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"Recuerdos de la primera vez que dialogué con Raúl Alfonsín", por Hugo César Segurola

La culminación de la guerra de Malvinas, coincidió con el primer paso para el retorno de la democracia. Los delirios de perpetuidad de un general alcohólico culminaron con la capitulación de Puerto Argentino.

La euforia y el acompañamiento popular que permitieron una plaza llena, que generaron múltiples adhesiones y la puesta en marcha de campañas solidarias, comenzaron a trastocarse cuando llegaron las noticias reales de la guerra.

Ya era tarde, la verdad salía a luz, impregnada de sangre, dolor, hambre, resignación y muerte.

Algunos famosos propaladores de información contaban de “una victoria próxima”, un altanero Comandante pedía que trajeran “al Principito”, millones de argentinos brindaban su aporte para la causa nacional y las mujeres se multiplicaban tejiendo gorros, guantes y bufandas, buscando mitigar el frío de nuestra tropa, intentando cubrir con sus mantas el olvido al que fueron sometidos.

Las estaciones del ferrocarril recuperaron su existencia, siendo miles las manos que se levantaban y los gritos que surgían al paso de aquellos trenes, cargados de jóvenes soldaditos rumbo al sur del país.

A las creaciones de los artistas populares le quitaron el cerrojo de la censura, volvimos a escucharlos en cada radio, en los programas de la televisión. Sus voces silenciadas volvieron a sentirse, supimos de la Marcha de Malvinas, también de una “hermanita perdida” y de tantos hermanos callados.

Desde este estudio que era más amplio, solo contábamos de “los cables oficiales”, leíamos partes y comunicados que llegaban desde una vetusta Teletipo, donde supimos de “noticias embargadas”, de expresiones limitadas y de verdades que no eran tales.

Y después con la realidad expuesta, con las marcas profundas que dejó la guerra, comenzamos a ver, a sentir y a palpitar como daba sus últimos estertores el gobierno de facto.

Y volvió la gente a la calle, terminaba “el oscurecimiento” al que nos habían sometido.

Libramos nuestras ventanas de oscuras coberturas, abrimos nuestros ojos a la realidad que comenzaba a crecer, a tomar volumen, a ganar espacios.

La vuelta a la democracia había dejado de ser una quimera, las urnas celosamente “guardadas” anunciaron su apertura y otra vez la alegría de la participación contagió a los temerosos, despertó a los indiferentes.

Volvieron los partidos políticos a abrir sus puertas, variadas opciones de todo el arco ideológico otorgaron a las jóvenes generaciones de entonces, alternativas de militancia y compromiso.

Fue también para nosotros la posibilidad de recuperar en el mensaje diario, palabras, voces y opiniones: vedadas y oprimidas durante mucho tiempo.

Yo era por entonces un joven veinteañero, buscando sumar horas en este “oficio de periodista”. En realidad conformábamos una camada de muchachas y muchachos al frente de los distintos programas que tenía en la década del 80 esta emisora.

El viejo maestro y compañero estaba a nuestro lado, contando de otros días, de actos multitudinarios que lo tenían como locutor.

Nos hablaba de sus experiencias con Balbín, Frondizi y Alende; supimos también de memorables oradores como Crisologo Larralde o Moisés Lebhenson. Nunca incidió en nuestras decisiones, de hecho “éramos una suerte de multipartidaria del pensamiento”, que una vez acallados los micrófonos, planteábamos cada una de nuestras posiciones, a veces en acaloradas discusiones, muchas otras dando lugar a las coincidencias.

Solía escucharnos en silencio, también intervenir en aquellos diálogos: sin ocultar su simpatía por el Movimiento de Integración y Desarrollo, sin presionar para que nos sumáramos a su causa. Esos ejemplos de libertad y consideración por todas las opiniones, fueron parte del legado democrático que nos dejó Enzo Barda.

Haciendo un indispensable ejercicio de memoria, debe recordarse que en la etapa inicial de la actividad proselitista, no abundaban los “Alfonsinistas” en nuestro ámbito y que fueron pocos los que en sus principios adhirieron al Movimiento de Renovación y Cambio.

Como reconocimiento a aquellos vecinos que se encolumnaron detrás de la figura de Alfonsín, me permito rescatar esta crónica del 27 de Octubre de 1982,que destacaba: “En un domicilio particular, se reunieron días pasados, los siguientes ciudadanos, afiliados y simpatizantes de la Unión Cívica Radical: Abel Cifarelli, Rodolfo Miguel Marcó, Luís Miguel Abraham, Alberto Pedro Poggio, Roberto Edmundo Saaby, Pedro Bautista Talou, Oscar Amado Montero, Horacio Alfredo Zarzoso y José Armando Pina y por unanimidad resolvieron la creación de la Junta Promotora de ese sector”.

La información agregaba que Carlos Esteban Dumrauf, era el representante en la localidad de José A. Guisasola. Debe citarse también la importante participación que tuvieron en otra etapa de este grupo, Raúl Eduardo Taleb y Luís Carrera.

Todos estos nombres pueden calificarse como “Alfonsinistas de la primera hora”, que seguramente estaban lejos de suponer el destino que le aguardaba a su líder.

Tuve la suerte de cubrir la campaña electoral de 1.983, fue así que pude tomar contacto personal con aquel hombre que despertaba pasión, que desde una alocución firme y distintiva convocaba verdaderas multitudes.

El brillante orador recorría el país convocando a la unión nacional, propiciando la paz y calando fuerte en el corazón de las masas cuando de memoria recitaba el Preámbulo de una Constitución Nacional: violada, pisoteada, olvidada y hasta desconocida.

Se escuchaban las estrofas de la marcha radical, las boinas blancas habían recuperado su espacio y banderitas celestes y blanco se mezclaban con pancartas, afiches y “los bombos” habían dejado de ser patrimonio exclusivo del peronismo.

Corría el año 1.983 y un estadio desbordante lo había acompañado en la ciudad de Bahía Blanca.

Tras la larga espera, los constantes abrazos, las fotos y sus flashes; todavía agitado, con el saco arrugado por tantos tironeos y un mechón de cabellos que bajaba caprichoso hacia su frente, accedí a la esperada entrevista.

No había tiempo para muchas preguntas, el espacio estaba repleto de dirigentes y militantes que buscaban tocarlo, entre ellos algunos representantes locales del Movimiento de Integración y Desarrollo: claves para facilitar la llegada al emblemático candidato.

Fue la de aquella noche, la primera vez que dialogué con Raúl Alfonsín, luego lo haría en dos ocasiones más.

La historia es conocida, ha sido repetida hasta el hartazgo por estos días.

Sus amigos y correligionarios revalidaron sus virtudes.

Sus detractores recordaron sus errores.

Una multitud despidió al hombre integro, reconoció las profundas convicciones del político cabal.

En su gestión hubo aciertos y yerros, grandes logros y también fracasos.

Hay mensajes que deja, imborrables expresiones y actitudes que llevarán por siempre, su marca: militancia, perseverancia, apego al Estado de Derecho, dialogo, consenso, pluralismo, honradez y respeto por el adversario.

La muerte suele legitimar “a todos”, hay malos que se convierten “en santos”, “buenos que tienen asegurado el cielo”. Personas que dejan de ser de carne y hueso, para quedar en el bronce.

En Raúl Alfonsín: fueron reconocidas en vida (a veces tarde) sus enormes condiciones éticas y morales, su gran compromiso cívico.

En Raúl Alfonsín convivieron: el político, el hombre, el estadista, el brillante orador, el gallego calentón; también el Presidente de la República que con masivo respaldo popular abrió la puerta a la democracia.

Un 2 de abril: cientos de miles le dieron el último y definitivo adiós a Raúl Alfonsín: un demócrata por excelencia.

Un 2 de abril: volvimos a recordar con emoción y dolor por aquella “hermanita que aun no ha vuelto a casa…”