Son apenas un puñadito de mujeres que dejan a un lado sus propias ocupaciones, para ocuparse de los demás.
No interesan cargos, no pugnan por posiciones en una lista o lugares de relevancia.
Trabajan mancomunadamente, asociadas en forma voluntaria y desinteresada con un solo propósito: “servir al prójimo”.
No aparecen en fotografías mostrando lo que hacen, pocas veces son noticia y cuando recurren a los medios de comunicación es para pedir por alguien o para ofrecer colaboración. Nunca para vanagloriarse de la ayuda que brindan.
Conscientes que los dolorosos efectos de la pobreza nunca se toman vacaciones, su tarea no sabe de pausas o feriados; mucho menos utilizan las indiferentes frases: “hoy no podemos”…”venì mañana…”
No es que le sobre tiempo, por el contrario: le quitan horas a sus cosas, las dedican generosas a los demás.
Tienen acabado conocimiento de la problemática social lugareña.
Están al tanto de los vaivenes estaciónales, conocen de “cosechas” que pasan como el viento, de temporadas de verano en Monte que resultan cada vez más cortas.
Se han convertido en expertas en crisis y saben a ciencia cierta de las consecuencias de la pobreza.
Saben que la miseria discrimina, relega y también subleva.
Conocen de memoria a cada uno de los integrantes de las familias que asisten, por ello les responden con afecto, con el cariño que merece el que realmente necesita.
Les duele saber que los nombres se repiten por años, que se van agregando los hijos mayores a la lista de la indigencia, los que al formar su propia familia se encuentran con los mismos problemas de sus padres.
Aprendieron del dolor del que pide, de las lágrimas que genera la dignidad perdida.
Tienen su propio censo de urgencias y necesidades.
Alimentos, indumentaria, calzados, pañales, medicamentos, leña, querosén, garrafas, pasajes o pago de servicios… constituyen los principales requerimientos de la gente.
Pero no solamente hay respuestas materiales, en más de una ocasión se convierten en la voz que aconseja al jefe de familia desesperado, a la madre que no encuentra la salida o a la jovencita próxima a convertirse en mamá adolescente.
La pequeña casa institucional está abarrotada de ropa, que resulta lo que más dona la gente. La mayoría acerca prendas utilizables, limpias y prolijas, otros entregan lo que sobra o molesta en la casa… más que dar se quitan la mugre de encima y sienten (a su modo) “el placer” de dar.
Acomodan pilas de ropas, seleccionan por talles o características, las ponen en condiciones y a través de sus ferias las brindan a la gente por monedas o pocos pesos…muchas veces las entregan sin nada a cambio.
Esos pesitos que suman vuelven en mercaderías o asistencia, nunca alcanzan para responder ante la emergencia.
Antes del invierno recrean el arte de tejer, posibilitando que muchas mujeres confeccionen sus propias mantas o arreglen prendas que necesitan, especialmente con el comienzo de cada ciclo escolar.
Suelen brindar mediante la colaboración de docentes o jóvenes estudiantes, apoyo escolar a los alumnos que no están en condiciones de pagar clases particulares.
Además del tiempo que dedican y del esfuerzo que entregan, aportan dinero o elementos y cuando la circunstancia lo requiere sus propios vehículos pasan a ser el transporte institucional.
Nadie duda de sus acciones, decisiones o de los pasos que dan.
No encuentran reemplazos o gente dispuesta a tomar la posta en la difícil carrera de la solidaridad.
Saben que tendrán que seguir hasta el último aliento, que no pueden abandonar a “sus hermanos”…que sobran los dedos de las manos para contar personas dispuestas a sumarse a esta causa social.
Son mujeres dedicadas al servicio en cuerpo y alma, sintiéndose hijas, hermanas, madres y abuelas…protectores ángeles que desde la tierra contribuyen con sus semejantes.
Son valerosas heroínas sin más armas que el amor y la voluntad, que decididas se ponen al frente en las duras batallas de tantas crisis, siempre dispuestas a entregar… a seguir creyendo en que es posible un tiempo mejor.
Son respetadas como pocos dirigentes.
Son la luz en la larga noche de la desesperanza de muchos.
Son el abrigo que protege ante en el frío cruel de la miseria.
Poco se conoce de sus nombres y apellidos, poco se sabe de sus rostros.
Son… Pilar y unas pocas señoras más: suficientes para hacer el bien.
Son entre tantas: distintas…
Son las integrantes de Cáritas… Las “señoras” de Cáritas…
¡Benditas mujeres nuestras!
No interesan cargos, no pugnan por posiciones en una lista o lugares de relevancia.
Trabajan mancomunadamente, asociadas en forma voluntaria y desinteresada con un solo propósito: “servir al prójimo”.
No aparecen en fotografías mostrando lo que hacen, pocas veces son noticia y cuando recurren a los medios de comunicación es para pedir por alguien o para ofrecer colaboración. Nunca para vanagloriarse de la ayuda que brindan.
Conscientes que los dolorosos efectos de la pobreza nunca se toman vacaciones, su tarea no sabe de pausas o feriados; mucho menos utilizan las indiferentes frases: “hoy no podemos”…”venì mañana…”
No es que le sobre tiempo, por el contrario: le quitan horas a sus cosas, las dedican generosas a los demás.
Tienen acabado conocimiento de la problemática social lugareña.
Están al tanto de los vaivenes estaciónales, conocen de “cosechas” que pasan como el viento, de temporadas de verano en Monte que resultan cada vez más cortas.
Se han convertido en expertas en crisis y saben a ciencia cierta de las consecuencias de la pobreza.
Saben que la miseria discrimina, relega y también subleva.
Conocen de memoria a cada uno de los integrantes de las familias que asisten, por ello les responden con afecto, con el cariño que merece el que realmente necesita.
Les duele saber que los nombres se repiten por años, que se van agregando los hijos mayores a la lista de la indigencia, los que al formar su propia familia se encuentran con los mismos problemas de sus padres.
Aprendieron del dolor del que pide, de las lágrimas que genera la dignidad perdida.
Tienen su propio censo de urgencias y necesidades.
Alimentos, indumentaria, calzados, pañales, medicamentos, leña, querosén, garrafas, pasajes o pago de servicios… constituyen los principales requerimientos de la gente.
Pero no solamente hay respuestas materiales, en más de una ocasión se convierten en la voz que aconseja al jefe de familia desesperado, a la madre que no encuentra la salida o a la jovencita próxima a convertirse en mamá adolescente.
La pequeña casa institucional está abarrotada de ropa, que resulta lo que más dona la gente. La mayoría acerca prendas utilizables, limpias y prolijas, otros entregan lo que sobra o molesta en la casa… más que dar se quitan la mugre de encima y sienten (a su modo) “el placer” de dar.
Acomodan pilas de ropas, seleccionan por talles o características, las ponen en condiciones y a través de sus ferias las brindan a la gente por monedas o pocos pesos…muchas veces las entregan sin nada a cambio.
Esos pesitos que suman vuelven en mercaderías o asistencia, nunca alcanzan para responder ante la emergencia.
Antes del invierno recrean el arte de tejer, posibilitando que muchas mujeres confeccionen sus propias mantas o arreglen prendas que necesitan, especialmente con el comienzo de cada ciclo escolar.
Suelen brindar mediante la colaboración de docentes o jóvenes estudiantes, apoyo escolar a los alumnos que no están en condiciones de pagar clases particulares.
Además del tiempo que dedican y del esfuerzo que entregan, aportan dinero o elementos y cuando la circunstancia lo requiere sus propios vehículos pasan a ser el transporte institucional.
Nadie duda de sus acciones, decisiones o de los pasos que dan.
No encuentran reemplazos o gente dispuesta a tomar la posta en la difícil carrera de la solidaridad.
Saben que tendrán que seguir hasta el último aliento, que no pueden abandonar a “sus hermanos”…que sobran los dedos de las manos para contar personas dispuestas a sumarse a esta causa social.
Son mujeres dedicadas al servicio en cuerpo y alma, sintiéndose hijas, hermanas, madres y abuelas…protectores ángeles que desde la tierra contribuyen con sus semejantes.
Son valerosas heroínas sin más armas que el amor y la voluntad, que decididas se ponen al frente en las duras batallas de tantas crisis, siempre dispuestas a entregar… a seguir creyendo en que es posible un tiempo mejor.
Son respetadas como pocos dirigentes.
Son la luz en la larga noche de la desesperanza de muchos.
Son el abrigo que protege ante en el frío cruel de la miseria.
Poco se conoce de sus nombres y apellidos, poco se sabe de sus rostros.
Son… Pilar y unas pocas señoras más: suficientes para hacer el bien.
Son entre tantas: distintas…
Son las integrantes de Cáritas… Las “señoras” de Cáritas…
¡Benditas mujeres nuestras!