martes

"Los duendes en la ciudad, los atletas de la noche” , por Hugo Segurola

Sus siluetas se dibujan en la noche, cual mágicos duendes con atléticos saltos y en ordenada recorrida se convierten en dueños de las casi solitarias calles.

Diariamente son parte de una rutina inalterable que se desarrolla en dos turnos, que comienzan cuando un día termina y cuando el otro comienza.

Las rutas del recorrido son distintas, mientras que el final se repite sin distingos tras agotadora tarea, cuando las primeras luces de la jornada van impactando en un Dorrego en silencio, todavía sin reponerse de su profundo sueño.

El equipo se compone de media docena de voluntades y algún suplente, divididos en dos tríos.

Insalubre misión que con eficiencia, puntualidad y dignidad realizan: recolectar residuos.

Juntar la basura que la mayoría de los vecinos en la calle depositan, que unos pocos en forma desaprensiva, tiran.

Allí están ellos en su ámbito de calles de asfalto, tierra e históricos adoquines; con horarios y hábitos distintos, con rutinas opuestas al resto de la gente.

Cuando muchos descansan...

Cuando otros prologan sus alegrías entre copas, sonidos y autos a toda velocidad.

Cuando algunos deambulan sin rumbo en la noche, buscando prolongarla hasta la salida del sol.

Cuando otros transitan lentamente, despreocupados, postergando el regreso a sus hogares.

Cuando el silencio va apaciguando los sonidos de un día más, el chillido inconfundible de un camión resulta familiar, surgen como bengalas sus luces y como guardianes de la estética pueblerina, los seis hombres se alistan dispuestos a entregarnos un despertar con frentes de domicilios y comercios limpios.

Sin verlos, los vemos. Sabemos que siempre están.

Un puñadito de hombres que dejan sus hogares para cumplir con la tarea diaria, la que algunos esquivan, las que otros detestan.

En bolsas o tarros se mezclan papeles, plásticos, amenazantes vidrios de botellas rotas, restos de comida, aerosoles y tantas cosas que se arrojan a la calle.

Algunos que escucharon el mensaje, lo pusieron en práctica y en el color de sus bolsitas alertan sobre peligros o facilitan la tarea de los esforzados trabajadores.

Cirujas o cartoneros que también son parte del paisaje nocturno se anticipan a su recorrido buscando algo valioso, ensuciando sus manos, asimilando olores, ilusionados con un rédito que muchas veces no llega.

Constantemente un ejército de perros sueltos, con dueños algunos de ellos, callejeros y sin nombre el resto: hambrientos la mayoría, aparecen destruyendo bolsas y cartones, diseminando en la calle cientos de desperdicios, para que ellos resignados y acostumbrados a la tarea extra, los junten.

Allí están: duendes en una ciudad absorbida por la calma.

Con la lluvia y el frío que calan hondo, con el calor insoportable de tantas noches de verano, con feriados que se anticipan, con brindis de apuro, con hijos y esposas con horarios opuestos.

Con tiempos escasos para las alegrías, con tristezas que se llevan en cada recorrido; con una paga mensual que muchas veces no reconoce tanto sacrificio.

Allí van: atletas en la noche, corriendo detrás de conquistas que se arrojan presurosas a una caja metálica que compacta furiosa, desperdicios...

No siempre bien pertrechados van cumpliendo la misión, entre el humo de un escape impiadoso y las trampas que la calle siempre oculta.

Corriendo presurosos, compitiendo cuadra a cuadra, manos apenas protegidas por guantes y ropa que nunca resulta acorde, heridas que dejan marcas permanentes en la prestación de un servicio que parece no conocer de pausas.

Con la excepción de los sábados, realizan el trabajo que muchos esquivan, que no resulta fácil encontrar reemplazos, que la mayoría ignora, que otros discriminan.

En la impiadosa y despectiva calificación que rotula a su antojo, se los suele llamar: “Los basureros…”

Se equivocan: son hombres que limpian toda nuestra suciedad, que recogen los restos flacos de las familias pobres, la opulencia de los ricos y las miserias de los indiferentes: que prefieren arrojar a la calle todo aquello que no saben dar, los mismos que dicen: no tengo, cuando golpea a sus puertas un necesitado.

Empleados en la misión de servir, de recolectar ilusiones, de sumar penas y algunas alegrías, de terminar cada recorrido en una Planta donde varios hombres y mujeres esperan “reciclar sus esperanzas”.

A ellos: anónimos viajeros con equipaje que otros desechan...

A ellos caminantes apurados por llegar a la meta que les marque un descanso.

A ellos que trepan sus cuerpos cansados a una caja repleta de olores diversos y peligros constantes.

A ellos que gritan dándose aliento, que saludan a algún vecino demorado en sacar sus desperdicios.

A ellos que andan con los tiempos cambiados de un reloj a contramano.

A ellos que llevan las marcas de cortes profundos.

A ellos que enfrentan solapados e hirientes filos, vidrios que lastiman o perros que agreden...

A ellos que forman el presente, a los que alguna vez pasaron por esta actividad, en estas líneas: el pequeño testimonio de la memoria, el escaso reconocimiento de las palabras.

A ustedes que esta noche descansarán para volver a trabajar en el feriado de mañana, a ustedes el respeto mayor: Juan Miguel Dimatz, Rubén Montes de Oca, Marcelo Fabián Sobrero, Adrián Guillermo Segui, José Luís Montes de Oca, Dante Lisandro Palacio y Cristian Ramos.

Gracias por la tarea cumplida, por saberlos siempre listos, cuando el motor de ese camión que distinguimos a lo lejos nos cuenta de vuestra insustituible presencia.

Sabemos que están allí, velando por nosotros, ejecutando con la mayor de las responsabilidades la contraprestación de un servicio.

Allí están, imposible no identificarlos: “duendes en una ciudad que duerme… Atletas en la noche: buscando el triunfo final, cuando la otra ciudad despierta.”