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"Pueblo pobre o pobre pueblo". Por Alberto C. Urristi

Contrariamente, tienden a convertirse en asociaciones cuasi lícitas, y faltaría solamente que la reforma de la ley de Partidos Políticos habilitase la posibilidad de constituir sociedades anónimas, donde vota, veta y manda el que más dinero aporta.

Al marginarse así el poder de la inteligencia social, se profundiza la degradación cultural y se atenta contra la moral pública; todo lo cual afecta y anula la productividad orgánica del conjunto de la comunidad.

Es así cómo involucionamos hacia formas de convivencia repudiables. La ausencia de objetivos superiores hace languidecer la sana y útil creatividad popular, que se aleja de la toma de decisiones, imposibilitada de participar, al tiempo que se deterioran el orden y el bienestar general.

La penúltima estación del viaje es la más lacerante decadencia social, con la consecuente pobreza y exclusión y la última estación, la desintegración como nación.

Cuando alguien compra voluntades, las personas de bien se resisten a ese gesto, evitan que se contaminen sus espíritus, y defienden su dignidad; al mismo tiempo, los corruptibles sin escrúpulos ni dignidad pululan en la corte del dispendio de prebendas; todo lo cual causa, en las grandes mayorías honestas, rechazos, resentimientos, frustraciones, negación y repudio.

Aunque, claro está, los corruptores con "voluminosos bagajes" de ayuda clientelar, simulando políticas de redistribución equitativa, cooptan voluntades de mercenarios colaboradores y de aliados circunstanciales, y reinan en el reino de bandas y bandidos.

Cuando la tarea propuesta es otra, conquistar voluntades que adhieran a una idea, a un propósito, a un objetivo, lograr que se participe por convicción, todos sentiremos que estamos aportando a un plan trascendente, y ello seguramente potenciará una corriente proactiva integradora, que propiciará proyectos políticos y sociales sustentables para una nación soberana y para un pueblo feliz.

Saber es importante, saber hacer es vital.