Desde la restauración democrática al presente, hemos podido observar como se repiten los nombres en los espacios de poder.
Sin distinción de partidos políticos, la permanencia en los cargos públicos ha resultado una constante; que no logró impedir ni el tumultuoso mensaje de 2.002, cuando se pidió a gritos. “que se vayan todos”.
Lejos de sentirse intimidados por ese reclamo popular, no solo hicieron caso omiso a la manifestación de las masas, sino que se quedaron, potenciando sus estrategias y consolidando posiciones, que aún sometidas al “travestismo” se mantienen sólidas.
El poder otorga acostumbramientos y compromisos.
El poder implica asumir responsabilidades.
El poder brinda muchas ventajas.
El poder seduce, tienta y suele lastimar a los que “lo sufren”.
El poder ofrece seguridades que los comunes ciudadanos no disponen.
El poder necesita solidificarse en forma permanente (o al menos cada dos años), de allí que las indisimuladas ambiciones de continuidad admitan diversas explicaciones y argumentaciones.
No suelen existir diferencias ideológicas, tampoco de cargos en el momento de explicar razones que garanticen permanencia.
El argumento suele ser el mismo: ser elegidos nuevamente para poder resolver cuestiones pendientes o cumplir cabalmente con el electorado. Es que cuatro años nunca resultan suficientes.
Presidente, Gobernador, Intendente, legislador o Concejal... todos a su turno piden una nueva oportunidad, -aunque sean varias las que han tenido- siempre reclaman más tiempo.
En algunos casos 10, 12... 15 y hasta 20 años no alcanzaron.
Coronel Dorrego no es la excepción y fácil resulta comprobar la continuidad que han ostentado muchos de nuestros dirigentes; demostrando “conocimientos, pericia e idoneidad para amoldarse a diversas responsabilidades”…
Se han familiarizado con sillones, escritorios y cargos; algunos aseguraron su paso a la clase pasiva (otros u otras esperando hacerlo), otros hicieron realidad el viejo dicho popular “de caer siempre parados como el gato”.
Existieron también los que tuvieron “más de siete vidas” en los despachos oficiales.
Hubo quienes resignaron luchas, arriaron banderas, olvidaron críticas para compartir un mismo espacio.
El radicalismo de los noventa resultó ingenioso y creativo en la generación de puestos de trabajo: subdirecciones, asesorías o la presencia de laureados expertos. ¿Cuántas se hicieron por concurso? ¿Cuántos cargos otorgaron igualdad de posibilidades?
Las promesas de “irse a casa” se olvidan con el correr de los calendarios, fortaleciéndose las posibilidades de seguir en el cargo (o postularse para uno nuevo) con la proximidad de una nueva elección.
Se sienten tan “imprescindibles” que no les importa dejar mandatos inconclusos: son Intendentes, quieren ser Diputados, son Legisladores provinciales y aspiran llegar a la Nación.
Otros van en la lista de Concejales, para después (sin renunciar) pedir licencia para ocupar algún puesto ejecutivo.
Piden renovación (a los otros), hablan de estrategias nuevas, de recuperar espacios perdidos o de legitimar mandatos.
Han pasado los años, los gobiernos y las elecciones.
Se presentan como el cambio, se dicen dueños de las soluciones, se sienten necesarios, aún sin observar la fotografía, lo sabemos o lo intuimos: ¡Son los mismos!
De qué sirve el cúmulo de leyes, reglamentaciones y juramentos sino se cumplen?
Esperemos mucho menos entonces de los que solo se comprometieron a partir de sus dichos; sucede que la palabra dejó de ser el documento que mencionaban nuestros abuelos.
Como alguien con propiedad y absoluto realismo lo dijo: “La teta del estado alimenta distinto que la de los privados”. Es más nutritiva, segura y aparece puntual cada fin de mes.
Reúne otras propiedades, que difieren mucho de las que solventan al empleado, al comerciante, al cuentapropista, al casi extinguido chacarero.
Muy distinta a la legión de trabajadores en negro, a los que viven de changas, a los que cumplen responsablemente desde un plan jefas y jefes de hogar, a un gran número de jubilados y pensionados y a los tantos desocupados.
¿Es pecado aceptar un puesto político? ¿Es ilegitimo postularse en una elección?
De ninguna manera se puede invalidar las aspiraciones de nadie, tampoco obviar capacidades o desconocer responsabilidades.
Lo que resulta necesario es evitar el enquistamiento, la formación de nichos de poder dentro del poder.
Además de la imprescindible transparencia y eficiencia, la rotación y la oxigenación en los puestos pueden contribuir a mejorar la relación de los gobernantes con sus representados.
Es imprescindible terminar con todos aquellos que “atornillados” al estado se aburguesan sobremanera o se convierten en impávidos burócratas cumpliendo con la rutina diaria.
También es cierto que los nuevos que llegan, tampoco aseguran que no repetirán idénticos errores y que cumplirán cabalmente con su compromiso.
No todos hacen mal su diaria tarea: es cierto.
No todos necesitarían del estado para poder desarrollarse.
Existen mujeres y hombres: probos, capaces, responsables, que quizás sean merecedores de otra oportunidad.
Pero convengamos: no son los únicos, mucho menos, insustituibles.
No siempre los funcionarios representan la voluntad de la gente: solo responden al gusto, la preferencia, la amistad o la lealtad que le puedan dispensar al gobernante que los elige.
Resultaría oportuno que esfuerzos, voluntades, capacidades y la experiencia de muchos acumulada en años de permanencia en el poder, otorgue mejores perspectivas a los comunes ciudadanos. Cuando cambien cosas en beneficio de la gente y no siempre de los dirigentes, éstos resultarán premiados con el aplauso y con la satisfacción del deber cumplido.
Para el final una pequeña frase que resulta contundente y que tendría que estar impresa con moldes gigantes en cada partido político o despacho oficial: “EL PODER ES UNA CARGA PUBLICA Y NO UN PRIVILEGIO VITALICIO”...
Sin distinción de partidos políticos, la permanencia en los cargos públicos ha resultado una constante; que no logró impedir ni el tumultuoso mensaje de 2.002, cuando se pidió a gritos. “que se vayan todos”.
Lejos de sentirse intimidados por ese reclamo popular, no solo hicieron caso omiso a la manifestación de las masas, sino que se quedaron, potenciando sus estrategias y consolidando posiciones, que aún sometidas al “travestismo” se mantienen sólidas.
El poder otorga acostumbramientos y compromisos.
El poder implica asumir responsabilidades.
El poder brinda muchas ventajas.
El poder seduce, tienta y suele lastimar a los que “lo sufren”.
El poder ofrece seguridades que los comunes ciudadanos no disponen.
El poder necesita solidificarse en forma permanente (o al menos cada dos años), de allí que las indisimuladas ambiciones de continuidad admitan diversas explicaciones y argumentaciones.
No suelen existir diferencias ideológicas, tampoco de cargos en el momento de explicar razones que garanticen permanencia.
El argumento suele ser el mismo: ser elegidos nuevamente para poder resolver cuestiones pendientes o cumplir cabalmente con el electorado. Es que cuatro años nunca resultan suficientes.
Presidente, Gobernador, Intendente, legislador o Concejal... todos a su turno piden una nueva oportunidad, -aunque sean varias las que han tenido- siempre reclaman más tiempo.
En algunos casos 10, 12... 15 y hasta 20 años no alcanzaron.
Coronel Dorrego no es la excepción y fácil resulta comprobar la continuidad que han ostentado muchos de nuestros dirigentes; demostrando “conocimientos, pericia e idoneidad para amoldarse a diversas responsabilidades”…
Se han familiarizado con sillones, escritorios y cargos; algunos aseguraron su paso a la clase pasiva (otros u otras esperando hacerlo), otros hicieron realidad el viejo dicho popular “de caer siempre parados como el gato”.
Existieron también los que tuvieron “más de siete vidas” en los despachos oficiales.
Hubo quienes resignaron luchas, arriaron banderas, olvidaron críticas para compartir un mismo espacio.
El radicalismo de los noventa resultó ingenioso y creativo en la generación de puestos de trabajo: subdirecciones, asesorías o la presencia de laureados expertos. ¿Cuántas se hicieron por concurso? ¿Cuántos cargos otorgaron igualdad de posibilidades?
Las promesas de “irse a casa” se olvidan con el correr de los calendarios, fortaleciéndose las posibilidades de seguir en el cargo (o postularse para uno nuevo) con la proximidad de una nueva elección.
Se sienten tan “imprescindibles” que no les importa dejar mandatos inconclusos: son Intendentes, quieren ser Diputados, son Legisladores provinciales y aspiran llegar a la Nación.
Otros van en la lista de Concejales, para después (sin renunciar) pedir licencia para ocupar algún puesto ejecutivo.
Piden renovación (a los otros), hablan de estrategias nuevas, de recuperar espacios perdidos o de legitimar mandatos.
Han pasado los años, los gobiernos y las elecciones.
Se presentan como el cambio, se dicen dueños de las soluciones, se sienten necesarios, aún sin observar la fotografía, lo sabemos o lo intuimos: ¡Son los mismos!
De qué sirve el cúmulo de leyes, reglamentaciones y juramentos sino se cumplen?
Esperemos mucho menos entonces de los que solo se comprometieron a partir de sus dichos; sucede que la palabra dejó de ser el documento que mencionaban nuestros abuelos.
Como alguien con propiedad y absoluto realismo lo dijo: “La teta del estado alimenta distinto que la de los privados”. Es más nutritiva, segura y aparece puntual cada fin de mes.
Reúne otras propiedades, que difieren mucho de las que solventan al empleado, al comerciante, al cuentapropista, al casi extinguido chacarero.
Muy distinta a la legión de trabajadores en negro, a los que viven de changas, a los que cumplen responsablemente desde un plan jefas y jefes de hogar, a un gran número de jubilados y pensionados y a los tantos desocupados.
¿Es pecado aceptar un puesto político? ¿Es ilegitimo postularse en una elección?
De ninguna manera se puede invalidar las aspiraciones de nadie, tampoco obviar capacidades o desconocer responsabilidades.
Lo que resulta necesario es evitar el enquistamiento, la formación de nichos de poder dentro del poder.
Además de la imprescindible transparencia y eficiencia, la rotación y la oxigenación en los puestos pueden contribuir a mejorar la relación de los gobernantes con sus representados.
Es imprescindible terminar con todos aquellos que “atornillados” al estado se aburguesan sobremanera o se convierten en impávidos burócratas cumpliendo con la rutina diaria.
También es cierto que los nuevos que llegan, tampoco aseguran que no repetirán idénticos errores y que cumplirán cabalmente con su compromiso.
No todos hacen mal su diaria tarea: es cierto.
No todos necesitarían del estado para poder desarrollarse.
Existen mujeres y hombres: probos, capaces, responsables, que quizás sean merecedores de otra oportunidad.
Pero convengamos: no son los únicos, mucho menos, insustituibles.
No siempre los funcionarios representan la voluntad de la gente: solo responden al gusto, la preferencia, la amistad o la lealtad que le puedan dispensar al gobernante que los elige.
Resultaría oportuno que esfuerzos, voluntades, capacidades y la experiencia de muchos acumulada en años de permanencia en el poder, otorgue mejores perspectivas a los comunes ciudadanos. Cuando cambien cosas en beneficio de la gente y no siempre de los dirigentes, éstos resultarán premiados con el aplauso y con la satisfacción del deber cumplido.
Para el final una pequeña frase que resulta contundente y que tendría que estar impresa con moldes gigantes en cada partido político o despacho oficial: “EL PODER ES UNA CARGA PUBLICA Y NO UN PRIVILEGIO VITALICIO”...