En verdad fue Leonardo Alaiz, un lector de la página de la radio, el encargado de recordar la circunstancia: el pasado lunes se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de una de las plumas más destacadas de la literatura dorreguense.
A no dudar que José Alaiz ocupa un lugar importante en el podio de escritores locales, cuya trascendencia fue más allá de este ámbito.
En tal sentido deben citarse los nombres de Luís Acosta García, Isidro Álvarez Alonso y Roberto Juarroz como los más destacados, a los que necesariamente debe agregarse Alaiz, quién trascendió desde la poesía gauchesca, pintando al hombre de campo y su entorno con un decir llano y simple.
Nacido en 1914 en nuestra ciudad, era hijo de un matrimonio de origen español que a principios del siglo pasado se afincaron en este medio.
Alumno de la Escuela Nº 7, el domicilio familiar estaba ubicado sobre calle Ramos Ojeda, trasladándose luego a la casa que compartió con sus hermanas hasta el último día de su vida, a escasos metros de la original, sobre calle 9. Tal como lo recordó días atrás Carlos Trotti, el recordado poeta era orgullo de Villa Dreyfus: nuestro barrio.
El deporte lo tuvo como activo protagonista en sus años mozos, siendo destacado futbolista y jugador de pelota a paleta, disciplina ésta que tuvo doradas épocas en frontones abiertos y cerrados.
Varios fueron los apodos que permitieron identificarlo, “El gallego”, “el cuis” y el más conocido de todos: “El Dorreguero”, el cual pasó a convertirse en tarjeta de presentación y a otorgar pertenencia a su poesía.
El contacto de niño con el paisaje rural le permitió conocer de cerca las alegrías y vicisitudes del paisano, reflejando en sus versos todo el acontecer campero.
Sin dudas que la obra de Alaiz ha sido muy rica, motivando que varios interpretes musicales rescataran la misma. Juan Tear, “Coco” Basualdo, Jorge Aguirre, el bahiense Rubén Gattari y los hermanos Visconti, han sido algunos de los que han trasladado al disco o la actuación el sentimiento de nuestro poeta.
Cuatro fueron los libros que llegó a publicar, resultando excelentes piezas que han dejado la huella de su impronta y particular decir.
“Desensillando”, inició la lista, para luego presentar “Con todo el rollo” y “Sur adentro”, para finalmente en 1985 dejar su última obra: “Desde Dorrego”.
Además de reflejar las vivencias de la llanura, se permitió rescatar la vida de nombres valiosos para nuestro acervo nativo e histórico. Los versos dedicados a Manuel Dorrego, Pedro Iribarne, Santiago Labrisca, Darío Zabala, resultan prueba elocuente de ello.
“Dorreguero y payador”, dedicado a Luís Acosta García se convirtió en el tema más popular de su vasto repertorio.
Introducirse en la poesía de Alaiz permite encontrarse también con expresiones más comprometidas y profundas, donde nos dejó su pensamiento sobre: política, conductas sociales y comportamientos públicos.
Rescato aquí algunas de sus reflexiones, en el tema “Desde el fogón”:
“Que me perdonen algunos
si los salpica mi trato
pero cuando me desato
mi lengua no se abatata
al que lo compran con plata
siempre se vende barato.”
“Siempre acordate del árbol
y corregite de abajo
cortá el mal vicio de quajo
y vos se siempre tu juez
vale doble la honradez
si la apuntala el trabajo:”
“El que no quiere arriesgar
sigue el surco que conviene
aquel que un ideal sostiene
no debe mirar atrás
para mi nadie nada más
que aquel que da lo que tiene.”
“Hay que cortar la limosna
resulta mala semilla
lo inhibe al hombre, lo humilla
y cuesta abajo lo manda
mientras el que da se agranda
el que pide se arrodilla.”
La obra de Alaiz ha sido muchas veces olvidada y desestimada desde la indiferencia, siendo más reconocida fuera de Dorrego que en nuestro propio suelo.
Un párrafo aparte para Hugo de Cos, una suerte de receptor (en sus tiempos en el Diario La Voz) de las creaciones del “Dorreguero”, el cual era dueño de una memoria especial, que le permitía retener “sin escribir” los versos que con llamativa precisión luego dictaba.
Darío Lemos fue otro de los hombres cercanos a José Alaiz, con el que compartía su amor por lo tradicional, uniéndolos además una ligazón barrial que facilitaba el contacto.
El último reconocimiento importante a su obra, lo cristalizó el Museo Regional “Carlos Funes Derieul”, en el año 2000, cuando en el marco de la 41 Fiesta de las llanuras y por iniciativa de Graciela San Román se tributó un sentido homenaje.
Esa ocasión sirvió para rescatar algunos trabajos inéditos de este destacado autor, entre los que pueden citarse unos versos a la figura de Amadeo Sauco y “El susto y la disparada”, que relata con humor una recordada partida de naipes en El Perdido, en la década del 60, la que concluyó con la inesperada presencia policial.
Su particular y rápido andar eran características fáciles de percibir, como así también el infaltable pañuelo al cuello y el sombrero, prendas que se resistía a archivar a pesar de la llegada de los nuevos tiempos.
El 28 de setiembre de 1995 se apagó la vida de José Alaiz.
A 14 años de su deceso queda el recuerdo grato de sus amigos y el aporte trascendente de sus trabajos.
Conocer y difundir su obra resulta una sugerencia valida para las generaciones del presente.
José Alaiz, “el Dorreguero”: el hombre simple que desde la sencillez de su poesía trazó un camino de tradición, que merece al menos: “no ser olvidado”…
A no dudar que José Alaiz ocupa un lugar importante en el podio de escritores locales, cuya trascendencia fue más allá de este ámbito.
En tal sentido deben citarse los nombres de Luís Acosta García, Isidro Álvarez Alonso y Roberto Juarroz como los más destacados, a los que necesariamente debe agregarse Alaiz, quién trascendió desde la poesía gauchesca, pintando al hombre de campo y su entorno con un decir llano y simple.
Nacido en 1914 en nuestra ciudad, era hijo de un matrimonio de origen español que a principios del siglo pasado se afincaron en este medio.
Alumno de la Escuela Nº 7, el domicilio familiar estaba ubicado sobre calle Ramos Ojeda, trasladándose luego a la casa que compartió con sus hermanas hasta el último día de su vida, a escasos metros de la original, sobre calle 9. Tal como lo recordó días atrás Carlos Trotti, el recordado poeta era orgullo de Villa Dreyfus: nuestro barrio.
El deporte lo tuvo como activo protagonista en sus años mozos, siendo destacado futbolista y jugador de pelota a paleta, disciplina ésta que tuvo doradas épocas en frontones abiertos y cerrados.
Varios fueron los apodos que permitieron identificarlo, “El gallego”, “el cuis” y el más conocido de todos: “El Dorreguero”, el cual pasó a convertirse en tarjeta de presentación y a otorgar pertenencia a su poesía.
El contacto de niño con el paisaje rural le permitió conocer de cerca las alegrías y vicisitudes del paisano, reflejando en sus versos todo el acontecer campero.
Sin dudas que la obra de Alaiz ha sido muy rica, motivando que varios interpretes musicales rescataran la misma. Juan Tear, “Coco” Basualdo, Jorge Aguirre, el bahiense Rubén Gattari y los hermanos Visconti, han sido algunos de los que han trasladado al disco o la actuación el sentimiento de nuestro poeta.
Cuatro fueron los libros que llegó a publicar, resultando excelentes piezas que han dejado la huella de su impronta y particular decir.
“Desensillando”, inició la lista, para luego presentar “Con todo el rollo” y “Sur adentro”, para finalmente en 1985 dejar su última obra: “Desde Dorrego”.
Además de reflejar las vivencias de la llanura, se permitió rescatar la vida de nombres valiosos para nuestro acervo nativo e histórico. Los versos dedicados a Manuel Dorrego, Pedro Iribarne, Santiago Labrisca, Darío Zabala, resultan prueba elocuente de ello.
“Dorreguero y payador”, dedicado a Luís Acosta García se convirtió en el tema más popular de su vasto repertorio.
Introducirse en la poesía de Alaiz permite encontrarse también con expresiones más comprometidas y profundas, donde nos dejó su pensamiento sobre: política, conductas sociales y comportamientos públicos.
Rescato aquí algunas de sus reflexiones, en el tema “Desde el fogón”:
“Que me perdonen algunos
si los salpica mi trato
pero cuando me desato
mi lengua no se abatata
al que lo compran con plata
siempre se vende barato.”
“Siempre acordate del árbol
y corregite de abajo
cortá el mal vicio de quajo
y vos se siempre tu juez
vale doble la honradez
si la apuntala el trabajo:”
“El que no quiere arriesgar
sigue el surco que conviene
aquel que un ideal sostiene
no debe mirar atrás
para mi nadie nada más
que aquel que da lo que tiene.”
“Hay que cortar la limosna
resulta mala semilla
lo inhibe al hombre, lo humilla
y cuesta abajo lo manda
mientras el que da se agranda
el que pide se arrodilla.”
La obra de Alaiz ha sido muchas veces olvidada y desestimada desde la indiferencia, siendo más reconocida fuera de Dorrego que en nuestro propio suelo.
Un párrafo aparte para Hugo de Cos, una suerte de receptor (en sus tiempos en el Diario La Voz) de las creaciones del “Dorreguero”, el cual era dueño de una memoria especial, que le permitía retener “sin escribir” los versos que con llamativa precisión luego dictaba.
Darío Lemos fue otro de los hombres cercanos a José Alaiz, con el que compartía su amor por lo tradicional, uniéndolos además una ligazón barrial que facilitaba el contacto.
El último reconocimiento importante a su obra, lo cristalizó el Museo Regional “Carlos Funes Derieul”, en el año 2000, cuando en el marco de la 41 Fiesta de las llanuras y por iniciativa de Graciela San Román se tributó un sentido homenaje.
Esa ocasión sirvió para rescatar algunos trabajos inéditos de este destacado autor, entre los que pueden citarse unos versos a la figura de Amadeo Sauco y “El susto y la disparada”, que relata con humor una recordada partida de naipes en El Perdido, en la década del 60, la que concluyó con la inesperada presencia policial.
Su particular y rápido andar eran características fáciles de percibir, como así también el infaltable pañuelo al cuello y el sombrero, prendas que se resistía a archivar a pesar de la llegada de los nuevos tiempos.
El 28 de setiembre de 1995 se apagó la vida de José Alaiz.
A 14 años de su deceso queda el recuerdo grato de sus amigos y el aporte trascendente de sus trabajos.
Conocer y difundir su obra resulta una sugerencia valida para las generaciones del presente.
José Alaiz, “el Dorreguero”: el hombre simple que desde la sencillez de su poesía trazó un camino de tradición, que merece al menos: “no ser olvidado”…