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"Una semblanza sureña". Escribe Hugo C. Segurola

Cada octubre florecen en su interior primaverales sentimientos nativistas; aunque desde hace algunos años la salud parece haber “enlazado” sus habituales recorridos en días y noches de la fiesta convocante, embretándolo entre dos molestas muletas.

Pero sabe que no es fácil delegar la posta heredada, que es necesario seguir alimentando la llama de aquel fogón encendido hace 54 años, que no es de buen paisano retroceder.

Los más jóvenes encuentran en sus acertadas palabras: auxilios oportunos, consejos que construyen, aliento que ayuda a seguir.

Constituido en respetado referente de la cultura tradicionalista, exhibe a diario los bagajes de conocimientos adquiridos desde la transmisión oral, la investigación personal y el contacto directo con los hombres y mujeres que dejaron imperecedera huella en este sur bonaerense.

Acuña documentos de ayer como verdaderos tesoros, sumando a cada relato las historias que surgen de su particular memoria, que actualiza con la lectura, con los mensajes de madrugada que llegan desde una transmisión radial lejana.

La mirada surge siempre atenta, la expresión resulta clara y sin vueltas.

Su voz nunca se eleva, sin embargo cada cita resulta contundente, aleccionadora, profunda.

Cada concepto tiene el sabor de las cosas nuestras, llevando la inconfundible marca de la autenticidad.

Lleva con orgullo un apellido español, tan común como el de tantos.

Nació en el año 1938, según el padrón: agricultor y para más datos, de la estación San Román.

Con precisión recuerda tiempos de esplendor en la pequeña localidad, evocando con nostalgia días de movimiento pleno a partir de la llegada de un tren llamado progreso.

Enumera en una suerte de inventario los comercios de entonces, la importante cantidad de familias asentadas en el lugar y el trabajo que generaba a partir de “las buenas cosechas”, una legión de chacareros.

Cuenta del campo paterno, aquel que se mojaba con la laguna que dio origen al pueblo; tierras que algunas vez pertenecieron -según expresa- al mismísimo Luís Ángel Firpo.

Seducido por el mensaje del costumbrismo encontró en la Peña Nativista el sitio acorde para canalizar sus inquietudes, esas que despuntaban desde las cuerdas de una guitarra, esas mismas que se hicieron danza en las históricas formaciones de la entidad.

Llamado a recordar cuenta de las noches del “Palenque”, también de aquel frío 28 de julio de 1955 cuando en la vieja sede roja quedó conformada la primera comisión directiva, de a uno nombra a los protagonistas de aquella épica decisión, brindándole el respetuoso reconocimiento de los recuerdos.

Artistas, poetas, periodistas, bailarines, dirigentes, colaboradores y criollos auténticos… a todos menciona, les asigna importancia, reconoce el aporte de tanta gente en la continuidad de aquella idea, destaca la positiva realidad de una fiesta nuestra convertida en “provincial”.

La edición 50 está en marcha… a duras penas y con gran esfuerzo, él sigue siendo fiel al compromiso contraído.

Aunque le cueste llevar el estandarte, aunque sus pasos necesiten ayuda… sabe que lo esperan, que debe seguir, que es necesario dar un paso más.

Que es algo más que el Presidente de la Peña Nativista: es el depositario de un legado de patria…intransferible.

Es el centinela que tiene bajo su consigna: “la tradición”.

El hombre que nos cuenta de Yupanqui, de Suma y de Merlo.

El viajero que nos lleva por los lejanos caminos de “Gato y Mancha”.

El que nos habla de la huella trazada por Pedro Iribarne.

El que hace sonreír con las anécdotas de Barda.

El que nos hace bailar con el recuerdo del bandoneón del “feo Matti”.

El que al nombrar a Luís Lezcano…les pone identidad a los reseros que se marcharon detrás de la última tropa.

“Yiye”: el habitante de la calle Holanda; compartiendo con Margo jornadas de soledad entre libros, canciones y el particular servicio de una peluquería canina, que a veces lo tuvo cuidando preciadas mascotas ajenas.

Amilcar: el hijo de Lotario, del hombre respetado y benefactor que en la Sala de Primeros Auxilios de San Román, tiene su eterno y merecido homenaje.

Amilcar: el padre que tiene los hijos a la distancia: Facundo en las sierras “del Tandil”, Adrián en la España, que no hace mucho él también visitó.

Amilcar González: el que sigue luchando con los dolores de una cadera herida, que parece no querer cicatrizar sus males.

Amilcar González: uno de los integrantes de la habitual mesa de las once, en un café nuevo que alberga todos los días, sobre el ventanal de ingreso: “añejas historias de ayer y frescas (aunque no siempre buenas) noticias de hoy…

Amilcar González: desde la simpleza de sus actos, desde la grandeza de sus ideales, como buen hombre de esta llanura… “sigue pialando verdades con el lazo de la memoria.”