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"Hacer honor al Gran Maestro: con la espada --de las ideas--, la pluma y la palabra". Por Hugo C. Segurola

Se perdieron en la curva de la vida los sonidos largos de motos en vertiginoso andar, también el inconfundible rugir de pequeños kartings y las emociones de aquellos concurridos encuentros se convirtieron en lejanos recuerdos, que de tanto en tanto en forma de “círculo” dan vuelta en su memoria.

Su casa queda a unos pasos de esas “dos esquinas” claves en su vida; la del deporte motor se encuentra rodeada por prolijo cerco, próxima a convertirse en un complejo deportivo que pretende albergar las ganas y la pasión de niños, jóvenes y mayores.

La otra luce la mejor cara y con orgullo deja ver el escudo de una entidad respetada, un auténtico club de barrio, gestado hace 55 años por la visionaria idea de una mujer.

Fue (su mamá) Doña Dominga la que a los 15 años le “entregó” el titulo de dirigente, cediéndole la posta de un compromiso familiar, que había nacido en su propia casa, la misma que había convertido en vestuario una de sus habitaciones, en aquellas inolvidables tardes de “baby fútbol”.

Poco diestro para el manejo de la pelota, entre todos los pibes se destacaban sus dotes conductivas y organizativas, ya por entonces comenzaba a ser referente de un grupo de ilusiones que en el nombre del “gran maestro” habían encontrado un club que los identificara.

Voy a contar del incipiente dirigente de los 50.

A rescatar la historia de un jovencito atildado y emprendedor.

He de referirme al flaco aquel que a temprana edad, fue diplomado de hombre.

La entonces pujante Cooperativa Agrícola lo albergó en sus dependencias, permitiéndole desde un mostrador, alcanzar a partir de 1.963 una representación gremial que lo acompañaría por algo más de tres décadas.

Como verdadero “regalo de Reyes”, el 6 de enero de 1.970 pasó a ocupar el máximo cargo previsto en el Estatuto de la Sociedad Empleados de Comercio. Convertido en Secretario General, marcó un antes y un después en la vida de la centenaria y prestigiosa institución.

Puntilloso (al extremo) fue delineando estrategias que permitieron responder a las distintas demandas de los trabajadores mercantiles, logrando -con el acompañamiento de las distintas comisiones- el crecimiento de la entidad e insertándola comunitariamente a través de novedosas propuestas y realizaciones, que incluyeron talleres, charlas, conferencias y cursos.

Al recorrer las paginas del pasado, menciona con orgullo el apoyo y la unanimidad de adhesiones logradas ante cada desafío, también la comodidad de “los que miraban de afuera” dejando hacer a los otros..

Entre los ingratos momentos, figura el golpe militar de 1.976 y un recuerdo que aflora, sin rencores, sin olvidos: “fui denunciado por dirigentes pseudos-peronistas (infiltrados destaca) que me obligaron a presentar la renuncia al cargo que tenía en OSECAC…”

La “larga uña de su meñique” ayudó a ordenar las últimas hojas de la tarea diaria, dejando en impecable orden el escritorio de siempre.

Aún y a pesar del pedido de Aníbal (eterno compañero de oficina) y las sugerencias del resto, la decisión estaba tomada y a principios de la década de 2.000 decidió cerrar definitivamente la puerta de su responsabilidad, dejando atrás una sede que había sentido como propia.

Su ajetreado corazón encontró desde hace mucho auxilio (una suerte de respirador permanente), en el cariño grande que le otorga Susana.

De esa manera (con docente a domicilio), fue aprendiendo las lecciones de la buena vida, cumpliendo con cada uno de los deberes, siendo consciente de prohibiciones y obediente alumno, alejado de salsas, picantes y salados...

La vida de jubilados les otorgó a ambos, la posibilidad de disfrutar de pasiones compartidas: leer, preparar conservas o la más placentera y que ya no conoce fronteras, la de poder viajar con frecuencia.

Hay costumbres que se mantienen inalterables, que surgen en su acontecer como una suerte de mandamientos:

La lectura pormenorizada del diario.

El mate cocido.

La pulcritud en el vestir.

El trato amable y amigable.

Su negativa a conducir vehículos.

Julio Colantonio: departiendo feliz el último sábado en la cena aniversario de su querido Sarmiento, compartiendo con Susana, Susy y Héctor (Menna) animada charla, siendo espectador ( ya que no le gusta bailar) del movimiento de muchas parejas al ritmo de “Luna Bonita”.

Julio Colantonio: con inconfundible fina voz, saludando en la calle, departiendo en la mesa de las 11 con amigos.

Julio Colantonio: organizador de torneos de fútbol, carreras de motos, karting y ciclismo, bailes populares, concursos de cantores y hasta alguna vez, “una corrida de toros”.

Julio Colantonio: repasando pesados bibilioratos que contienen cronológicamente asentada la vida de su querido y único club, que sirven de sustento para un trabajo que prepara y que servirá para contar su historia institucional.

Julio Colantonio: proveyéndome después de cada viaje de diarios, revistas y recortes (souvenirs que voy acumulando), que él se encarga de acercarme en voluminosos sobres, que contienen recuerdos, citas, referencias a dorreguenses famosos, noticias o datos de los lugares visitados.

Julio Colantonio: el dirigente gremial de ayer, el vecino de “buena percha”, el amigo mayor que (sin pedirla) me ofrece su ayuda, el “flaquito quinceañero” que supo escuchar el llamado dirigencial de su madre.

Julio Colantonio: “pajarito” (como alguna vez lo citó con afecto, don Ezequiel Crisol), “volando suavemente por el firmamento de los sueños, desplegando sus alitas en la búsqueda de un bandada de recuerdos, retornando puntualmente cada día al nido barrial de su existencia”.