Al hogar del aquel matrimonio de esforzados gringos, llegó hace casi ochenta años un niño, al que además del nombre que mantiene la pertenencia inmigrante, le adosaron”un ángel”, quizás esperando que la providencia divina trajera un poco de paz y bienestar.
Las recordadas circunstancias vividas en los comienzos del Siglo XX, motivaban a miles de inmigrantes a tener dos patrias: la propia y la adoptiva.
Un niño con sangre italiana, pero con corazón bien argentino; un hermoso “tesoro” como lo identificaron sus parientes y vecinos, al recibir alborozados al nuevo integrante de la comunidad.
El niño fue creciendo entre voces que le resultaban extrañas; con costumbres y recuerdos que guardaron en un viejo baúl y que transportaron en barco, colores de dos banderas: una de la Italia que en viejas fotos veía, que a través de los relatos de la familia comenzaba a amar y que se mezclaba con el celeste y blanco de una Argentina, hospitalaria y protectora.
De aquel niño rezongón y de enojos frecuentes, una pequeña historia quiero contar para introducirnos luego en una vida llena de matices y particulares vivencias.
Eran tiempos de quintas, de hombres y mujeres sembrando en la tierra la ilusión de progreso.
Días donde aquel chiquilín de pantalones cortos, ofrecía a viva voz los diarios de actualidad, con un propósito determinado: poder tener la ansiada “primera pelota”.
Costó demasiado acceder a tan preciado juguete, fueron muchos los centavos que debieron reunirse hasta lograr su adquisición; sin embargo fue efímero su uso, ocurre que en pleno cotejo en uno de los tantos potreros de ayer y ante las escasas posibilidades de hilvanar una jugada, viendo como disfrutaban sus compañeros de un juego para que el cual no era muy apto, tomó drástica determinación arrojando a enorme pozo ciego “la pelota de sus sueños”, dando por finalizado un partido que recién comenzaba.
La rutina se inicia temprano con el mate y las noticias de la radio, partiendo después de las 8, desde la casa ubicada en la calle que lleva el nombre de la patria paterna.
A veces lo hace en compañía de su fiel perro: Cartucho, al cual le acortaron las salidas y los privilegios de viajar en el canasto, luego de mediático extravío en el centro de la ciudad.
Mantiene como identidad gestos bien de tano; su andar por la ciudad resulta constante, hablando casi sin pausas, profiriendo gritos (inconfundibles) que se constituyen en saludos amigos.
Invariablemente acompaña su marcha con un silbido, que lleva sello propio, que parece prolongarse en cada calle que cruza, que desde lejos permite percibir su paso o llegada,
Las medias arriba del pantalón, son una suerte de “botas de lana”, paso previo a treparse a una bicicleta adornada con las dos banderitas de su patria doble.
Se lo puede observar desafiando las prohibiciones de circular por la vereda, argumentando las dificultades del empedrado o aduciendo ante señoras que lo increpan risueñamente, de una Ordenanza (inexistente) que otorga libre tránsito a los mayores de 70…
Hay en el inventario de su vida: días de serio preceptor en el Colegio Nacional; otros de papeles, viajes y trámites entre un estudio jurídico y el Banco Vallemar.
Dos libros tienen su firma: surgidos de pacientes investigaciones, datos acumulados de forma prolija y cronológica, fotos, comisiones y hechos transcurridos en su querida Asociación Italiana; la misma que lo tuvo como activo dirigente: en momentos tristes como los surgidos tras el tornado de 1994 o plenos de felicidad, como aquellos del Centenario que no se olvida.
Noches largas de Liga de Fútbol representando a su querido Independiente (como en la actualidad), muchas horas de consultas de los artículos de un Reglamento, que conoce con lujo de detalles, sanciones de un Tribunal que más que Penas le brindó placer durante mucho tiempo.
Un pequeño martillo bajando y subiendo en pujas de ofertas, que prácticamente no se ven; vieja profesión que lo tuvo como protagonista del Colegio local.
Una vez al año surge su voz de rematador, colaborando en la Exposición Avícola, también en los remates de la Biblioteca Popular, donde solidario presta su tiempo y conocimientos.
Prolijas las carpetas y ordenadas por su nombre, concursos que se preparan, informaciones que puntualmente acerca en sobres que dejan ver su impecable caligrafía.
Todas las mañanas cita impostergable en el Departamento Cultural de la Cooperativa Eléctrica, donde se muestra activo, atento a cada requisitoria.
La rutina de un “Gancia” servido por Jaimito debió mudarse de cuadra, modificándose también un encuentro obligado en El Cantero, donde el grupo de amigos en “mesa reservada” hablaban de fútbol, política, cultura, economía o el pasado dorreguense.
Sobre el mediodía y luego de recorridos inmodificables, se produce la vuelta a casa, para reencontrarse con su compañera de toda la vida.
Aviador en días mozos, donde arriesgadas piruetas sobre el campo de “su amada” concluyeron con la máquina impactando en la tierra, truncando sueños de cielos lejanos, sintiendo en el cuerpo las heridas de su osado vuelo.
Rematador de ilusiones ajenas, marcando en el golpe final de cada oferta sus esperanzas de laburante.
Actor y guionista cuando cada noviembre llegaba y en el Teatro del Rencuentro hombres y mujeres demostraban el cariño grande a la Escuela, que en sus vidas sigue siendo “la número 1”.
Escritor de las historias de su querida Asociación Italiana y de los tantos inmigrantes gringos.
Memorioso como pocos, en fechas trascendentes de Italia o la entidad que los representa.
Respetuoso de la historia, el frente de su casa se engalanará con las dos banderas que lo distinguen.
Preceptor de mirada dura, amonestaciones que no se olvidan, como tampoco los blancos de tizas en los bolsillos de un largo delantal.
Leguleyo entre Códigos, artículos y Leyes, que recuerdan su paso por conocido Estudio Jurídico local.
Conocedor de Reglamentos de fútbol, controversias e informes de una pasión de juez que lo obsesiona.
Ferviente hincha del rojo, de visita diaria a la sede a la hora de la siesta.
Con la “tanada” que surge en cada discusión, con el corazón abierto y siempre dispuesto a acompañar, con la sinceridad que no guarda sentimientos, con la risa y los berrinches, con el llanto y con las broncas, con sus fechas patrias de aquí y de allá...
Como aquellos días en la cuna: abrazado a dos banderas, identidad que no se olvida, pertenencia gringa y criolla que es orgullo.
Como ayer en cancha de Independiente, cantando “a capella” el Himno Nacional Argentino. Orgulloso, desinhibo, disimulando con su ronca voz los caprichos de un CD.
Donato Ángel Antonini: Un “tesoro de tipo”, un gringo con el corazón bien argentino, un auténtico “hijo de italianos”.
Las recordadas circunstancias vividas en los comienzos del Siglo XX, motivaban a miles de inmigrantes a tener dos patrias: la propia y la adoptiva.
Un niño con sangre italiana, pero con corazón bien argentino; un hermoso “tesoro” como lo identificaron sus parientes y vecinos, al recibir alborozados al nuevo integrante de la comunidad.
El niño fue creciendo entre voces que le resultaban extrañas; con costumbres y recuerdos que guardaron en un viejo baúl y que transportaron en barco, colores de dos banderas: una de la Italia que en viejas fotos veía, que a través de los relatos de la familia comenzaba a amar y que se mezclaba con el celeste y blanco de una Argentina, hospitalaria y protectora.
De aquel niño rezongón y de enojos frecuentes, una pequeña historia quiero contar para introducirnos luego en una vida llena de matices y particulares vivencias.
Eran tiempos de quintas, de hombres y mujeres sembrando en la tierra la ilusión de progreso.
Días donde aquel chiquilín de pantalones cortos, ofrecía a viva voz los diarios de actualidad, con un propósito determinado: poder tener la ansiada “primera pelota”.
Costó demasiado acceder a tan preciado juguete, fueron muchos los centavos que debieron reunirse hasta lograr su adquisición; sin embargo fue efímero su uso, ocurre que en pleno cotejo en uno de los tantos potreros de ayer y ante las escasas posibilidades de hilvanar una jugada, viendo como disfrutaban sus compañeros de un juego para que el cual no era muy apto, tomó drástica determinación arrojando a enorme pozo ciego “la pelota de sus sueños”, dando por finalizado un partido que recién comenzaba.
La rutina se inicia temprano con el mate y las noticias de la radio, partiendo después de las 8, desde la casa ubicada en la calle que lleva el nombre de la patria paterna.
A veces lo hace en compañía de su fiel perro: Cartucho, al cual le acortaron las salidas y los privilegios de viajar en el canasto, luego de mediático extravío en el centro de la ciudad.
Mantiene como identidad gestos bien de tano; su andar por la ciudad resulta constante, hablando casi sin pausas, profiriendo gritos (inconfundibles) que se constituyen en saludos amigos.
Invariablemente acompaña su marcha con un silbido, que lleva sello propio, que parece prolongarse en cada calle que cruza, que desde lejos permite percibir su paso o llegada,
Las medias arriba del pantalón, son una suerte de “botas de lana”, paso previo a treparse a una bicicleta adornada con las dos banderitas de su patria doble.
Se lo puede observar desafiando las prohibiciones de circular por la vereda, argumentando las dificultades del empedrado o aduciendo ante señoras que lo increpan risueñamente, de una Ordenanza (inexistente) que otorga libre tránsito a los mayores de 70…
Hay en el inventario de su vida: días de serio preceptor en el Colegio Nacional; otros de papeles, viajes y trámites entre un estudio jurídico y el Banco Vallemar.
Dos libros tienen su firma: surgidos de pacientes investigaciones, datos acumulados de forma prolija y cronológica, fotos, comisiones y hechos transcurridos en su querida Asociación Italiana; la misma que lo tuvo como activo dirigente: en momentos tristes como los surgidos tras el tornado de 1994 o plenos de felicidad, como aquellos del Centenario que no se olvida.
Noches largas de Liga de Fútbol representando a su querido Independiente (como en la actualidad), muchas horas de consultas de los artículos de un Reglamento, que conoce con lujo de detalles, sanciones de un Tribunal que más que Penas le brindó placer durante mucho tiempo.
Un pequeño martillo bajando y subiendo en pujas de ofertas, que prácticamente no se ven; vieja profesión que lo tuvo como protagonista del Colegio local.
Una vez al año surge su voz de rematador, colaborando en la Exposición Avícola, también en los remates de la Biblioteca Popular, donde solidario presta su tiempo y conocimientos.
Prolijas las carpetas y ordenadas por su nombre, concursos que se preparan, informaciones que puntualmente acerca en sobres que dejan ver su impecable caligrafía.
Todas las mañanas cita impostergable en el Departamento Cultural de la Cooperativa Eléctrica, donde se muestra activo, atento a cada requisitoria.
La rutina de un “Gancia” servido por Jaimito debió mudarse de cuadra, modificándose también un encuentro obligado en El Cantero, donde el grupo de amigos en “mesa reservada” hablaban de fútbol, política, cultura, economía o el pasado dorreguense.
Sobre el mediodía y luego de recorridos inmodificables, se produce la vuelta a casa, para reencontrarse con su compañera de toda la vida.
Aviador en días mozos, donde arriesgadas piruetas sobre el campo de “su amada” concluyeron con la máquina impactando en la tierra, truncando sueños de cielos lejanos, sintiendo en el cuerpo las heridas de su osado vuelo.
Rematador de ilusiones ajenas, marcando en el golpe final de cada oferta sus esperanzas de laburante.
Actor y guionista cuando cada noviembre llegaba y en el Teatro del Rencuentro hombres y mujeres demostraban el cariño grande a la Escuela, que en sus vidas sigue siendo “la número 1”.
Escritor de las historias de su querida Asociación Italiana y de los tantos inmigrantes gringos.
Memorioso como pocos, en fechas trascendentes de Italia o la entidad que los representa.
Respetuoso de la historia, el frente de su casa se engalanará con las dos banderas que lo distinguen.
Preceptor de mirada dura, amonestaciones que no se olvidan, como tampoco los blancos de tizas en los bolsillos de un largo delantal.
Leguleyo entre Códigos, artículos y Leyes, que recuerdan su paso por conocido Estudio Jurídico local.
Conocedor de Reglamentos de fútbol, controversias e informes de una pasión de juez que lo obsesiona.
Ferviente hincha del rojo, de visita diaria a la sede a la hora de la siesta.
Con la “tanada” que surge en cada discusión, con el corazón abierto y siempre dispuesto a acompañar, con la sinceridad que no guarda sentimientos, con la risa y los berrinches, con el llanto y con las broncas, con sus fechas patrias de aquí y de allá...
Como aquellos días en la cuna: abrazado a dos banderas, identidad que no se olvida, pertenencia gringa y criolla que es orgullo.
Como ayer en cancha de Independiente, cantando “a capella” el Himno Nacional Argentino. Orgulloso, desinhibo, disimulando con su ronca voz los caprichos de un CD.
Donato Ángel Antonini: Un “tesoro de tipo”, un gringo con el corazón bien argentino, un auténtico “hijo de italianos”.