Son de las calles dorreguenses viajeros permanentes, que van empujando por la “vida nueva” una ilusión de trabajo, que les permite renovar esperanzas a diario.
Largas resultan las horas compartidas; cada una de las metas se forja en el esfuerzo, la constancia y la fuerza necesaria para creer que todavía se puede.
Son los obreros de un taller de particulares ocupaciones, donde cada uno de ellos entrega lo mejor; disponiéndose cada mañana de la mejor forma, sabedores de la importancia de trabajar en equipo, donde es imprescindible sumar acciones a la misma causa.
Resultan un puñado de voluntades que están integrados en forma plena a la comunidad, manteniendo una rutina de esperadas visitas, que se aguardan con cariño en cada hogar o comercio local.
Las puertas que se abren o el timbre que anuncia su llegada, son parte del paisaje cotidiano de Dorrego.
Para la gran mayoría son “chicos”, en verdad mujeres y hombres dispuestos a construir su propio destino, orientados con cariño por quienes los instruyen, acompañados con responsabilidad por una Comisión Directiva, atenta a cada requerimiento, otorgándoles las comodidades que merecen.
Para cada uno de ello no ha resultado fácil su existencia, enormes piedras de dificultades, postergaciones y hasta indiferencia fueron parte de un camino plagado de adversidades.
No reniegan de formas, diferencias, dificultades o retrasos, quizás inconscientemente se han acostumbrado a “poner la otra mejilla”, sin embargo nunca han “arrojado la primera piedra”.
No conocen de ambiciones desmedidas, mucho menos de prisas desesperadas por llegar a cualquier precio; tampoco saben de envidias.
No expresan broncas ni manifiestan odios.
En sus sonrisas fáciles, en sus gestos amables, en sus miradas humildes nos dejan pequeños y grandes ejemplos de positiva convivencia.
En la sinceridad de cada actitud, en el amor que expresan, aún desde la inocencia de sus simples actos suelen darle una bofetada a la soberbia de algunos (creídos) “héroes comunitarios.”
A veces identificables guardapolvos visten y en pequeños carritos repletos de dulces, bolsas, cepillos, artesanías o verduras, van transportando su producción, también sus mejores sueños.
Obligaciones con pautas fijadas de antemano, rutina de trabajo que se cumple, que no sabe de huelgas, reclamos u olvidos.
Aunque son magros los ingresos que aporta el estado, no retacean esfuerzo, no condicionan el cumplimiento de sus tareas a mejores salarios.
No tienen un delegado que los represente, no saben de paritarias, artículos o disposiciones legales. Tampoco harían un piquete para reclamar por sus derechos.
Se los puede observar en el amplio salón “Solidaridad” donde arman cepillos, moldean artesanías o confeccionan bolsitas.
En la sala de producción entre tarros, frascos, tomates y cebollas.
En la huerta que muestra los embates de la sequía.
Con las manos llenas de harina y levadura amasando pastas.
En la calle, recorriendo a lo largo y a lo ancho la ciudad, ofreciendo respetuosamente sus productos.
Tanto tiempo compartido ha permitido trazar un camino donde la amistad y el amor se dan la mano, donde el afecto surge sincero y limpio.
No existe en el trabajo “codazos o zancadillas”, tampoco acciones individualistas. Las tareas son llevadas adelante en equipo, contando para ello con una base sólida: cimentada en el “hormigón de la amistad”.
Expresan como pocos: la pureza.
Sienten como pocos: el cariño que se les dispensa.
Sufren como pocos: la indiferencia.
La comunidad les otorgó identidad grupal: son los chicos del Taller Protegido.
Son los apóstoles mejores, predicando con el ejemplo de sus buenas acciones.
Verdaderas “hormiguitas” recorriendo con mucha fe un camino conocido, cargando sus esperanzas, soportando sus dolores; volviendo al final de la tarea a la “Vida Nueva” de una casa grande, que los aguarda con la mesa tendida y los mejores sentimientos tras el diario y sacrificado derrotero.
Largas resultan las horas compartidas; cada una de las metas se forja en el esfuerzo, la constancia y la fuerza necesaria para creer que todavía se puede.
Son los obreros de un taller de particulares ocupaciones, donde cada uno de ellos entrega lo mejor; disponiéndose cada mañana de la mejor forma, sabedores de la importancia de trabajar en equipo, donde es imprescindible sumar acciones a la misma causa.
Resultan un puñado de voluntades que están integrados en forma plena a la comunidad, manteniendo una rutina de esperadas visitas, que se aguardan con cariño en cada hogar o comercio local.
Las puertas que se abren o el timbre que anuncia su llegada, son parte del paisaje cotidiano de Dorrego.
Para la gran mayoría son “chicos”, en verdad mujeres y hombres dispuestos a construir su propio destino, orientados con cariño por quienes los instruyen, acompañados con responsabilidad por una Comisión Directiva, atenta a cada requerimiento, otorgándoles las comodidades que merecen.
Para cada uno de ello no ha resultado fácil su existencia, enormes piedras de dificultades, postergaciones y hasta indiferencia fueron parte de un camino plagado de adversidades.
No reniegan de formas, diferencias, dificultades o retrasos, quizás inconscientemente se han acostumbrado a “poner la otra mejilla”, sin embargo nunca han “arrojado la primera piedra”.
No conocen de ambiciones desmedidas, mucho menos de prisas desesperadas por llegar a cualquier precio; tampoco saben de envidias.
No expresan broncas ni manifiestan odios.
En sus sonrisas fáciles, en sus gestos amables, en sus miradas humildes nos dejan pequeños y grandes ejemplos de positiva convivencia.
En la sinceridad de cada actitud, en el amor que expresan, aún desde la inocencia de sus simples actos suelen darle una bofetada a la soberbia de algunos (creídos) “héroes comunitarios.”
A veces identificables guardapolvos visten y en pequeños carritos repletos de dulces, bolsas, cepillos, artesanías o verduras, van transportando su producción, también sus mejores sueños.
Obligaciones con pautas fijadas de antemano, rutina de trabajo que se cumple, que no sabe de huelgas, reclamos u olvidos.
Aunque son magros los ingresos que aporta el estado, no retacean esfuerzo, no condicionan el cumplimiento de sus tareas a mejores salarios.
No tienen un delegado que los represente, no saben de paritarias, artículos o disposiciones legales. Tampoco harían un piquete para reclamar por sus derechos.
Se los puede observar en el amplio salón “Solidaridad” donde arman cepillos, moldean artesanías o confeccionan bolsitas.
En la sala de producción entre tarros, frascos, tomates y cebollas.
En la huerta que muestra los embates de la sequía.
Con las manos llenas de harina y levadura amasando pastas.
En la calle, recorriendo a lo largo y a lo ancho la ciudad, ofreciendo respetuosamente sus productos.
Tanto tiempo compartido ha permitido trazar un camino donde la amistad y el amor se dan la mano, donde el afecto surge sincero y limpio.
No existe en el trabajo “codazos o zancadillas”, tampoco acciones individualistas. Las tareas son llevadas adelante en equipo, contando para ello con una base sólida: cimentada en el “hormigón de la amistad”.
Expresan como pocos: la pureza.
Sienten como pocos: el cariño que se les dispensa.
Sufren como pocos: la indiferencia.
La comunidad les otorgó identidad grupal: son los chicos del Taller Protegido.
Son los apóstoles mejores, predicando con el ejemplo de sus buenas acciones.
Verdaderas “hormiguitas” recorriendo con mucha fe un camino conocido, cargando sus esperanzas, soportando sus dolores; volviendo al final de la tarea a la “Vida Nueva” de una casa grande, que los aguarda con la mesa tendida y los mejores sentimientos tras el diario y sacrificado derrotero.