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`Nombre: Juan A Ubería. Profesión: buscavidas´. Por Hugo César Segurola

Su flaca figura se distingue en el acontecer del pueblo, es que desde hace tiempo viene peleándole a la vida, ganándose el diario sustento desde las formas más diversas.

Sus ansias de progreso y constante superación -no exentas de enorme sacrificio- le permiten poder disfrutar en el presente las mieles del éxito, sin embargo la promisoria realidad actual lo mantiene firme en sus convicciones, inalterable en su forma de ser y actuar.

Su infancia transcurrió en el seno de una familia trabajadora, que tuvo la férrea mirada de un papá policía y de una mamá compañera y protectora, que aún sigue preocupada por el acontecer de sus tres hijos.

Una casita en el Barrio Pym albergó su niñez, encontrando en la cercana cancha del club Villa Rosa el sitio que le permitiría disfrutar del placer fútbol, sumándose y defendiendo con ahínco el verde y blanco de la pequeña institución, en las divisiones menores, reserva y un paso fugaz por la ansiada primera.

Su espíritu emprendedor y afán de luchador lo ubicó en diversos caminos, actividades y profesiones.

Convertido en un verdadero “buscavidas” atesora en sus recuerdos haber pasado por las más variadas actividades, poniendo en cada una de ellas el corazón y también el alma.

Alguna vez hubo sueños de Abogado, estudios de la carrera de Derecho que en un año quedaron truncos.

Luego la partida hacia un destino lejano, aquel de cordillera, viñedos, buenos vinos y las suaves tonadas que solo parecen escucharse en la linda Mendoza. Variadas resultaron las formas para subsistir, incluyendo la venta de libros, planes y cuanto elemento de llegada masiva surgiera en el mercado cuyano.

Retornado a nuestro ámbito eligió quedarse para siempre, pasando a incursionar en nuevas tareas que le fueron abriendo la puerta a otras responsabilidades.

Supo de largos días de redacción, entre entrevistas periodísticas, apuntes, artículos, fotografías y avisos publicitarios. En base a sus deseos de superación se fue abriendo un camino en las páginas del todavía vigente Semanario “Ecos de mi ciudad”.

Junto a “Chacha”, Mario, Daniel, José y Pablo, comenzó a sentir a pleno el maravilloso oficio del periodismo; el cual le otorgaría nuevos desafíos, que incluyeron un poco feliz (y efímero) debut con programa propio en FM Master, pasando por la segunda etapa de Dorrego Televisión, donde trabajó como Operador y Camarógrafo.

Ya con un nombre en la labor periodística, se destacó como uno de los mejores movileros radiales, hasta que emprendió un nuevo destino laboral, donde hizo gala de su llegada a la gente y la buena recepción que iba encontrando en cada casa a la que llegaba.

En coincidencia con el éxito televisivo que encarnaba Dady Brieva, él se convirtió en la versión lugareña y real del “sodero de mi vida”.

Su bonhomía, particular simpatía y trato agradable, lo convirtieron en eficaz repartidor de la firma “Villar”, ganándose un lugar en los afectos de las amas de casa, que sin distingos de edades esperaban su presencia. Entre sonrisas, chismes, noticias de la realidad, las moneditas se canjeaban por sifones de soda o bidones de agua.

Mientras con esfuerzo se ganaba el pan de todos los días, un nuevo título lo acreditaba para realizar tareas totalmente disímiles a las conocidas. Transformado en Enfermero, se constituyó en correcto y respetado auxiliar de la salud, que supo pronto de nebulizaciones, medición de la presión, aplicación de inyecciones o pequeños consejos respondiendo la consulta de preocupadas madres o abuelas, ante la aparición de un resfrío o la molesta tos.

Mientras otros disfrutaban del tiempo libre de cada fin de semana, el protagonista de esta historia pasaba a vestirse con saco blanco y moño negro.

Eventos sociales, cenas y bailes, encuentros familiares o cuanto acontecimiento convocara, lo tuvieron durante mucho tiempo como atento y diligente mozo.

Vendedor, periodista, cobrador, enfermero, repartidor de soda, Camarógrafo, movilero… ¿Qué más le faltaba? ¿Hacia donde estaban dirigidos sus nuevos sueños?

Ya cercano a los cuarenta emprendió a distancia la Carrera de “Lengua y Comunicación”, logrando con mucho esfuerzo y sacrificio el diploma que lo acredita como Docente, pasando a desempeñar funciones en diversos establecimientos educativos locales.

Sus luchas no cesaron y en una nueva muestra de superación, logró dar un paso trascendente en su corta carrera profesional, transformándose en Director de la Escuela de Educación Media 2.

Con la humildad de siempre y con una sonrisa acepta la pregunta y el recuerdo de alguna sorprendida y poco informada madre cuando le dice: ¿Usted no es el enfermero? o ¿Se acuerda cuando hizo de mozo en el cumpleaños de 15 de mi hija?

También suelen citarlo de ejemplo de superación, como aquella docente que en concurrida reunión y al hacer referencia al flamante Director, expresó emocionada: “Pensar que “Juancito” me traía soda a casa…”

En la nueva responsabilidad decidió no quedarse detrás del escritorio, prefirió ejercer la conducción desde las aulas, dialogando con los alumnos, buscando coincidencias, propiciando una positiva convivencia, permitiéndoles a los jóvenes sentirse parte integral de la escuela y no meros oyentes de las ordenes de sus directivos.

“El flaco” de la sonrisa y las acciones buenas, el que no sabe de broncas, el que disimula las penas.

“Juancito”, el amigo sincero, el compañero fiel, el vecino siempre comprometido.

“Juan”, el esposo de Gabriela, el papá de Analuz y Rocío.

Juan Ubería: laburante de oficios varios, abanderado de la perseverancia, altivo gladiador ante las adversidades de la realidad, noble quijote dispuesto a seguir dando pelea.

Juan Antonio Ubería: sigue con ilusión esperando en la fila que lo llamen, aguardando que un día, en el reparto de la bonanza resulte: “el elegido”.