No fue a los gritos su pedido…
No lo hizo de manera altanera, prepotente o a viva voz…
Les costó hilvanar las palabras, dar curso a un texto escrito en forma de carta.
La emoción, la falta de costumbre de enfrentar un micrófono que siempre surge como intimidante y la inhibición propia que viven muchas personas cuando sus dichos se convierten en públicos… motivaron no pocas dificultades para contar su historia.
Había llegado el momento de expresar lo que sucedía en el ámbito de su casa, lo que tanto tiempo había callado.
En verdad desde hace días estaba instalada en su mente la idea de exteriorizarlo a través de la radio.
Los interrogantes se habrán sumado y planteado en su interior las dificultades que aquella iniciativa implicaba:
¿Me atreveré a contar temas que hacen al círculo íntimo de mi vida?
¿Cómo responderá la sociedad, las autoridades y las entidades ligadas al tema?
¿Alguien comprenderá mi ruego, entenderá mis angustias?
Quizás sintiéndose interpretada por ese grupito de mujeres que cada martes a la semana tiene su espacio en la radio, es que se decidió a dar el gran paso… quizás el único que le quedaba por afrontar…quizás el último.
No hubo bronca en sus expresiones…
No buscó culpables del drama que desde hace años hace estragos en su vida.
El caso de su hijo no es nuevo y no han sido pocos los intentos para buscar soluciones a las contingencias que derivan de un alcohol que hiere, que carcome, que transforma, que cambia rumbos, que se vuelve indominable.
Ana arrastra desde hace tiempo la carga de la adicción que padece su hijo, no han sido pocas las circunstancias que lo tuvieron como protagonista de hechos que trascendieron públicamente y muchas veces debió socorrerlo, visitarlo en un hospital o verlo tras las rejas de la comisaría.
Ana buscó de todas las maneras contenerlo, comprenderlo, darle el calor que le faltaba, abrigar su soledad, curar con palabras simples la abstinencia arrolladora.
Ana lo vio muchas veces marcharse de su casa hacia el otro extremo de la ciudad. El viejo basural a cielo abierto lo encontró hurgando entre los residuos, trastos viejos, hierros, papeles.
Quizás buscaba pequeñas cosas para vender, llevar un pesito y una alegría a su casa…o para encontrar los recursos que sirvieran para acceder a la caja de cartón que encerraba el vino de sus angustias.
Ana se esperanzó con la posibilidad de un tratamiento que pusiera fin a la carrera alcohólica de su hijo…
Se entristeció cuando al poco tiempo se produjo el retorno de Reynaldo y otra vez los fantasmas recorrieron impiadosos las habitaciones de su hogar, trasformando sus sueños en lacerantes pesadillas.
Nuevamente los desvelos y los ruegos se mezclaron sin encontrar respuestas.
La realidad la encontró sola, desesperada…casi sin fuerzas.
Algunos pocos la consuelan y la entienden, otros la acompañan en el dolor.
Muchos ignoran sus pedidos, piensan que ya se hicieron cosas, que queda poco por intentar… que ya no existe lugar para “otra oportunidad”…
Ana tiene miedo…
Ana se quedó sin fuerzas para seguir el camino.
Ana sintió que había gente dispuesta a escucharla, que esas mujeres que mandan a “lavar platos a otros” le dispensaban confianza para contar sus penas, que era la ocasión propicia para dejar de callar.
Ana se expresó desde el amor de madre, desde la impotencia y el desamparo.
Ana no tiene armas para enfrentar el flagelo del alcohol que carcome la vida de un hijo, próximo a los cuarenta.
Ana pide… advierte… espera que no sea tarde.
Ana no quiere un hijo agresivo o violento…
No lo quiere herido… no quiere que lastime a otros… no lo desea preso… o muerto.
Ana expresó su sentimiento de madre, también el agotamiento por un proceso que desde años la agobia.
Ana es una vecina nuestra… un mujer simple… “una mamá” en el sentido cabal de la palabra.
Reynaldo naufraga en los mares del alcohol, marcha a la deriva enfrentando la tormenta de la adicción…sin faro que lo guié…sin una costa que lo reciba.
Ana convirtió su pedido en un ruego, con la ilusión que ya no sea tarde…
¡Quién quiera oír…que oiga!
No lo hizo de manera altanera, prepotente o a viva voz…
Les costó hilvanar las palabras, dar curso a un texto escrito en forma de carta.
La emoción, la falta de costumbre de enfrentar un micrófono que siempre surge como intimidante y la inhibición propia que viven muchas personas cuando sus dichos se convierten en públicos… motivaron no pocas dificultades para contar su historia.
Había llegado el momento de expresar lo que sucedía en el ámbito de su casa, lo que tanto tiempo había callado.
En verdad desde hace días estaba instalada en su mente la idea de exteriorizarlo a través de la radio.
Los interrogantes se habrán sumado y planteado en su interior las dificultades que aquella iniciativa implicaba:
¿Me atreveré a contar temas que hacen al círculo íntimo de mi vida?
¿Cómo responderá la sociedad, las autoridades y las entidades ligadas al tema?
¿Alguien comprenderá mi ruego, entenderá mis angustias?
Quizás sintiéndose interpretada por ese grupito de mujeres que cada martes a la semana tiene su espacio en la radio, es que se decidió a dar el gran paso… quizás el único que le quedaba por afrontar…quizás el último.
No hubo bronca en sus expresiones…
No buscó culpables del drama que desde hace años hace estragos en su vida.
El caso de su hijo no es nuevo y no han sido pocos los intentos para buscar soluciones a las contingencias que derivan de un alcohol que hiere, que carcome, que transforma, que cambia rumbos, que se vuelve indominable.
Ana arrastra desde hace tiempo la carga de la adicción que padece su hijo, no han sido pocas las circunstancias que lo tuvieron como protagonista de hechos que trascendieron públicamente y muchas veces debió socorrerlo, visitarlo en un hospital o verlo tras las rejas de la comisaría.
Ana buscó de todas las maneras contenerlo, comprenderlo, darle el calor que le faltaba, abrigar su soledad, curar con palabras simples la abstinencia arrolladora.
Ana lo vio muchas veces marcharse de su casa hacia el otro extremo de la ciudad. El viejo basural a cielo abierto lo encontró hurgando entre los residuos, trastos viejos, hierros, papeles.
Quizás buscaba pequeñas cosas para vender, llevar un pesito y una alegría a su casa…o para encontrar los recursos que sirvieran para acceder a la caja de cartón que encerraba el vino de sus angustias.
Ana se esperanzó con la posibilidad de un tratamiento que pusiera fin a la carrera alcohólica de su hijo…
Se entristeció cuando al poco tiempo se produjo el retorno de Reynaldo y otra vez los fantasmas recorrieron impiadosos las habitaciones de su hogar, trasformando sus sueños en lacerantes pesadillas.
Nuevamente los desvelos y los ruegos se mezclaron sin encontrar respuestas.
La realidad la encontró sola, desesperada…casi sin fuerzas.
Algunos pocos la consuelan y la entienden, otros la acompañan en el dolor.
Muchos ignoran sus pedidos, piensan que ya se hicieron cosas, que queda poco por intentar… que ya no existe lugar para “otra oportunidad”…
Ana tiene miedo…
Ana se quedó sin fuerzas para seguir el camino.
Ana sintió que había gente dispuesta a escucharla, que esas mujeres que mandan a “lavar platos a otros” le dispensaban confianza para contar sus penas, que era la ocasión propicia para dejar de callar.
Ana se expresó desde el amor de madre, desde la impotencia y el desamparo.
Ana no tiene armas para enfrentar el flagelo del alcohol que carcome la vida de un hijo, próximo a los cuarenta.
Ana pide… advierte… espera que no sea tarde.
Ana no quiere un hijo agresivo o violento…
No lo quiere herido… no quiere que lastime a otros… no lo desea preso… o muerto.
Ana expresó su sentimiento de madre, también el agotamiento por un proceso que desde años la agobia.
Ana es una vecina nuestra… un mujer simple… “una mamá” en el sentido cabal de la palabra.
Reynaldo naufraga en los mares del alcohol, marcha a la deriva enfrentando la tormenta de la adicción…sin faro que lo guié…sin una costa que lo reciba.
Ana convirtió su pedido en un ruego, con la ilusión que ya no sea tarde…
¡Quién quiera oír…que oiga!