Quizás tenga que ver con que los seres humanos para algunas cosas, tenemos memoria selectiva.
Quizás la experiencia ha sido tan positiva, que no hubo ocasión de contar los almanaques transcurridos.
En realidad, fue Patricia la que me alertó de la fecha: el primero de setiembre (ayer) se cumplió exactamente un año de mi último retorno a la radio.
A pesar de mis largos años en la actividad, en mi vuelta a esta casa la incertidumbre me había ganado y deambulaban en mi mente variados interrogantes:
¿Cuál será la respuesta de la gente?
¿Podré adaptarme a un horario (el de la tarde), desacostumbrado para mí?
¿Qué temas interesaran al público del atardecer?
¿Después de todo valdrá la pena volver?
Aún contradiciendo mis expresiones del pasado lunes, decidí dedicar este espacio habitual para realizar un pequeño repaso a este primer año de programa.
A partir de la nota de presentación del programa inicial, me fui obligando a la rutina de escribir diariamente una editorial. Tarea que no resulta fácil, ya sea en la selección de los temas (que no siempre abundan), como también en recrear el interés del público en cada encuentro.
Cada editorial obliga a una gimnasia mental (que no siempre encuentra mis mejores respuestas creativas), sometiéndome al desafío de la palabra, tratando de satisfacer el interés del oyente por un espacio que dispone de vuelo propio.
En tal sentido la publicación de estos textos en la página de LA DORREGO, le agrega el valor documental a cada uno de ellos, con la incorporación de las opiniones que los lectores puedan dispensar -desde el anonimato- a mis dichos.
Debo agradecer también la publicación que semanalmente concreta “Ecos de mi ciudad”, de estas notas, como así también que la firma Helados Jet (auspiciante del segmento) las incluyera en un portal privilegiado de su flamante página en Internet.
¿Qué otras cosas me dejó este primer ciclo de “Después de todo?
El importante acompañamiento del público, comprendido por un target maduro (oyente mayores de cuarenta años).
La respuesta de anunciantes y amigos que con su aporte permiten la permanencia en el aire, de un programa independiente.
La tranquilidad de no tener que instalar la agenda del día, brindándome la posibilidad de manejar otros tiempos, de tomar pausas no habituales y de proponer un ritmo menos vertiginoso.
Poder recrear la “vieja radio” con las tandas comerciales en vivo, encontrando en tal sentido, la mejor predisposición e inestimable colaboración de Patricia Alvarez, que más de una vez (por mis constantes faltazos), tiene que ponerse -además- el programa al hombro.
Darme el gusto de difundir géneros musicales que me agradan, que comparto con la gente. El tango y el folklore, tienen la exclusividad sonora de cada tarde.
La seriedad responsable de Raúl Mariani, siempre atento a cada requerimiento, poniendo toda su voluntad desde el control, de igual modo la eficiencia de Juancito Atala, en cada reemplazo.
Los sábados cambia el Operador (en “La Yapa”), resultando el impetuoso y bien predispuesto Sergio Etcheverry, fiel “custodia” de las casi tres horas de la única emisión matutina del espacio.
Me dejó también la posibilidad de compartir con este pequeño grupo, charlas largas sobre la vida y nuestras cosas, prolongadas secciones de mates y momentos más intimistas, que mucho difieren del horario central de la radio, donde el mayor movimiento quita lugar a la palabra.
He tenido siempre el soporte y acompañamiento del resto de los compañeros de la radio, no olvidando aquella invitación de Federico Vecchi, posibilitando una vuelta que (ni yo) imaginaba. Que hoy con mis cincuenta cercanos, disfruto como el vino mejor.
Agradezco la bienvenida de cada tarde de Daniel (Guardia) y mucho más “los efectivos sobres” que puntualmente acerca (con pormenorizado detalle) Griselda.
Después de todo: me reencontré con viejos amigos, con oyentes con nombre y apellido, otros a los que solo conozco por la voz que llega desde el teléfono.
Después de todo: pude acompañar las luchas de algunos, los sueños de otros.
Después de todo: conocí de la existencia de dorreguenses por el mundo (como Horacio Rodríguez en México), supe de vecinos que desde lejos se acercan a las noticias de Coronel Dorrego (como Nora Ranieri desde La Plata y Rubén Illescas, en el sur).
Después de todo: guardo conceptuosas y profundas notas de un oyente que no conozco personalmente, como Gustavo Sala, desde El Perdido.
Después de todo: sentí el sincero agradecimiento de: Pilar, “el pato”, “el negro” Coria, Tití, Santina, Donato, Guillermo, Fernandito y tantos otros a los que dedique una semblanza.
Después de todo: volvimos a estar juntos con Gustavo Blázquez, quien solidario (como siempre) vino a tenderme su mano.
Después de todo: percibí la satisfacción de Ricardo Solari, por la ejecución de la obra de acceso por el Cristo.
Después de todo: sentí la impotencia (no la resignación) de Adolfo Rodríguez en su inquietud por lograr una pileta terapéutica.
Después de todo: tuve que lamentar la partida eterna de “mi viejo”, también despedir a un amigo (Javier Yezzi).
Después de todo: pude disfrutar de una nueva Copa Libertadores, ganada en forma brillante por mi querido Estudiantes de La Plata.
Después de todo: recibí las caricias del afecto, los mensajes del alma y las ricas recetas de más de una oyente fiel.
Después de todo: hubo mucha gente que coincidió con algunos de mis planteos. Hubo también molestos y enojados y, hasta algunos esquivan la mirada: por “la tentación” de haber ejercido mi forma de pensar en libertad.
Después de todo: apareció la ambición, la gula y la soberbia de algunos de “los nuevos dirigentes”. También las aggiornadas recetas de “los mismos viejos políticos…”
Después de todo: hablamos de crisis social, de marginalidad, de violencia, de acciones, de la lamentable pérdida de tantos pibes.
Después de todo: supimos de gente que se esfuerza a diario por superarse, que sigue luchando con las únicas armas que tienen: voluntad y sacrificio.
Después de todo: escuchamos de jóvenes pidiendo “dialogo”, apostando por “un camino a la vida”.
Después de todo: puedo ver con frecuencia, la sonrisa grande de “la niña de los ojos claros”.
Después de todo: ¡Valió la pena volver!
Quizás la experiencia ha sido tan positiva, que no hubo ocasión de contar los almanaques transcurridos.
En realidad, fue Patricia la que me alertó de la fecha: el primero de setiembre (ayer) se cumplió exactamente un año de mi último retorno a la radio.
A pesar de mis largos años en la actividad, en mi vuelta a esta casa la incertidumbre me había ganado y deambulaban en mi mente variados interrogantes:
¿Cuál será la respuesta de la gente?
¿Podré adaptarme a un horario (el de la tarde), desacostumbrado para mí?
¿Qué temas interesaran al público del atardecer?
¿Después de todo valdrá la pena volver?
Aún contradiciendo mis expresiones del pasado lunes, decidí dedicar este espacio habitual para realizar un pequeño repaso a este primer año de programa.
A partir de la nota de presentación del programa inicial, me fui obligando a la rutina de escribir diariamente una editorial. Tarea que no resulta fácil, ya sea en la selección de los temas (que no siempre abundan), como también en recrear el interés del público en cada encuentro.
Cada editorial obliga a una gimnasia mental (que no siempre encuentra mis mejores respuestas creativas), sometiéndome al desafío de la palabra, tratando de satisfacer el interés del oyente por un espacio que dispone de vuelo propio.
En tal sentido la publicación de estos textos en la página de LA DORREGO, le agrega el valor documental a cada uno de ellos, con la incorporación de las opiniones que los lectores puedan dispensar -desde el anonimato- a mis dichos.
Debo agradecer también la publicación que semanalmente concreta “Ecos de mi ciudad”, de estas notas, como así también que la firma Helados Jet (auspiciante del segmento) las incluyera en un portal privilegiado de su flamante página en Internet.
¿Qué otras cosas me dejó este primer ciclo de “Después de todo?
El importante acompañamiento del público, comprendido por un target maduro (oyente mayores de cuarenta años).
La respuesta de anunciantes y amigos que con su aporte permiten la permanencia en el aire, de un programa independiente.
La tranquilidad de no tener que instalar la agenda del día, brindándome la posibilidad de manejar otros tiempos, de tomar pausas no habituales y de proponer un ritmo menos vertiginoso.
Poder recrear la “vieja radio” con las tandas comerciales en vivo, encontrando en tal sentido, la mejor predisposición e inestimable colaboración de Patricia Alvarez, que más de una vez (por mis constantes faltazos), tiene que ponerse -además- el programa al hombro.
Darme el gusto de difundir géneros musicales que me agradan, que comparto con la gente. El tango y el folklore, tienen la exclusividad sonora de cada tarde.
La seriedad responsable de Raúl Mariani, siempre atento a cada requerimiento, poniendo toda su voluntad desde el control, de igual modo la eficiencia de Juancito Atala, en cada reemplazo.
Los sábados cambia el Operador (en “La Yapa”), resultando el impetuoso y bien predispuesto Sergio Etcheverry, fiel “custodia” de las casi tres horas de la única emisión matutina del espacio.
Me dejó también la posibilidad de compartir con este pequeño grupo, charlas largas sobre la vida y nuestras cosas, prolongadas secciones de mates y momentos más intimistas, que mucho difieren del horario central de la radio, donde el mayor movimiento quita lugar a la palabra.
He tenido siempre el soporte y acompañamiento del resto de los compañeros de la radio, no olvidando aquella invitación de Federico Vecchi, posibilitando una vuelta que (ni yo) imaginaba. Que hoy con mis cincuenta cercanos, disfruto como el vino mejor.
Agradezco la bienvenida de cada tarde de Daniel (Guardia) y mucho más “los efectivos sobres” que puntualmente acerca (con pormenorizado detalle) Griselda.
Después de todo: me reencontré con viejos amigos, con oyentes con nombre y apellido, otros a los que solo conozco por la voz que llega desde el teléfono.
Después de todo: pude acompañar las luchas de algunos, los sueños de otros.
Después de todo: conocí de la existencia de dorreguenses por el mundo (como Horacio Rodríguez en México), supe de vecinos que desde lejos se acercan a las noticias de Coronel Dorrego (como Nora Ranieri desde La Plata y Rubén Illescas, en el sur).
Después de todo: guardo conceptuosas y profundas notas de un oyente que no conozco personalmente, como Gustavo Sala, desde El Perdido.
Después de todo: sentí el sincero agradecimiento de: Pilar, “el pato”, “el negro” Coria, Tití, Santina, Donato, Guillermo, Fernandito y tantos otros a los que dedique una semblanza.
Después de todo: volvimos a estar juntos con Gustavo Blázquez, quien solidario (como siempre) vino a tenderme su mano.
Después de todo: percibí la satisfacción de Ricardo Solari, por la ejecución de la obra de acceso por el Cristo.
Después de todo: sentí la impotencia (no la resignación) de Adolfo Rodríguez en su inquietud por lograr una pileta terapéutica.
Después de todo: tuve que lamentar la partida eterna de “mi viejo”, también despedir a un amigo (Javier Yezzi).
Después de todo: pude disfrutar de una nueva Copa Libertadores, ganada en forma brillante por mi querido Estudiantes de La Plata.
Después de todo: recibí las caricias del afecto, los mensajes del alma y las ricas recetas de más de una oyente fiel.
Después de todo: hubo mucha gente que coincidió con algunos de mis planteos. Hubo también molestos y enojados y, hasta algunos esquivan la mirada: por “la tentación” de haber ejercido mi forma de pensar en libertad.
Después de todo: apareció la ambición, la gula y la soberbia de algunos de “los nuevos dirigentes”. También las aggiornadas recetas de “los mismos viejos políticos…”
Después de todo: hablamos de crisis social, de marginalidad, de violencia, de acciones, de la lamentable pérdida de tantos pibes.
Después de todo: supimos de gente que se esfuerza a diario por superarse, que sigue luchando con las únicas armas que tienen: voluntad y sacrificio.
Después de todo: escuchamos de jóvenes pidiendo “dialogo”, apostando por “un camino a la vida”.
Después de todo: puedo ver con frecuencia, la sonrisa grande de “la niña de los ojos claros”.
Después de todo: ¡Valió la pena volver!