miércoles

Por una rotura de cruzados, Nicolás Palacio no pudo jugar para River ante Atlético Tucumán

Era apenas un pibe cuando tomó la difícil decisión de irse, de aceptar la convocatoria del club de sus amores. Atrás quedaban los primeros años del secundario en el Colegio San José, tareas diarias y lecciones que eran una molesta mochila que a duras penas llevaba.

La pelota era el motivo de sus desvelos y en el arte de su manejo depositaba todas las esperanzas de encontrar un camino de progreso y bienestar.

Desde la zurda prodigiosa que empequeñecía a la número 5, le enviaba mensajes positivos a una siempre preocupada mamá.

Conocedor de estas cosas y virtuoso jugador en otros tiempos, su padre además de compinche y consejero, resultó el mejor aliado en la búsqueda de la consagración, acompañándolo siempre.

Cuando tantos chicos a los 14 años comienzan con sus primeras salidas, consolidan su grupo de amigos y surge el primer amor; él se encontró armando el bolso para la inexorable partida, dejando atrás su mundo, sus compañeros, el barrio y la familia.

Tal su costumbre se fue en silencio, con las ilusiones de triunfos y con la nostalgia dando vueltas en su cabeza, convirtiéndose en una mezcla de particulares como contradictorias sensaciones: lágrimas y sonrisas en un constante movimiento, danzando alocadas en su interior.

Supimos que se afincó en Morón, que sus abuelos maternos fueron anfitriones de los sueños de crack llegados desde Dorrego.

2006 significó un año especial con el titulo obtenido en la Octava división de A.F.A.

“La Octava sinfonía” tituló Olé destacando las virtudes de un equipo de excepción, dirigido por aquel ex jugador del apellido tan temido para los relatores de fútbol: Kuyunchoglu…

Y abundando en los elogios la crónica mencionaba: “Es posible caer en exageraciones, poner carteles rutilantes como Dream Team, hablar de belleza o sobredimensionar un titulo ganado por pibes que apenas cuentan con 15 años. Pero la imagen de la Octava de River, un equipo que ha conjugado en la medida justa las tres G del fútbol: ganar, gustar y golear.”

Siguieron llegando noticias de “Nico”, un torneo en tierras aztecas, un viaje a Europa y el ascenso a nuevas categorías para aquel grupo de jugadores llamados al éxito.

Y cada verano lo volvimos a ver, tomando mate en el negocio de la familia (eso sí…”sin trabajar), paseando en la combi, compartiendo con sus amigos de siempre, prendido en un picado o asumiendo el riesgo de jugar en el “comercial nocturno”.

El fútbol es su vida, ya sea en una cancha reglamentaria, en las divisiones inferiores, en un potrero o en un escenario de fútbol 5. En cada partido, por los puntos o por el placer de jugar pone la pierna de igual modo, grita los goles, se enoja y no arruga.

Nos enteramos de su llegada a la reserva millonaria, de la confianza que depositó “El tapón Gordillo” en sus aptitudes.

Nos deleitamos en muchos preliminares que llegaban por Fox Sports o a través de “Domingol”, viéndolo transitar el carril izquierdo o tomando sin miedos la pelota para un tiro libre.

Supimos de la convocatoria a la Selección Juvenil sub 17, de los amistosos jugados y del lugar que iba ganando en la consideración de los técnicos.

Y nuevamente llegó el reencuentro con su gente, con su pueblo.

Las entrevistas dejaron de ser un martirio, expresándose con mucha propiedad y agregando una mayor locuacidad.

No cambió sus hábitos o sus costumbres. Su manera de ser y de actuar es la que le conocimos siempre.

Poca importancia le da a los éxitos, los recortes de diarios, las notas o los souvenirs que otros tanto aprecian. Pantalones, buzos, medias o camisetas las lucen sus hermanos, las regala a sus amigos y hasta una muy especial tuvo la gentileza de obsequiarme: la 3 de la Selección con la que jugó un amistoso con Bolivia, la que guardo entre mis más preciados tesoros.

Había una noticia guardada bajo 7 llaves, el momento tan esperado estaba próximo a cumplirse: Leonardo Astrada le comunicó que concentraba con la primera para el partido con Atlético Tucumán.

Llegó el último entrenamiento a la espera del día soñado, una zancadilla del destino lo estaba esperando, acechaba en la práctica final, traicionera llegó en un choque con el paraguayo Paniagua…

Sintió el ruido, notó que algo se había roto en su rodilla derecha y luego la confirmación de una lesión grave, habitual en la gran competencia: “rotura de los cruzados”.

Llegaron nuevas noticias: una complicada intervención quirúrgica que demandó tres horas y una recuperación de largos meses, que obligará al reposo y a un proceso de rehabilitación que le permita retornar a las canchas.

Valeria y “Pinino” (sus padres) incondicionales a su lado, hermanos, familiares y amigos acompañando desde Buenos Aires o con sus mensajes desde aquí haciendo el aguante.

El irreverente de la zurda (llamada hoy al descanso), se prepara para “nuevas revoluciones”, entre ellas vencer los miedos de la traumática y dolorosa lesión.

El pibe que se fue a los 14 y que hoy se aproxima a los 20 busca en su “mayoría edad”, rescatar el temple de los grandes.

Nicolás Palacio: juega su partido más difícil, una final que lo tendrá atento para marcar los tiempos del retorno.

“Nico”, con la actitud de un jugador “sanguíneo” como pocos, dejará en el camino con una gambeta de paciencia a tan complicado rival.

Nicolás Palacio: vuelve a Dorrego arrastrando una pierna, pensando en el feliz reencuentro de “las dos”, con las ganas de gritar su gol mejor, con la esperanza del gran debut, con el deseo de encontrar en su gente: la medicina del afecto… la única que puede calmar este dolor.

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