Apareció un día de improviso de hace un mes aproximadamente, quizás la dejaron allí, se extravió o llegó de lejos.
No se conoce su nombre, sin embargo responde a cada llamado, se muestra obediente y dispuesta a ganarse nuevos amigos.
Su cuerpo denota la falta de alimentos y de un cuidado acorde.
Sus ojos muestran tristeza, parecen pedir auxilio y su mirada busca respuestas en los cientos de vecinos que en forma diaria llegan hasta su “improvisado refugio”.
Algunos la miman, caricias que son respondidas con su cola en movimiento y como no sabe de palabras son sus gestos el mejor agradecimiento.
Se ha vuelto conocida de empleados, circunstanciales clientes y de los tantos que concurren a la sucursal de la Cooperativa Obrera.
En el triángulo de la plazoleta Mariano Moreno sus negras uñas se encargaron de extraer tierra para construir un pozo que alberga su maltrecho cuerpo, que protege una libertad que no conoce de reglas para el uso de los espacios públicos.
El negro, el marrón y el blanco conforman el dibujo de su pelaje, es de porte mediano, parece tener pocos años…y mucho sufrimiento.
Se mezcla entre los autos, camionetas, motos y bicicletas, recibe a los que llegan y acompaña a las personas cargadas de bolsas o paquetes a la salida.
Cuando parten parece quedarse esperando que alguien la llame a subir a uno de los vehículos que pasan por el lugar, sin embargo debe volver con resignación a su albergue, esperando el reencuentro con sus amos, aguardando que alguien se apiade de su presente y le brinde un domicilio permanente.
Alicia que siempre está apostada en la puerta del local, con sus rifas y bonos oficia como una suerte de custodia personal y es una de las tantas personas que le provee de agua y alimentos.
Cuando llega la noche, se apagan las luces y cesa el movimiento… se queda en soledad a la espera de un nuevo día que le permita poder encontrarse con sus amigos.
Los domingos se convierten en interminables, tediosos y pasan a ser la jornada más infeliz de su destino errante.
Preguntas y exclamaciones forman parte de las expresiones de del público que se percata de su ambulante existencia.
¿A quién puede importarle los padecimientos de una perra de la calle?
¿Alguien está dispuesto a darle cobijo, a convertirla en mascota de sus hijos, en guardiana de la casa?
¿Entre la prisa consumista, las fiestas que vienen y los regalos que se eligen se puede prestar atención a las penas de un animal?
¡Cuidado nene que te puede morder!
¡No te acerques demasiado que debe estar llena de pulgas!
¡Ésta debe ser uno de los tantos perros que rompen las bolsas de residuos a la noche, hay que hacer algo!
¡Que la lleven a la Protectora!...
Como la radio es servicio me permito difundir su foto y hacer un llamado solidario: “perra mansa busca dueño, un nombre que la identifique, alguien que vele por sus derechos, un plato de comida seguro, una “cucha” que le permita protegerse del frío, el calor o la lluvia”. “A cambio ofrece lo poco que dispone, lo único que un perro puede dar, lo que muchos humanos no suelen entregar: fidelidad, compañía y amistad sincera”…
Una perra nada más… sola y desprotegida, a la espera que Papá Noel le traiga desde el cielo el regalo de un cobijo permanente.