Son muchas historias en una sola historia: momentos de ayer que vuelven a los días del presente, cual pájaros surcando distancias.
Desde su prodigiosa memoria dicen presente para posarse mansos en el hombre que está próximo a cumplir 94 años y nos los aparenta, como si se empeñara en contradecir los números fríos e impiadosos del calendario.
Vuelve al viejo barrio de la estación, el mismo que llamaron “de la carbonilla”, camina sobre el asfalto que antes fue de tierra, se queda con los silencios recordando los sonidos de un tren que no está, las charlas de los bares, los gritos de los pibes en los baldíos que ya desaparecieron.
Se detiene en el club Sarmiento, cuenta pequeñas historias de otros días, de la ilusión asociada que surgió hace tiempo, de camisetas en color celeste “regalo de Evita” en un pedido lejano.
Pero el hombre, apura sus pasos para llegar a su escuela, a la querida escuela 7 que dio identidad a todo un barrio, que sigue firme en su estructura a pesar del paso del tiempo, a pesar del cambio de su geografía barrial.
Allí está y somos testigos del emocionado reencuentro, vuelve el maestro de siempre, está otra vez en su casa grande y son entonces como páginas de un libro que se van sumando los momentos.
Nombre que resulta apellido, profesión que fue pasión y que lo sigue siendo, que lo será por siempre: Miguel, el maestro; Miguel, el amigo, también el inolvidable compañero.
El maestro Miguel ha vuelto y con él los recuerdos, las anécdotas, las sonrisas y algunas lágrimas de emoción...
Y alguna vez de hace tiempo se tuvo que ir, sin desearlo.
La intolerancia de otros días puso mordaza a sus ideas y al compromiso con la causa popular.
Hubo embates violentos, palabras hirientes y una nota que planteaba de: “inconductas, falta de titulo habilitante e incapacidad técnica para desempeñarse en el aula…”
Siguiendo con la tradición familiar, recordando largas jornadas junto a su padre “mercachifle”; cambió delantal, tizas y pizarrón por la venta de “pequeñas cositas” (alhajas, regalos, relojes y otros artículos), que comercializaba en la vía pública.
Recuerda con gratitud el respaldo comunitario, al punto tal que con los ahorros de esta actividad, juntó dinero suficiente para comprarse una casa.
Y antes de entrar a la vieja escuela el abrazo emocionado de una alumna de otros días, en sus manos un viejo diccionario que se entrega con cariño, que se devuelve con lágrimas...
Y siguen llegando alumnos de ayer, sin que exista convocatoria, sin nada armado.
Surgen espontáneos los sentimientos, como si una gran campana estuviera convocando a clase; mujeres y hombres se abrazan con el viejo maestro, recorren el enorme mapa que alguna vez juntos crearon en el patio de la escuela.
Relatos, recuerdos y otra vez la vuelta al aula en los viejos pupitres que retornan de su prolongado reposo.
El maestro habla y escucha...
El maestro siente y vibra.
Cuenta de ayer y también de hoy.
Se hace amplia la ronda para escucharlo: maestras de estos días, alumnos de este presente.
Surgen las preguntas una tras otra, también las respuestas.
No hay rencores en sus expresiones, no existen citas a negros momentos; demuestra estar curtido por tantos vientos adversos, se muestra entero, fortificado por tanto cariño y afecto sincero. Su flaco cuerpo resiste a duras penas abrazos fuertes que parecen estrujarlo, que pretenden retenerlo.
Llegamos muy temprano y nos fuimos al terminar la actividad en el mediodía de un doce de octubre.
Recogimos testimonios en la vuelta del Maestro, nos quedamos con esos momentos: serán eternos, una suerte de documento, un invalorable aporte a la memoria.
Fuimos a charlar un rato largo con la idea de escuchar historias, de recorrer momentos.... Casi no hablamos, poco preguntamos... No fue necesario hacerlo: fueron muchas las voces que surgieron, las preguntas... también las respuestas.
Dejamos la Escuela 7, nos llevamos la historia del maestro Miguel: días jóvenes de ayer, alegrías, enseñanzas eternas, sonrisas, lágrimas, una partida no deseada y las ganas de quedarse para siempre, como en 1959.
De aquella mañana juntos en su querida Escuela 7, han pasado casi cinco años. Hoy nos reencontramos con el “viejo maestro”.
Temprano, Haydee Jalif (su sobrina) me cuenta que está el maestro en la casa de “Micho”.
Se hace extensa la charla, mientras el mate se traslada de mano en mano y otra vez nuestros oídos se detienen a escuchar los atrapantes relatos.
Dice no entender la violencia en las aulas, la falta de respeto, la perdida de los códigos.
Se siente joven y pleno, considerando a la juventud del espíritu clave para contradecir la vejez de su cuerpo.
El maestro no llegó solo, no está solo: a su lado Juanita (su esposa), con la que contrajo enlace justo a los 90.
El maestro a esta hora debe estar en el Teatro Municipal, a la espera del comienzo del acto de los 100 años de la Escuela 7, preparado para transmitir sus recuerdos a los presentes.
El maestro Miguel se mantiene activo, camino a su propio centenario sigue dando maravillosas lecciones de vida…
Desde su prodigiosa memoria dicen presente para posarse mansos en el hombre que está próximo a cumplir 94 años y nos los aparenta, como si se empeñara en contradecir los números fríos e impiadosos del calendario.
Vuelve al viejo barrio de la estación, el mismo que llamaron “de la carbonilla”, camina sobre el asfalto que antes fue de tierra, se queda con los silencios recordando los sonidos de un tren que no está, las charlas de los bares, los gritos de los pibes en los baldíos que ya desaparecieron.
Se detiene en el club Sarmiento, cuenta pequeñas historias de otros días, de la ilusión asociada que surgió hace tiempo, de camisetas en color celeste “regalo de Evita” en un pedido lejano.
Pero el hombre, apura sus pasos para llegar a su escuela, a la querida escuela 7 que dio identidad a todo un barrio, que sigue firme en su estructura a pesar del paso del tiempo, a pesar del cambio de su geografía barrial.
Allí está y somos testigos del emocionado reencuentro, vuelve el maestro de siempre, está otra vez en su casa grande y son entonces como páginas de un libro que se van sumando los momentos.
Nombre que resulta apellido, profesión que fue pasión y que lo sigue siendo, que lo será por siempre: Miguel, el maestro; Miguel, el amigo, también el inolvidable compañero.
El maestro Miguel ha vuelto y con él los recuerdos, las anécdotas, las sonrisas y algunas lágrimas de emoción...
Y alguna vez de hace tiempo se tuvo que ir, sin desearlo.
La intolerancia de otros días puso mordaza a sus ideas y al compromiso con la causa popular.
Hubo embates violentos, palabras hirientes y una nota que planteaba de: “inconductas, falta de titulo habilitante e incapacidad técnica para desempeñarse en el aula…”
Siguiendo con la tradición familiar, recordando largas jornadas junto a su padre “mercachifle”; cambió delantal, tizas y pizarrón por la venta de “pequeñas cositas” (alhajas, regalos, relojes y otros artículos), que comercializaba en la vía pública.
Recuerda con gratitud el respaldo comunitario, al punto tal que con los ahorros de esta actividad, juntó dinero suficiente para comprarse una casa.
Y antes de entrar a la vieja escuela el abrazo emocionado de una alumna de otros días, en sus manos un viejo diccionario que se entrega con cariño, que se devuelve con lágrimas...
Y siguen llegando alumnos de ayer, sin que exista convocatoria, sin nada armado.
Surgen espontáneos los sentimientos, como si una gran campana estuviera convocando a clase; mujeres y hombres se abrazan con el viejo maestro, recorren el enorme mapa que alguna vez juntos crearon en el patio de la escuela.
Relatos, recuerdos y otra vez la vuelta al aula en los viejos pupitres que retornan de su prolongado reposo.
El maestro habla y escucha...
El maestro siente y vibra.
Cuenta de ayer y también de hoy.
Se hace amplia la ronda para escucharlo: maestras de estos días, alumnos de este presente.
Surgen las preguntas una tras otra, también las respuestas.
No hay rencores en sus expresiones, no existen citas a negros momentos; demuestra estar curtido por tantos vientos adversos, se muestra entero, fortificado por tanto cariño y afecto sincero. Su flaco cuerpo resiste a duras penas abrazos fuertes que parecen estrujarlo, que pretenden retenerlo.
Llegamos muy temprano y nos fuimos al terminar la actividad en el mediodía de un doce de octubre.
Recogimos testimonios en la vuelta del Maestro, nos quedamos con esos momentos: serán eternos, una suerte de documento, un invalorable aporte a la memoria.
Fuimos a charlar un rato largo con la idea de escuchar historias, de recorrer momentos.... Casi no hablamos, poco preguntamos... No fue necesario hacerlo: fueron muchas las voces que surgieron, las preguntas... también las respuestas.
Dejamos la Escuela 7, nos llevamos la historia del maestro Miguel: días jóvenes de ayer, alegrías, enseñanzas eternas, sonrisas, lágrimas, una partida no deseada y las ganas de quedarse para siempre, como en 1959.
De aquella mañana juntos en su querida Escuela 7, han pasado casi cinco años. Hoy nos reencontramos con el “viejo maestro”.
Temprano, Haydee Jalif (su sobrina) me cuenta que está el maestro en la casa de “Micho”.
Se hace extensa la charla, mientras el mate se traslada de mano en mano y otra vez nuestros oídos se detienen a escuchar los atrapantes relatos.
Dice no entender la violencia en las aulas, la falta de respeto, la perdida de los códigos.
Se siente joven y pleno, considerando a la juventud del espíritu clave para contradecir la vejez de su cuerpo.
El maestro no llegó solo, no está solo: a su lado Juanita (su esposa), con la que contrajo enlace justo a los 90.
El maestro a esta hora debe estar en el Teatro Municipal, a la espera del comienzo del acto de los 100 años de la Escuela 7, preparado para transmitir sus recuerdos a los presentes.
El maestro Miguel se mantiene activo, camino a su propio centenario sigue dando maravillosas lecciones de vida…
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