Sobre las tres de la mañana de este domingo y jugando de visitante, impiadosa sonó la chicharra marcando el final.
Un corazón acostumbrado a vibrar de emoción, a palpitar manso en bellos y buenos momentos, también a hacerlo de prisa y a punto de estallar en ingratas circunstancias, dijo basta, se quebró y con el último latido se quedó sin la posibilidad de llegar al suplementario salvador.
En la gris mañana de las elecciones, la ingrata noticia fue ocupando un lugar entre las largas colas de votantes y entre comentarios del frío reinante y de la gripe que acecha, una necrológica fue noticia, fue voto cantado en la tristeza de muchos.
En los rectángulos de básquet fue ganándose un lugar, recordados cotejos de la Asociación local; épicos cruces entre aurinegros y rojos, tiempos aquellos sin triples, con más fervor que táctica y finales cerrados a veces, discutidos siempre.
Remuevo ajados recortes y encuentro en ellos: una victoria de 35 años atrás.
Dice “La Voz”, Marzo de 1974: GANO FERROVIARIO 63 a 48 a Independiente, agregando jugadores y puntos.
Juan Bazerque 17, Sierra 7, Carlos Brussa 7, Oscar Bazerque 12, González 8, Germiniani 12, Vicente 3…
Recuerdo otros momentos, como aquellos de los Torneos Argentinos y un grupito de dorreguenses recorriendo la geografía del país.
El mismo equipo de los bailes de antaño, los carnavales, la vuelta del perro o la visita a alguna localidad cercana: “Bichango”, los Bazerque, “Piqui” González, “Rody” Marcó y como sexto hombre el inefable “Veje” Adala.
Y sigo buscando datos, procurando que mi maltratada memoria me ayude en el intento.
Y entonces lo veo en muchos lugares a la vez:
- Trabajando a destajo con la ilusión de un gimnasio grande en su querido club.
- Junto a unos montículos de tierra en la cancha de fútbol, en sus tiempos de Presidente de “Ferro”.
- En recordado cotejo entre un equipo local y las Estrellas de Bahía, corriendo de aro a aro mientras “Beto” Cabrera, Cortondo y Monachesi lo dejaban pasar y en vano resultaba la endeble “resistencia” de Lito Fruet para evitar en bandeja “los dos primeros puntos acordados”.
- Lo observo feliz en la Escuela Municipal de Básquetbol creada en la gestión radical de 1987.
- Lo siento emocionado cuando pasó a llevar el nombre de su tío, el Benemérito señor del Básquetbol: “Bill Américo Brussa”.
- Lo veo abatido y quebrado cuando después del 99 debió pagar las culpas de su idea peronista y los mismos que en su momento la crearon; en drástica decisión decretaron “el descenso de la memoria”.
- Lo pude ver pleno y reconfortado, cuando sus pibes y los familiares de éstos recuperaron la identidad perdida por los caprichos del poder, encontrando en el viejo gimnasio del “Nacional” un ámbito sin rencores, sin afiliaciones.
- En el Mundial del 90 en la Argentina, ocupando un lugar de privilegio en el mismísimo Luna Park, con enorme credencial colgada en su pecho, cumpliendo la función de periodista y disfrutando la pasión de hincha, acumulando fotografías, abrazos y postales únicas.
- Con largo guardapolvo aparece en la Escuela 501.
- Con su rostro duro y mirada seria parecía intimidar a los alumnos, para luego con gestos simples y amigables despertar en ellos “las sonrisas más especiales”.
-Preparando una fiesta, entre ensaladas, cortes de carne o sabrosos arrollados.
- Charlando con Adolfo Lista, los Ginobili, Faggiano, Meschini o el “negro” Santiago. Eso sí con la insustituible tarjeta de presentación que implicaba ser “sobrino del “Lungo”, del que fue discipulo y su mejor heredero.
- Viajando a Bahía Blanca, invitado especial a la sesión del Concejo Deliberante en la aprobación del nombre de una calle, inauguración que lo tendrá ausente cuando en el nomenclador luzca el nombre de Bill Américo Brussa.
- Suenan en mis oídos sus frases ante la nota periodística, donde nunca nos permitíamos el tuteo: “Que bien informado que está, quien se lo contó…” o aquella reflexión que resultaba constante al iniciar o terminar el dialogo: “Si me quejo… soy un mal argentino”.
- Parecen sentirse sus inconfundibles gritos.
- Las reprimendas por una pelota perdida o un mal pase, todavía se pueden escuchar.
- La insistencia para que los chicos dibujen un camino con la pelota en la mano y esquivando “palitos”.
- Los cambios de prisa, los minutos pedidos para un reproche furioso.
- También los largos viajes, los lindos momentos compartidos, la complicidad de la broma, la caricia surgiendo desde la hosquedad.
- Dijo bien “el negro Salustri”, “no hubo grises en su vida”. Tuvo amigos fieles y acérrimos detractores.
En la despedida estuvieron sus hermanos, sus inseparables amigos, sus incondicionales alumnos.
Como gran parte de la vida, su esposa “Negra”, lo acompañó hasta el último instante.
Tristes los hijos ante la inexorable partida de un padre responsable: Fabián, Ana, Mónica y Mariela.
En el cotejo decisivo la suerte le fue esquiva, no pudo intentar el triple salvador y los segundos se agotaron irremediablemente.
En el domingo de elecciones, en la fría tarde se fue para siempre “Bichango”.
Murió Carlos Miguel Brussa: el jugador, el dirigente, el técnico, el amigo, el peronista, el gruñón, el maestro de los gritos fáciles, el que dejaba la sonrisa casi siempre haciendo banco.
Para el largo viaje escaso fue el equipaje: apenas se llevó una foto de sus queridos nietos: Tomás, Fermín y Guido una pelota pequeña, para encestarle a la muerte el mejor doble, para gritarle en la cara el triunfo póstumo: “una marca indeleble, eterna, imperecedera, con nombre propio: Carlos Miguel Brussa, el hombre que supo de blancos y negros, que no conoció de grises…
Un corazón acostumbrado a vibrar de emoción, a palpitar manso en bellos y buenos momentos, también a hacerlo de prisa y a punto de estallar en ingratas circunstancias, dijo basta, se quebró y con el último latido se quedó sin la posibilidad de llegar al suplementario salvador.
En la gris mañana de las elecciones, la ingrata noticia fue ocupando un lugar entre las largas colas de votantes y entre comentarios del frío reinante y de la gripe que acecha, una necrológica fue noticia, fue voto cantado en la tristeza de muchos.
En los rectángulos de básquet fue ganándose un lugar, recordados cotejos de la Asociación local; épicos cruces entre aurinegros y rojos, tiempos aquellos sin triples, con más fervor que táctica y finales cerrados a veces, discutidos siempre.
Remuevo ajados recortes y encuentro en ellos: una victoria de 35 años atrás.
Dice “La Voz”, Marzo de 1974: GANO FERROVIARIO 63 a 48 a Independiente, agregando jugadores y puntos.
Juan Bazerque 17, Sierra 7, Carlos Brussa 7, Oscar Bazerque 12, González 8, Germiniani 12, Vicente 3…
Recuerdo otros momentos, como aquellos de los Torneos Argentinos y un grupito de dorreguenses recorriendo la geografía del país.
El mismo equipo de los bailes de antaño, los carnavales, la vuelta del perro o la visita a alguna localidad cercana: “Bichango”, los Bazerque, “Piqui” González, “Rody” Marcó y como sexto hombre el inefable “Veje” Adala.
Y sigo buscando datos, procurando que mi maltratada memoria me ayude en el intento.
Y entonces lo veo en muchos lugares a la vez:
- Trabajando a destajo con la ilusión de un gimnasio grande en su querido club.
- Junto a unos montículos de tierra en la cancha de fútbol, en sus tiempos de Presidente de “Ferro”.
- En recordado cotejo entre un equipo local y las Estrellas de Bahía, corriendo de aro a aro mientras “Beto” Cabrera, Cortondo y Monachesi lo dejaban pasar y en vano resultaba la endeble “resistencia” de Lito Fruet para evitar en bandeja “los dos primeros puntos acordados”.
- Lo observo feliz en la Escuela Municipal de Básquetbol creada en la gestión radical de 1987.
- Lo siento emocionado cuando pasó a llevar el nombre de su tío, el Benemérito señor del Básquetbol: “Bill Américo Brussa”.
- Lo veo abatido y quebrado cuando después del 99 debió pagar las culpas de su idea peronista y los mismos que en su momento la crearon; en drástica decisión decretaron “el descenso de la memoria”.
- Lo pude ver pleno y reconfortado, cuando sus pibes y los familiares de éstos recuperaron la identidad perdida por los caprichos del poder, encontrando en el viejo gimnasio del “Nacional” un ámbito sin rencores, sin afiliaciones.
- En el Mundial del 90 en la Argentina, ocupando un lugar de privilegio en el mismísimo Luna Park, con enorme credencial colgada en su pecho, cumpliendo la función de periodista y disfrutando la pasión de hincha, acumulando fotografías, abrazos y postales únicas.
- Con largo guardapolvo aparece en la Escuela 501.
- Con su rostro duro y mirada seria parecía intimidar a los alumnos, para luego con gestos simples y amigables despertar en ellos “las sonrisas más especiales”.
-Preparando una fiesta, entre ensaladas, cortes de carne o sabrosos arrollados.
- Charlando con Adolfo Lista, los Ginobili, Faggiano, Meschini o el “negro” Santiago. Eso sí con la insustituible tarjeta de presentación que implicaba ser “sobrino del “Lungo”, del que fue discipulo y su mejor heredero.
- Viajando a Bahía Blanca, invitado especial a la sesión del Concejo Deliberante en la aprobación del nombre de una calle, inauguración que lo tendrá ausente cuando en el nomenclador luzca el nombre de Bill Américo Brussa.
- Suenan en mis oídos sus frases ante la nota periodística, donde nunca nos permitíamos el tuteo: “Que bien informado que está, quien se lo contó…” o aquella reflexión que resultaba constante al iniciar o terminar el dialogo: “Si me quejo… soy un mal argentino”.
- Parecen sentirse sus inconfundibles gritos.
- Las reprimendas por una pelota perdida o un mal pase, todavía se pueden escuchar.
- La insistencia para que los chicos dibujen un camino con la pelota en la mano y esquivando “palitos”.
- Los cambios de prisa, los minutos pedidos para un reproche furioso.
- También los largos viajes, los lindos momentos compartidos, la complicidad de la broma, la caricia surgiendo desde la hosquedad.
- Dijo bien “el negro Salustri”, “no hubo grises en su vida”. Tuvo amigos fieles y acérrimos detractores.
En la despedida estuvieron sus hermanos, sus inseparables amigos, sus incondicionales alumnos.
Como gran parte de la vida, su esposa “Negra”, lo acompañó hasta el último instante.
Tristes los hijos ante la inexorable partida de un padre responsable: Fabián, Ana, Mónica y Mariela.
En el cotejo decisivo la suerte le fue esquiva, no pudo intentar el triple salvador y los segundos se agotaron irremediablemente.
En el domingo de elecciones, en la fría tarde se fue para siempre “Bichango”.
Murió Carlos Miguel Brussa: el jugador, el dirigente, el técnico, el amigo, el peronista, el gruñón, el maestro de los gritos fáciles, el que dejaba la sonrisa casi siempre haciendo banco.
Para el largo viaje escaso fue el equipaje: apenas se llevó una foto de sus queridos nietos: Tomás, Fermín y Guido una pelota pequeña, para encestarle a la muerte el mejor doble, para gritarle en la cara el triunfo póstumo: “una marca indeleble, eterna, imperecedera, con nombre propio: Carlos Miguel Brussa, el hombre que supo de blancos y negros, que no conoció de grises…