En este pago de poetas y de cantores, de apego al tradicionalismo, un día de hace mucho tiempo hicieron realidad la sentencia de Martín Fierro: se unieron en el camino, cumplieron la ley primera, quedaron definitivamente “hermanados en el canto”.
Cuando la década del 80 moría y en coincidencia con la aparición de un entusiasta grupo de interpretes locales; sumaron sus voces y sanas intenciones a través de una propuesta de canto renovada.
En primera instancia conformaron un trío musical, para convertirse luego en un grupo de cuatro integrantes.
Tras algunos años de actuación y a pesar del afianzamiento logrado, diferentes circunstancias llevaron a la disolución de la idea; decidiendo (los dos) entre 1993/94 marchar juntos por el sendero del folklore a través de un dúo.
En los comienzos muchas ruedas de amigos o encuentros familiares, oficiaron como ámbito propicio para desplegar el deseo cantor que compartían.
Comenzaron a llegar invitaciones y a surgir diversas convocatorias, obligando a la búsqueda de una identidad, para lo cual fue necesario nutrir de canciones el repertorio inicial.
Llegaron luego escenarios distintos, concursos locales y regionales; también las exigencias de un gran público que obligó a sumar ensayos, a rescatar autores, a consolidar en la realidad el sueño grande de ser y sentirse artistas.
Nunca perdieron la condición de vecinos y a pesar de las múltiples conquistas, en la consideración de la mayoría siguen siendo: “los pibes de acá”. Es que cuesta “ser cantor en su propia tierra…”
Mezclaron el oficio, la pasión y la responsabilidad, poniéndole voz y música a una positiva trayectoria veinteañera.
Le cantaron a una alemana de setenta y pico de años, aquella del monte chaqueño, “agitando pañuelos” en un candombe se lo vio al “Negro José”, “Angélica” sintió que la nombraban a ella cuando rescataron la creación de Roberto Cambaré.
Mantuvieron la Ley del canto sin caer en la trampa de la tentación simplista.
Trajeron hasta aquí la Salta de “Balderrama”, fueron de Santiago del Estero repetidas chacareras, que en pisos de tierra o cuidados mosaicos recrearon la belleza de la danza.
En zambas o canciones “entraron a muchos hogares”.
Las actuaciones se hicieron largas y muchas veces recién de madrugada, la nostalgia se llamó a silencio, se consumió con el último sorbo de un “vino nochero”.
Fueron durante años, clásicos de cada Octubre en la fiesta del pago.
Vistieron de blanco y rojo sus camisas y pantalones, también de impecable negro sus trajes; gritos y aplausos para recibirlos sobre el escenario “Enzo Barda” en tantas noches del rancho o en medio de la algarabía popular llegando al palco Julio César Linares.
Momentos que no se olvidan como aquella noche feliz de madrinazgo, cuando Yamila Cafrune los reconoció con su afecto, cuando aplaudió sincera un canto que fue de tres.
Suena la guitarra y el bombo acompaña, las dos voces bien complementadas acercan canciones de ayer y de hoy; recuerdan plumas consagradas, rescatan a las nuevas y en cada tema ponen “alma, corazón y vida”.
Mantienen con la gente una ligazón de cariño reciproco; que los motiva y obliga a dejar todo en cada actuación.
Parecen ser mucho más que dos y que sus voces se multiplican cuando alentados por las “vivas” y “los aplausos que no cesan” responden con suculenta “yapa” a los pedidos de otra, otra.
El público agradecido les brinda el tributo de un silencio largo y respetuoso, atención que tanto se necesita, que unos pocos logran.
Las luces se apagan y cesan las palmadas o los abrazos; es entonces que la rutina pasa a ocupar un lugar clave en el escenario de sus vidas.
El camino de las obligaciones diarias los aparta: uno bien temprano partiendo de la casa paterna rumbo a su trabajo en la Municipalidad.
Cuidadoso en los detalles de la ropa, prolijo peinado que lo identifica y que de tanto en tanto sus manos acarician para mantenerlo inalterable con toquecitos que rozan su frente.
Atrás quedaron sus días de cadete; hoy entre números y papeles desde el otro lado de las cajas se lo ve al fondo de la amplia oficina pública.
Desde lejos (siempre atento) levanta la mano y espontáneo aparece el saludo entre una pila de carpetas, computadoras y compañeros de Contaduría.
Después de las dos de la tarde, el retorno a la casa de siempre, acompañando con cariño y gratitud, los días de una madre que quedó sola, que siempre lo espera.
A contramano de su amigo, el otro emprende el camino a casa, horarios trastocados “de los que en la noche trabajan”. Atento el oído, de igual modo la mirada, exigencias propias de custodiar bienes ajenos. Largas horas de caminata, de algún mate al pasar, entre sonidos que a veces llegan de una radio encendida que acompaña desde lejos la larga espera.
Se lo puede observar también trasladando pasajeros, función de taxista que entre cuadra y cuadra le permite tararear (a veces) una canción): regalo de bienvenida para el viajero llegado a la ciudad.
Y en algún momento del día vuelven a encontrarse los amigos, ensayos para actuaciones próximas, la ilusión de un disco propio o simplemente recrear los vínculos del sentimiento en largas charlas.
Amistad que fortificaron y extendieron a los demás, cuando en días difíciles; solidarios, se convirtieron en improvisados empleados de librería cada tarde, acompañando las angustias de Griselda y Claudio, esas que sin reproches, convirtieron en propias.
Dolores que detuvieron el canto, que le pusieron una pausa obligada al folklore.
Como alguna noche de fiesta, llegan hoy al escenario grande de la radio: dos voces nuestras, que contradicen con su nombre a la geografía surera; pero que lo hacen con dignidad, respeto y enorme capacidad interpretativa.
Desde “la Capital de la Llanuras”; zambas y chacareras, se dan la mano con algún candombe y se mezclan en inconfundible recital con canciones que ocupan un lugar de privilegio en nuestra memoria y consideración.
Como en la noche del último aniversario del Partido, como hace pocos días en Aparicio, como tantas veces desde hace dos décadas…Aquí: Hugo Basualdo – Ricardo Mogensen: “Los del Sur”.
Vecinos de toda la vida, artistas que nos pertenecen, amigos que un día “se hermanaron en el canto”.
Cuando la década del 80 moría y en coincidencia con la aparición de un entusiasta grupo de interpretes locales; sumaron sus voces y sanas intenciones a través de una propuesta de canto renovada.
En primera instancia conformaron un trío musical, para convertirse luego en un grupo de cuatro integrantes.
Tras algunos años de actuación y a pesar del afianzamiento logrado, diferentes circunstancias llevaron a la disolución de la idea; decidiendo (los dos) entre 1993/94 marchar juntos por el sendero del folklore a través de un dúo.
En los comienzos muchas ruedas de amigos o encuentros familiares, oficiaron como ámbito propicio para desplegar el deseo cantor que compartían.
Comenzaron a llegar invitaciones y a surgir diversas convocatorias, obligando a la búsqueda de una identidad, para lo cual fue necesario nutrir de canciones el repertorio inicial.
Llegaron luego escenarios distintos, concursos locales y regionales; también las exigencias de un gran público que obligó a sumar ensayos, a rescatar autores, a consolidar en la realidad el sueño grande de ser y sentirse artistas.
Nunca perdieron la condición de vecinos y a pesar de las múltiples conquistas, en la consideración de la mayoría siguen siendo: “los pibes de acá”. Es que cuesta “ser cantor en su propia tierra…”
Mezclaron el oficio, la pasión y la responsabilidad, poniéndole voz y música a una positiva trayectoria veinteañera.
Le cantaron a una alemana de setenta y pico de años, aquella del monte chaqueño, “agitando pañuelos” en un candombe se lo vio al “Negro José”, “Angélica” sintió que la nombraban a ella cuando rescataron la creación de Roberto Cambaré.
Mantuvieron la Ley del canto sin caer en la trampa de la tentación simplista.
Trajeron hasta aquí la Salta de “Balderrama”, fueron de Santiago del Estero repetidas chacareras, que en pisos de tierra o cuidados mosaicos recrearon la belleza de la danza.
En zambas o canciones “entraron a muchos hogares”.
Las actuaciones se hicieron largas y muchas veces recién de madrugada, la nostalgia se llamó a silencio, se consumió con el último sorbo de un “vino nochero”.
Fueron durante años, clásicos de cada Octubre en la fiesta del pago.
Vistieron de blanco y rojo sus camisas y pantalones, también de impecable negro sus trajes; gritos y aplausos para recibirlos sobre el escenario “Enzo Barda” en tantas noches del rancho o en medio de la algarabía popular llegando al palco Julio César Linares.
Momentos que no se olvidan como aquella noche feliz de madrinazgo, cuando Yamila Cafrune los reconoció con su afecto, cuando aplaudió sincera un canto que fue de tres.
Suena la guitarra y el bombo acompaña, las dos voces bien complementadas acercan canciones de ayer y de hoy; recuerdan plumas consagradas, rescatan a las nuevas y en cada tema ponen “alma, corazón y vida”.
Mantienen con la gente una ligazón de cariño reciproco; que los motiva y obliga a dejar todo en cada actuación.
Parecen ser mucho más que dos y que sus voces se multiplican cuando alentados por las “vivas” y “los aplausos que no cesan” responden con suculenta “yapa” a los pedidos de otra, otra.
El público agradecido les brinda el tributo de un silencio largo y respetuoso, atención que tanto se necesita, que unos pocos logran.
Las luces se apagan y cesan las palmadas o los abrazos; es entonces que la rutina pasa a ocupar un lugar clave en el escenario de sus vidas.
El camino de las obligaciones diarias los aparta: uno bien temprano partiendo de la casa paterna rumbo a su trabajo en la Municipalidad.
Cuidadoso en los detalles de la ropa, prolijo peinado que lo identifica y que de tanto en tanto sus manos acarician para mantenerlo inalterable con toquecitos que rozan su frente.
Atrás quedaron sus días de cadete; hoy entre números y papeles desde el otro lado de las cajas se lo ve al fondo de la amplia oficina pública.
Desde lejos (siempre atento) levanta la mano y espontáneo aparece el saludo entre una pila de carpetas, computadoras y compañeros de Contaduría.
Después de las dos de la tarde, el retorno a la casa de siempre, acompañando con cariño y gratitud, los días de una madre que quedó sola, que siempre lo espera.
A contramano de su amigo, el otro emprende el camino a casa, horarios trastocados “de los que en la noche trabajan”. Atento el oído, de igual modo la mirada, exigencias propias de custodiar bienes ajenos. Largas horas de caminata, de algún mate al pasar, entre sonidos que a veces llegan de una radio encendida que acompaña desde lejos la larga espera.
Se lo puede observar también trasladando pasajeros, función de taxista que entre cuadra y cuadra le permite tararear (a veces) una canción): regalo de bienvenida para el viajero llegado a la ciudad.
Y en algún momento del día vuelven a encontrarse los amigos, ensayos para actuaciones próximas, la ilusión de un disco propio o simplemente recrear los vínculos del sentimiento en largas charlas.
Amistad que fortificaron y extendieron a los demás, cuando en días difíciles; solidarios, se convirtieron en improvisados empleados de librería cada tarde, acompañando las angustias de Griselda y Claudio, esas que sin reproches, convirtieron en propias.
Dolores que detuvieron el canto, que le pusieron una pausa obligada al folklore.
Como alguna noche de fiesta, llegan hoy al escenario grande de la radio: dos voces nuestras, que contradicen con su nombre a la geografía surera; pero que lo hacen con dignidad, respeto y enorme capacidad interpretativa.
Desde “la Capital de la Llanuras”; zambas y chacareras, se dan la mano con algún candombe y se mezclan en inconfundible recital con canciones que ocupan un lugar de privilegio en nuestra memoria y consideración.
Como en la noche del último aniversario del Partido, como hace pocos días en Aparicio, como tantas veces desde hace dos décadas…Aquí: Hugo Basualdo – Ricardo Mogensen: “Los del Sur”.
Vecinos de toda la vida, artistas que nos pertenecen, amigos que un día “se hermanaron en el canto”.