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Publican en revista especializada una nota difundida por LA DORREGO

Una historia entre tantas: la de un simple vecino nuestro.

Una historia con nombre y apellido, con lugares conocidos, con protagonistas de carne y hueso.

Una historia de luchas, alegrías, esperanzas y también derrotas.

Es que aquí podemos darnos lugar para que el corazón se llene con la melodía de la nostalgia.

Es que para esta radio (que hoy llega al mundo) los hombres y las mujeres del común también importan; su acontecer nos resulta conocido, sus buenos o malos momentos no pasan desapercibidos en nuestro mensaje diario.

Afortunadamente entre las noticias del mundo, podemos generar nuestras propias informaciones.

Podemos sentir como importantes las cosas del alma.

Podemos contar la pequeña historia de un hombre común.

No es político.

No es un profesional.

No es un comerciante exitoso.

No es un deportista consagrado.

No ocupa una gerencia o una dirección.

No decide en nuestras vidas.

No hace declaraciones.

No pasea en un auto último modelo.

No tiene costumbres caras.

Muchos no conocen su nombre, si hasta parece no tenerlo.

Un año más…

Desde hace algunos meses ya no inquieta el molesto sonido de un despertador programado desde hace décadas.

Quedó anudada en el placard de su dormitorio, la corbata azul con un moño realizado de memoria, que ya hace mucho había dejado de molestar, que se había vuelto costumbre para cumplir tareas que reclaman siempre pulcritud.

Un hombre con padres postizos que lo quisieron como propio, que le señalaron un camino de buenas acciones.

Un hombre del común que comenzó a edificar su ilusión de laburante. Fue así que entre plomadas, cucharas, mezcla de agua, cal y arena fue acarreando horas como peón de albañil, fue levantando paredes de casas ajenas, fue edificando sus sueños mejores.

Antes había pasado por un “largo servicio a la patria”, consecuencia de licencias alargadas por cuenta propia, tardanzas en llegar que se transformaron en pesada carga para poder salir por última vez.

Una fecha que nunca olvida, (23 de Julio de 1.969) cuando ya era grande para ciertas cosas, una recomendación le significó acceder a un trabajo seguro, duradero y como se decía entonces: “para toda la vida”.

Haber comenzado de grande (27 años) le restó posibilidades para ambicionar otros cargos, para poder crecer dentro de la actividad bancaria.

Resignado a su condición de “eterno Ordenanza”, entendió que esa misión reclamaba la misma entrega, voluntad y eficiencia que las asignadas al resto. Cumplir con la limpieza de las instalaciones, el ordenamiento de la correspondencia o su reparto podían ser para algunos tareas menores, para él fueron mandamientos: respetados a ultranza.

Su bicicleta resultó compañera entrañable, constante práctica de un pedaleo que nacía en su casa de calle Belgrano, que continuaba durante la jornada por diversos lugares.

Respetuoso de algunas normas, es quizás el único al que lo distingue un colorido casco de ciclista; olvidando alguna vez que ese resguardo no garantiza inmunidad cuando se anda en contramano.

La cocina ya no reúne como antes en su estrecho reducto, al grupo de compañeros que iban llegando en algún momento de la mañana, para disfrutar un café preparado con un toque especial de buena onda.

Se archivaron entre biblioratos y papeles tantas anécdotas, risas y recuerdos o tal vez se los llevó para depositarlas en el cofre de su memoria.

Ya no se cruza en particulares disputas verbales con los “bancarios de doble apellido”.

Tampoco comenta detalles de premios recibidos, en nombre de un primo que es poeta, (Piqui Gonzalez) al cual siempre le oficia de “entregador” cuando debe llevar prolijos trabajos para que los analice el jurado de un concurso.

Sus deseos de “estar comunicado” lo llevaron a ser victima de una estafa, recordada circunstancia que con humor más de una vez contó. Una promoción llegó “personalmente a su casa”, a la que recibió con las puertas abiertas y una invitación a sentarse a su mesa, la cual quedó repleta de aparatos en atractivas bolsas que hasta un moño tenían. El resto es conocido: teléfonos que fueron devueltos, pagados con tarjetas y trámites finales en la Comisaría.

Casado con Mirta Roa, con orgullo cuenta de Leticia y Soledad: sus hijas, a las que con mucho esfuerzo logró hacer estudiar.

Son habituales en su vida los asados entre amigos, que toman vino “del caro”, que no aceptan sus reproches cuando dividen por partes iguales y le hacen pagar “el jugo como si fuera un reserva de los mejores”.

Divertidas ruedas donde surge siempre la convocatoria para que “cuente algo”, para que recuerde particulares hechos. No se inhibe ante el circulo que espera su palabra, poco importan gerentes o contadores: nadie queda exento de sus certeras definiciones o contundentes expresiones.

Ya jubilado vuelve al sitio de siempre: el Banco Nación.

De prolijo sport viste y a su conocido rostro, agrega oscuros lentes.

Fiel a su costumbre: lleva papeles, encargues y trámites ajenos. Con la misma predisposición de siempre, cumple fielmente con la tarea asignada por muchos vecinos que confían en su eficiencia.

Néstor “Tuchi” Solano: como los gorriones que a diario vemos, ya está incorporado al paisaje pueblerino como uno de nuestros entrañables y queridos personajes.

El vuelo de su existencia suma hoy 66 años de cotidiana presencia.