viernes

ABEL PECIÑA RECUPERÓ EL CONOCIMIENTO Y ES ASISTIDO CON RESPIRADOR ARTIFICIAL

Desde niño había demostrado su afición por los animales y las cosas del campo, alentado por su familia fue conociendo los secretos del duro oficio de jinete y a fuerza de prácticas, de pujas por el “gusto de montar” comenzó a tener un destino de grande, a conseguir un lugar de privilegio en la consideración de la gente.

Con mucho coraje, particular destreza y su habilidad natural fue ganando merecido reconocimiento en los difíciles campos de competencia, donde hombre y animal se juegan a suerte y verdad a partir de una campana que marca el comienzo de la contienda.

La escena se repitió cientos de veces, diversos fueron los ruedos que lo contaron como protagonista, bien ganadas “mentas” que aseguraban espectáculo con un estilo atrevido y audaz donde la espuela no se mezquinaba y el rebenque hacia piruetas constantes sobre embravecidos contendores.

Elogiosos se multiplicaron los comentarios de los paisanos, las voces de los relatores adquirieron particular tono, mientras que gritos, bocinas y aplausos en constantes ocasiones premiaron la entrega del hombre, decidido a ganar la porfía ante renombrados rivales.

El andar ágil hasta llegar al lugar donde se terminan las palabras, la infaltable gorra vasca cubriendo algunas “entradas” de su oscura cabellera, el pañuelo al cuello y las marcas de tantas batallas sobre un cuerpo acostumbrado a los duros golpes.

La ceremonia de rutina junto al palo en una tarde de domingo, las espuelas prolijamente atadas y el salto hacia el lomo de un animal de ojos tapados y furia contenida.

No anduvo con cosas chicas en el momento de elegir rivales, su condición de afamado jinete lo tuvo presente en la rueda o en muchos premios especiales, donde su nombre figuró con moldes grandes en diversas carteleras.

Conoció los secretos de cada una de las categorías, no le quitó el cuerpo a ninguna y ya sea desde las “clinas”, con “la grupa” o “los bastos y encimera se encargó de brindar cátedra de avezado jinete.

Alguna vez se le animó al mismísimo “Zorro” del negro Pasarotti.

En más de una ocasión resultó airoso en memorables pujas con caballos volteadores y a muchos otros dejó sin la preciada condición de invictos.

Jesús María lo tuvo en sus espléndidas noches de coraje, llevando el nombre de Coronel Dorrego al escenario grande que cada enero se ilumina en la mediterránea Córdoba.

Este año en la jineteada que organizaron “Bichi” Pratula y “el Puma” Ponce me contó que iba pensando en el retiro, que seguía con sus tareas de domador y que preparaba una despedida a lo grande en nuestro pago o en Bahía el año próximo…

Estaba semana llegaron ingratas noticias desde Olavarria, donde en el marco del Festival de Doma y Folklore sufrió una contundente caída que motivó una difícil intervención quirúrgica y que el próximo lunes tendrá un nuevo y riesgoso paso por el quirófano.

Muchos fueron los golpes, las fracturas y los dolores.

A veces le tocaron “caballos boleadores”, debiendo soportar sobre su cuerpo centenares de “kilos enemigos”.

En otras oportunidades impactó con fuerza contra la dureza de la tierra.

Gajes del oficio, riesgos propios de un “mano a mano desigual”, heridas que se sufren cuando el honor está en juego.

Al final de la tarde y en la búsqueda del camino de retorno, como muchos jinetes… apenas se lleva los aplausos, una foto prometida, una filmación que lo muestra exitoso y unos pocos pesos que costaron mucho ganar, que a veces no alcanzan para poder pagar los medicamentos que se necesitan o para cubrir los gastos de un extenso traslado.

Así es la vida de los jinetes, recorriendo lugares, ganando afectos, conociendo “nuevos rivales”, asumiendo la dureza de la actividad.

El “negro”, está enhorquetado en la cama de un hospital, a su lado como siempre está su mamá “Yeyè” alentándolo, acompañándolo en este nuevo desafío.

Abel Peciña enfrenta al potro más difícil de todos los conocidos.

En el “premio especial” por la vida se quedó sin rebenque y con pocas fuerzas para que la espuela lastime.

Confía en que “Culata” apadrine su sueño…

Espera de Dios “una gauchada”…

Mientras desde aquí amigos, vecinos y paisanos le han preparado “una tropilla de ruegos”… él se aferra a las crines de la ciencia con la bravura y el coraje que lo convirtieron en distinto…con lo único que le queda disponible para tan tremenda final.