Además de desnudar, una vez, la ineficiencia policial de la Bonaerense (esta vez sin dolo o desidia deliberada) en la investigación; el mal estado de algunas rutas y la falta de apego a las normas básicas de seguridad (el uso del cinturón de seguridad, por ejemplo) de la mayoría de los automovilistas, el caso de la familia Pomar evidenció el pobrísimo nivel en que está sumergida actualmente buena parte de la prensa nacional.
Durante los largos días de incertidumbre, y hasta la confirmación del terrible accidente, los principales medios capitalinos con alcance nacional dejaron trascender un montón de rumores infundados.
Como en tantos otros temas de la actualidad, faltaron precisión informativa y rigor analítico. Con tal de potenciar la (falta de) noticia, se tejieron hipótesis sin sustento y especulaciones de todo tipo.
Actuaron, como actúan habitualmente, propagando chismes e inexactitudes.
Como esta prensa vampiresca sabe que hay una perversa curiosidad de varios consumidores de noticias capaces de consumir hasta su propia sangre con tal de que el morbo no se tome descanso, publicaron versiones de secuestro, de autosecuestro o de salvaje asesinato; esta última, era la que más los seducía. Pero nada de eso había pasado. Los cuatro integrantes de la familia Pomar murieron en un accidente.
Y esos mismos consumidores, los que se deglutieron esos chismes, como ya se los tragaron tantas otras veces con otros temas, van a seguir encendiendo la tele para ver los noticieros. Y les van a seguir creyendo. Y esos mismos medios, con sus pifias a cuestas (algunas, cometidas maliciosamente; otras, por falta de profesionalismo), no van a pedir perdón a sus consumidores por los yerros cometidos; primeramente, porque esos medios se creen intocables, los dueños de la verdad absoluta; y también porque esos consumidores, al retribuir la confianza en esos medios, los siguen avalando.
El actual mercado periodístico, con sus honrosas excepciones, como en todo, siempre “tendrá preparado un banco de sangre y un criadero de vampiros”, como alguna vez escribió Orlando Barone.
El material informativo sensacionalista y moralmente dudoso sigue cotizando en alza. Y termino apelando nuevamente a Barone. Pero no hay mucho de qué preocuparse, porque siempre –emisores y receptores- somos absueltos por nosotros mismos. Las noticias son cada vez más inimputables. Porque casi nunca están en su sano juicio. Y buena parte del público es su socio y no le hace asco a nada. Porque es omnívoro.
Durante los largos días de incertidumbre, y hasta la confirmación del terrible accidente, los principales medios capitalinos con alcance nacional dejaron trascender un montón de rumores infundados.
Como en tantos otros temas de la actualidad, faltaron precisión informativa y rigor analítico. Con tal de potenciar la (falta de) noticia, se tejieron hipótesis sin sustento y especulaciones de todo tipo.
Actuaron, como actúan habitualmente, propagando chismes e inexactitudes.
Como esta prensa vampiresca sabe que hay una perversa curiosidad de varios consumidores de noticias capaces de consumir hasta su propia sangre con tal de que el morbo no se tome descanso, publicaron versiones de secuestro, de autosecuestro o de salvaje asesinato; esta última, era la que más los seducía. Pero nada de eso había pasado. Los cuatro integrantes de la familia Pomar murieron en un accidente.
Y esos mismos consumidores, los que se deglutieron esos chismes, como ya se los tragaron tantas otras veces con otros temas, van a seguir encendiendo la tele para ver los noticieros. Y les van a seguir creyendo. Y esos mismos medios, con sus pifias a cuestas (algunas, cometidas maliciosamente; otras, por falta de profesionalismo), no van a pedir perdón a sus consumidores por los yerros cometidos; primeramente, porque esos medios se creen intocables, los dueños de la verdad absoluta; y también porque esos consumidores, al retribuir la confianza en esos medios, los siguen avalando.
El actual mercado periodístico, con sus honrosas excepciones, como en todo, siempre “tendrá preparado un banco de sangre y un criadero de vampiros”, como alguna vez escribió Orlando Barone.
El material informativo sensacionalista y moralmente dudoso sigue cotizando en alza. Y termino apelando nuevamente a Barone. Pero no hay mucho de qué preocuparse, porque siempre –emisores y receptores- somos absueltos por nosotros mismos. Las noticias son cada vez más inimputables. Porque casi nunca están en su sano juicio. Y buena parte del público es su socio y no le hace asco a nada. Porque es omnívoro.