceitosos potes, ungüentos mágicos recorriendo atléticos músculos, prometiendo resultados brillantes y evitando posibles lesiones.

Todo por el club: por su querido Independiente; no solo cada domingo de fútbol sino cuando el llamado llegaba era de los primeros en colaborar, como en tantas fiestas del aniversario detrás del mostrador de la cantina, junto a “Bichango” y Juan Trech con la bebida siempre lista.

No puso precio a su fidelidad, no canjeó por nada la camiseta que se le pegó en el alma. Y fue en vida, en un hecho emocionante y necesario que muchas entidades adopten como norma, que tuvo el mejor de los homenajes: el vestuario local lleva desde hace algunos años “su nombre”.

Pero hubo también otras historias…
Algunas que no quería contar ni recordar, que se llevó para siempre en el viaje eterno.
Una que marcó su vida y de la que pudo salir, con mucho esfuerzo y con mucho dolor: el alcohol, fue un enemigo grande que logró vencer para siempre.

Y otras risueñas, especiales, inolvidables…
Alguna vez se calzó los guantes en doradas épocas de “titanes sobre un ring”.
Tan corta como su físico resultó su recorrida por los cuadriláteros; muy comentada fue su rivalidad con “Camila” y un memorable combate entre ambos la noche en que Selpa noqueó a un “paquete” que le pusieron.

No hay crónicas que certifiquen resultados, ni ellos mismos se ponían de acuerdo en la cantidad de enfrentamientos que tuvieron. Fue una vez más la picardía del “Pulpo” Barda para generar el nacimiento del pleito y luego un montón de “mete púas” dándole color al duelo: “El petiso dice que te va a matar”, mencionaban de un lado, mientras que del otro surgía contundente el pronóstico: “Camila te saca en el primero”.

Algunos memoriosos recuerdan un solo combate con el resultado de empate.

Alguna vez contó en la televisión de otras frustradas intervenciones deportivas: una doble Monte Hermoso en ciclismo, que fue debut y despedida, incluyendo un pedaleo interminable y una llegada con varias horas de demora.

En otra oportunidad se vistió de atleta arribando primero a la meta, siendo descalificado después al comprobarse que había tomado intencionalmente un atajo no comprendido en el circuito trazado.

Existieron otras historias, otros momentos.
Noches de Teatro del Reencuentro convertido en el centro de la atención de una platea ávida por verlo: con una enorme peluca, bailando con atuendos de mujer o convertido en un “particular” Diego Maradona, enfundado en la celeste y blanco.

Por muchos años cita obligada en su segunda casa (quizás la única) en lo de la familia Vidaurreta.
Muchas mañanas con bolsas en la mano, convertido en una suerte de “chico de los mandados”.
Niñero desde tiempos lejanos en que le había asignado la familia Aldea, el cuidado de la entonces pequeña Pilar.

Custodio responsable de señoras mayores, abuelo postizo de tantos pibes.
Recorridas obligadas por el taller del “turco” Jure, por el negocio de “Cepillo” (Riesco), paradas frecuentes en todas las esquinas para hablar de la fecha pasada o la que viene.
Charlas largas y sin apuro. Afecto sincero y respeto de todas las parcialidades.

En la cena 85 aniversario y motivado por una rodilla que lo venía maltratando tuvo un lugar privilegiado entre el público.

Lejos de sus funciones de cantinero compartió la mesa con un bullanguero grupo, ocasión en la que entregó el legado de masajes al que identificó como el amigo “Pistoche” (Pedro Pistochi), desmintiendo entre el ensordecedor ambiente la existencia de algún conflicto con el “doctor” llegado de los aurinegros.

Se fue con su bolsito de recuerdos, con la roja en el corazón.

Se fue sin tiempo para el abrazo final, sin despedirse de los tantos que comenzaron a extrañar su ausencia.
Ya no está el petiso de los pasitos cortos y los saludos largos.
Ya no está el personaje querido y querible.
Su nombre quedó grabado en una hinchada y en todas…

Con apellido que parecía apodo, con nombres que pocas veces se usaban para llamarlo.
Murió Nelson Santucho y la pena se hizo grande en el adiós.
Se fue para siempre el último, quizás el único: “Gigante chiquito”, soñando con que sus cenizas queden en el estadio de siempre para volver cada domingo en un grito de gol a ser “el ángel de la cancha”.