En una escena de la brillante película “El secreto de sus ojos” se origina un particular dialogo entre Sandoval (Guillermo Francella) y Espósito (Ricardo Darín), referido a “la pasión que origina el fútbol” en las personas; a la postre elemento clave para desentrañar un complejo caso policial.
A partir de esa conversación de la ficción es que procuré encontrar elementos para referirme al tema, mirando en los otros, sintiendo en mí correr ese incontrolable torrente de emociones que solo puede despertar el color de una camiseta.
“Se puede cambiar de novia, de mujer; de igual modo romperse en pedazos el contrato de un amor para toda la vida...”
“Se puede renegar de un partido político, desafiliarse, acompañar otra idea, cruzarse de vereda en más de una ocasión y hasta pasar a engrosar las filas del adversario más antagónico…”
“Se puede cambiar de nacionalidad, adoptar la de otro país…”
“Se puede traicionar las ideas, los sentimientos, dejar de lado una promesa.
“Se puede adoptar una nueva religión sin perder la fe…”
“Se pueden aceptar variantes o aggiornarse (como se dice hoy), trastocar ideales o ponerles un precio…y no sentir culpas por ello.
Hay algo que no admite transferencias, que no acepta ningún tipo de concesiones.
Hay afectos que resultan insustituibles, que marchan con nosotros desde el momento mismo que decidimos adherir a la causa de un color.
No hay otra forma de explicar, sentir o poder interpretar la pasión que origina el más popular de los deportes.
No hay muestra mayor de fidelidad que pueda expresarse, que se constituya en ligazón perpetua.
No hay tatuaje más indentificatorio que ese que aflora en la piel, que se lleva en el corazón, que se guarda en el alma.
No hay razones que puedan explicar la alegría, el llanto, los gritos desaforados, los silencios atroces.
No existen palabras que traigan consuelo ante una derrota.
No es posible encontrar propuestas que reemplacen la convocatoria de un equipo de fútbol.
Esa postura incondicional no puede repartirse, no admite divisiones.
Se disfruta hasta el éxtasis de las mieles del éxito, los títulos, las vueltas olímpicas o también un empate con angustia en el último minuto de juego.
Se recuerda con lujos de detalles la victoria en un clásico.
Lastiman las derrotas, hieren las goleadas en contra, enferma un descenso.
Es única, insustituible, incomparable.
No hay otra como ella, no envejece, siempre conserva su figura y no pierde sus encantos seductores.
“Enfermo de los colores…” dice una promoción televisiva.
Cautivo de una causa…
Las reglas de convivencia no aceptan divorcios, no admiten uniones civiles…
La pasión por un equipo de fútbol es la única que garantiza amor eterno…aunque paradójicamente sea “una novia con muchos amantes…”
A partir de esa conversación de la ficción es que procuré encontrar elementos para referirme al tema, mirando en los otros, sintiendo en mí correr ese incontrolable torrente de emociones que solo puede despertar el color de una camiseta.
“Se puede cambiar de novia, de mujer; de igual modo romperse en pedazos el contrato de un amor para toda la vida...”
“Se puede renegar de un partido político, desafiliarse, acompañar otra idea, cruzarse de vereda en más de una ocasión y hasta pasar a engrosar las filas del adversario más antagónico…”
“Se puede cambiar de nacionalidad, adoptar la de otro país…”
“Se puede traicionar las ideas, los sentimientos, dejar de lado una promesa.
“Se puede adoptar una nueva religión sin perder la fe…”
“Se pueden aceptar variantes o aggiornarse (como se dice hoy), trastocar ideales o ponerles un precio…y no sentir culpas por ello.
Hay algo que no admite transferencias, que no acepta ningún tipo de concesiones.
Hay afectos que resultan insustituibles, que marchan con nosotros desde el momento mismo que decidimos adherir a la causa de un color.
No hay otra forma de explicar, sentir o poder interpretar la pasión que origina el más popular de los deportes.
No hay muestra mayor de fidelidad que pueda expresarse, que se constituya en ligazón perpetua.
No hay tatuaje más indentificatorio que ese que aflora en la piel, que se lleva en el corazón, que se guarda en el alma.
No hay razones que puedan explicar la alegría, el llanto, los gritos desaforados, los silencios atroces.
No existen palabras que traigan consuelo ante una derrota.
No es posible encontrar propuestas que reemplacen la convocatoria de un equipo de fútbol.
Esa postura incondicional no puede repartirse, no admite divisiones.
Se disfruta hasta el éxtasis de las mieles del éxito, los títulos, las vueltas olímpicas o también un empate con angustia en el último minuto de juego.
Se recuerda con lujos de detalles la victoria en un clásico.
Lastiman las derrotas, hieren las goleadas en contra, enferma un descenso.
Es única, insustituible, incomparable.
No hay otra como ella, no envejece, siempre conserva su figura y no pierde sus encantos seductores.
“Enfermo de los colores…” dice una promoción televisiva.
Cautivo de una causa…
Las reglas de convivencia no aceptan divorcios, no admiten uniones civiles…
La pasión por un equipo de fútbol es la única que garantiza amor eterno…aunque paradójicamente sea “una novia con muchos amantes…”