El pasado viernes 28 de noviembre, felizmente pudimos materializar, la primera entrega de libros en la nueva “filial” ubicada en el paraje Irene, un pueblito de nuestra localidad, distante unos 70 km de esta ciudad cabecera.
En línea con nuestro programa de acercar material de lectura a todos los vecinos y con la intención de satisfacer la demanda de los diversos sectores de interesados, impulsamos la idea de construir sencillos muebles de madera, que dotados de su correspondiente material de lectura, fuimos distribuyendo en diferentes lugares de nuestra comunidad, como el Hogar de Ancianos y el Hospital Municipal, por citar algunos ejemplos.
Niños, jóvenes, adultos y personas mayores, que residen en nuestra ciudad o en cualquiera de los pueblos y parajes que integran la geografía de nuestro partido, son los destinatarios de la intensa labor que gratamente nos ha tocado en suerte desarrollar durante el presente año.
En este marco, un grupo de vecinos de Irene, encabezados por las señoritas Hilda González y Soledad Tumini, se comunicaron oportunamente con nosotros, haciéndonos saber, que habiendo recibido de las autoridades provinciales un renovado y completo material bibliográfico y didáctico, orientado a sus alumnos, estaban en condiciones de ceder el servicio de “Valija Viajera” que recibían de nuestra institución, en beneficio de otras escuelas rurales, que aun no hubieran recibido el mencionado aporte bibliográfico de la Provincia.
¡Qué ejemplo de solidaridad y responsabilidad social nos demuestran así, nuestras abnegadas amigas docentes, que a poco de recibir una ayuda, ya están pensando en el modo de poder ellas mismas ayudar!
Pero como todos sabemos, o podemos llegar a inferir, el rol social de las escuelas rurales y su plantel de docentes, no termina en la educación de nuestros niños, sino que se extiende a toda una gama de necesidades e intereses comunitarios, que encuentran, justamente en la escuela, su mejor “caja de resonancia”.
Fue esto, justamente, lo que motivó a las chicas de Irene a ofrecerse a interactuar con nuestra institución, convirtiéndose así, la escuelita de Irene, en la primera filial de nuestra Biblioteca y la señorita Soledad Tumini, en nuestra primera “delegada bibliotecaria”, ya que fue ella, quien voluntariamente se ofreció, para desempeñarse en esa función, prestando a los vecinos del paraje, los libros que les enviamos en esta oportunidad y los que iremos rotando, con el fin de poder llegar con nuestros servicios, a este hermoso y tranquilo paraje de nuestro partido
Hasta aquí la crónica institucional, el relato de los antecedentes, los personajes y los hechos.
Pero otra dimensión se abre en nuestros corazones, cuando luego de transitar 70 km por la ruta que enmarca nuestra monótona llanura, divisamos a lo lejos, la enseña azul y blanca, que ondeando majestuosa, nos señala el punto de arribo.
Al amparo de su sombra, nuestros hijos se educan, de la mano de esas valientes mujeres, de quienes aprenderán no sólo las ciencias y las letras, sino también, los profundos valores morales que los acompañarán el resto de su vida.
Y así llegamos a Irene, siguiendo una ruta, luego un camino y finalmente una bandera.
La cálida recepción de Hilda, Soledad, Mariano, Ayelen, Noelia, Agustina y Manuela hubieran valido mil kilómetros de viaje. A su comedida atención y cortesía, le siguió una charla interesante y movilizadora, que fue completada con una generosa rueda de mates y biscochos, que nos permitió contemplar a los chicos jugando a las escondidas durante un recreo.
¡Si! Las escondidas… ese juego social, de reglas claras, donde el anhelo mayor de cada chico, es aguantar hasta el final, para así poder Librar la Piedra que heroicamente le permita “salvar” a todos sus compañeros.
Si alguien conoce una manera mejor de reflejar e inculcar el altruismo y la solidaridad, que me lo diga, porque a mi, sinceramente, en este momento no se me ocurre.
Lo que si se me ocurre preguntarme, es a partir de cuando los argentinos dejamos de lado estos principios, a partir de qué edad y motivados por qué, cambiamos las reglas del juego social, comenzando a excluir a “nuestros compañeros”, para intentar salvarnos solamente nosotros mismos.
¿Qué parte no entendimos? Se preguntarían Mariano, Ayelen, Noelia, Agustina o Manuela… y seguramente ninguno de nosotros “adultos” al fin y al cabo, podríamos brindarles una explicación satisfactoria.
Al fin llegó la hora de regresar, a decir verdad, tanto Gustavo, como yo, le hacíamos “retranca” a la idea de pegar la vuelta.
La tranquilidad del lugar, los sonidos de los chicos y de la naturaleza en su primaveral apogeo, actuaban como un poderoso imán. Pero las obligaciones no nos permitieron seguir disfrutando de aquel paraíso y después de una emotiva despedida, emprendimos el regreso. Al hacerlo, dejamos en Irene algo más que algunos libros, dejamos una parte de nuestros corazones, que se quedarán allí para siempre, como quedará esta escuela y su gente en nuestro recuerdo.
Al alejarnos, lo último que divisamos, nuevamente fue nuestra bandera. Y el trajinar de las ruedas en el camino de tierra se hizo música para acompañar las estrofas que inevitablemente llegan desde lo más profundo del recuerdo: Azul un ala, del color del cielo, Azul un ala, del color del mar, Es la bandera de la patria mía, del sol nacida, que me ha dado Dios…
Quiera ese mismo Dios, que al cobijo de las majestuosas alas, del águila bandera, las nuevas generaciones de argentinos recuperen el orgullo de ser y de sentir como tales, de jugar el libre juego de la vida, con solidaridad y coraje, uniendo nuestras manos, en la cotidiana tarea de construir nuestra Nación.
En línea con nuestro programa de acercar material de lectura a todos los vecinos y con la intención de satisfacer la demanda de los diversos sectores de interesados, impulsamos la idea de construir sencillos muebles de madera, que dotados de su correspondiente material de lectura, fuimos distribuyendo en diferentes lugares de nuestra comunidad, como el Hogar de Ancianos y el Hospital Municipal, por citar algunos ejemplos.
Niños, jóvenes, adultos y personas mayores, que residen en nuestra ciudad o en cualquiera de los pueblos y parajes que integran la geografía de nuestro partido, son los destinatarios de la intensa labor que gratamente nos ha tocado en suerte desarrollar durante el presente año.
En este marco, un grupo de vecinos de Irene, encabezados por las señoritas Hilda González y Soledad Tumini, se comunicaron oportunamente con nosotros, haciéndonos saber, que habiendo recibido de las autoridades provinciales un renovado y completo material bibliográfico y didáctico, orientado a sus alumnos, estaban en condiciones de ceder el servicio de “Valija Viajera” que recibían de nuestra institución, en beneficio de otras escuelas rurales, que aun no hubieran recibido el mencionado aporte bibliográfico de la Provincia.
¡Qué ejemplo de solidaridad y responsabilidad social nos demuestran así, nuestras abnegadas amigas docentes, que a poco de recibir una ayuda, ya están pensando en el modo de poder ellas mismas ayudar!
Pero como todos sabemos, o podemos llegar a inferir, el rol social de las escuelas rurales y su plantel de docentes, no termina en la educación de nuestros niños, sino que se extiende a toda una gama de necesidades e intereses comunitarios, que encuentran, justamente en la escuela, su mejor “caja de resonancia”.
Fue esto, justamente, lo que motivó a las chicas de Irene a ofrecerse a interactuar con nuestra institución, convirtiéndose así, la escuelita de Irene, en la primera filial de nuestra Biblioteca y la señorita Soledad Tumini, en nuestra primera “delegada bibliotecaria”, ya que fue ella, quien voluntariamente se ofreció, para desempeñarse en esa función, prestando a los vecinos del paraje, los libros que les enviamos en esta oportunidad y los que iremos rotando, con el fin de poder llegar con nuestros servicios, a este hermoso y tranquilo paraje de nuestro partido
Hasta aquí la crónica institucional, el relato de los antecedentes, los personajes y los hechos.
Pero otra dimensión se abre en nuestros corazones, cuando luego de transitar 70 km por la ruta que enmarca nuestra monótona llanura, divisamos a lo lejos, la enseña azul y blanca, que ondeando majestuosa, nos señala el punto de arribo.
Al amparo de su sombra, nuestros hijos se educan, de la mano de esas valientes mujeres, de quienes aprenderán no sólo las ciencias y las letras, sino también, los profundos valores morales que los acompañarán el resto de su vida.
Y así llegamos a Irene, siguiendo una ruta, luego un camino y finalmente una bandera.
La cálida recepción de Hilda, Soledad, Mariano, Ayelen, Noelia, Agustina y Manuela hubieran valido mil kilómetros de viaje. A su comedida atención y cortesía, le siguió una charla interesante y movilizadora, que fue completada con una generosa rueda de mates y biscochos, que nos permitió contemplar a los chicos jugando a las escondidas durante un recreo.
¡Si! Las escondidas… ese juego social, de reglas claras, donde el anhelo mayor de cada chico, es aguantar hasta el final, para así poder Librar la Piedra que heroicamente le permita “salvar” a todos sus compañeros.
Si alguien conoce una manera mejor de reflejar e inculcar el altruismo y la solidaridad, que me lo diga, porque a mi, sinceramente, en este momento no se me ocurre.
Lo que si se me ocurre preguntarme, es a partir de cuando los argentinos dejamos de lado estos principios, a partir de qué edad y motivados por qué, cambiamos las reglas del juego social, comenzando a excluir a “nuestros compañeros”, para intentar salvarnos solamente nosotros mismos.
¿Qué parte no entendimos? Se preguntarían Mariano, Ayelen, Noelia, Agustina o Manuela… y seguramente ninguno de nosotros “adultos” al fin y al cabo, podríamos brindarles una explicación satisfactoria.
Al fin llegó la hora de regresar, a decir verdad, tanto Gustavo, como yo, le hacíamos “retranca” a la idea de pegar la vuelta.
La tranquilidad del lugar, los sonidos de los chicos y de la naturaleza en su primaveral apogeo, actuaban como un poderoso imán. Pero las obligaciones no nos permitieron seguir disfrutando de aquel paraíso y después de una emotiva despedida, emprendimos el regreso. Al hacerlo, dejamos en Irene algo más que algunos libros, dejamos una parte de nuestros corazones, que se quedarán allí para siempre, como quedará esta escuela y su gente en nuestro recuerdo.
Al alejarnos, lo último que divisamos, nuevamente fue nuestra bandera. Y el trajinar de las ruedas en el camino de tierra se hizo música para acompañar las estrofas que inevitablemente llegan desde lo más profundo del recuerdo: Azul un ala, del color del cielo, Azul un ala, del color del mar, Es la bandera de la patria mía, del sol nacida, que me ha dado Dios…
Quiera ese mismo Dios, que al cobijo de las majestuosas alas, del águila bandera, las nuevas generaciones de argentinos recuperen el orgullo de ser y de sentir como tales, de jugar el libre juego de la vida, con solidaridad y coraje, uniendo nuestras manos, en la cotidiana tarea de construir nuestra Nación.