Los martes durante mis obligadas ausencias, Federico rescataba del archivo una de las tantas notas que conforman este espacio, como una forma de no perder la rutina editorial de cada comienzo de programa.
A pesar de mi presencia en vivo a partir de hoy, me permito en esta oportunidad mantener esa costumbre de reiteración. En este caso existen razones valederas para buscar entre tantas, una semblanza puntual.
Ocurre que ayer se celebró el “día del empleado de farmacia, recordación que fue incorporada mediante Decreto del 7 de Febrero de 1950, mediante decisión refrendada por el entonces Presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón y el Ministro de Salud Pública, Ramón Carrillo.
¿Quién de nosotros no reconoce la positiva tarea de tantos hombres y mujeres que a diario nos atienden con deferencia y cariño?
¿Quién no ha encontrado respuestas de madrugada o durante un feriado ante una emergencia o la necesidad de adquirir un remedio?
¿A quién se le negó un medicamento recetado por no disponer de dinero para abonarlo?
A diario pueden observarse la constante (y en muchos casos obligatoria) presencia de vecinos en las distintas farmacias locales, encontrando cada uno de ellos acordes respuestas, sonrisas y predisposición.
En la historia de uno de ellos, (el empleado que por trayectoria se constituye en el más emblemático de nuestra ciudad), es que me permito homenajear a tan dignos trabajadores en su día.
Seguidamente comparto con todos ustedes la nota editorial escrita el 3 de Marzo de este año, la cual con pequeñas modificaciones mantiene plena vigencia.
“La vida detrás del mostrador”
Inalterable es su rutina: cada día de la casa al trabajo de siempre y la vuelta al sitio que fue producto del esfuerzo y de un amor que hace exactamente una semana cumplió cuarenta años de positiva unión.
Detrás del mostrador ha pasado su vida: entre clientes que buscan remedios que alivien dolores, sugerencias de artículos de tocador, recomendaciones de nuevos productos y necesarias charlas donde se mezcla el deporte, la actualidad, las noticias que transmite una tele siempre encendida o las que al pasar se escuchan desde la radio.
Ostenta particular record de permanencia en su trabajo: 58 de sus 71 años de existencia han transcurrido entre clientes de siempre, pedidos urgentes y estantes repletos de “soluciones que otros esperan”; existiendo un breve lapso en el que se trasladó entre 1977 a 1980 a la entonces Farmacia Sindical.
Resultó el menor de seis hermanos, transitando su primera etapa de vida en la casa paterna, ubicada en calle Lequerica y Siria.
Sus estudios primarios los cursó en la Escuela Nº1 y al concluir sexto grado (donde a un solo turno concurrían más de 60 alumnos), ingresó a su primer y único trabajo.
De pantalones cortos y para cumplir la función de cadete, comenzó a ganarse los primeros pesitos en “Farmacia Pasteur”, cuando apenas contaba con 13 años.
La familia Themtham fue parte indisoluble de su acontecer, Don Gregorio y su esposa Ana le enseñaron los primeros pasos de un largo camino, luego fue el tiempo de sus hijos Néstor (Picho) y Jorge, para proseguir junto a “Carlitos” tiempo después y en la actualidad con Guillermo.
Supo de “recetas magistrales”, de pequeños consejos para afligidos vecinos, de la medición de la presión y de tantos otros secretos que fue cumpliendo con responsabilidad, que también acumuló en su prodigiosa memoria.
Tímido, de palabras que cuestan salir, pero que una vez dispuesto a incursionar en temas que le interesan: las mismas resultan fluidas y constantes.
Suele reforzar sus dichos con algún recorte que tiene siempre a mano, también con viejas fotografías o medallas del baby que todavía atesora.
La indisimulable timidez la rompió la integrante de una familia tradicional dorreguense: Pilar Aldea, con la cual contrajo enlace en 1969.
No fue rápido el tramite de pasar por el Registro Civil y la Iglesia, fueron largos pero felices los ocho años de noviazgo; es que previsor de cada paso que da, adquirió un terreno en calle España y el compromiso de ambos fue el de instalar allí su hogar, en una ilusión que solo constaba de un lote, de pocos pesos y de muchas ganas.
Dos fueron los hijos que nacieron de aquella unión: Fernando (Chichilo) que les otorgó la alegría de sus dos nietas: Lucía y Agustina y María Teresa (Médica de profesión).
El fútbol es su gran pasión, la que alguna vez despuntó como jugador de Independiente, tocándole (en desgracia) ser parte de la dorada época del fútbol de la región, debiendo conformarse con jugar como delantero en la reserva roja.
Frustrada la posibilidad de “llegar a primera”, optó por el referato, ingrata actividad que lo tuvo como integrante de los otrora: “hombres de negro” (los mismos que el marketing y la modernidad, transformó de muchos colores).
Hasta los difíciles escenarios de la competencia liguera lo acompañaba su esposa. No era el motivo seguirlo a sol y sombra, sino recabar datos como “mujer cronista” de La Nueva Provincia, por mandato de Leoncio (padre), responsable de la Agencia local del diario bahiense.
Fútbol y más fútbol: en las polémicas que se arman espontáneas, en las frecuentes cargadas, en el día después de un clásico; pero también en su casa, donde no solo mira apasionadamente cada partido sino que habitualmente se constituye en Director Técnico “a distancia”, dando instrucciones o parándose del sillón del living, cual “El Cholo”, ”Pipo” o “El negro” Astrada saltando desde el banco o pegándose a la raya de una cancha que surge en la pantalla, que la siente en la piel.
Cada mañana sube sus renovados sueños en bicicleta, dejando saludos en cada esquina y a veces (cuando el tiempo lo permite) dándose un lugarcito para la charla con algún amigo que encuentra en su marcha de siempre.
El guardapolvo resulta uniforme diario y se ha convertido en una suerte de papá o abuelo entre el piberío de buenos compañeros que lo rodea.
El equipo lo conforman: Néstor Sobrero (Wichi), Claudio Macaya, Víctor Ragni (Vitina), Gustavo Lombardelli, Pablo Camargo y una sola mujer: Silvia Fagioli, dedicada a la parte administrativa.
La buena onda, la predisposición y la unión caracterizan al grupo; cortas se hacen las horas entre numeritos que se acumulan en un pinché, mujeres (que disimuladamente se pesan) y hombres que un tanto apurados, reniegan de mandados que no pudieron eludir.
Casi siempre algún retrasado llega, sabiendo que “la puerta del costado” se abrirá amable y sin reproches para atender la emergencia o subsanar el olvido.
Tanguero por excelencia, disfruta de grandes maestros como Juan D´Arienzo o Pugliese, entre los cantores Julio Sosa fue el preferido.
Hoy encuentra en Los Nocheros calidas expresiones que hablan de amor y nostalgias, aunque se permite también rescatar un pedacito de la letra de Carlos Ramón Fernández: “que te ha pasado Justicia, que por se pobre vos me pegas…musita la única parte que sabe, mientras envuelve con prolijidad un pequeño paquete.”
Detrás del mostrador, Omar “Pato” Menna ha desarrollado la mayor parte de su vida.
Feliz de ello renueva esperanzas cuando la persiana se eleva y comienzan a llegar clientes que son amigos, vecinos con nombre y apellido.
Una vez concluida la tarea vuelve a su pequeño mundo, donde sin equívocos pone en práctica la mejor receta de todas las conocidas: “familia, fútbol y algún tango del “varón” aquel, por el que un día triste de 1964… hasta se puso de luto”.
A pesar de mi presencia en vivo a partir de hoy, me permito en esta oportunidad mantener esa costumbre de reiteración. En este caso existen razones valederas para buscar entre tantas, una semblanza puntual.
Ocurre que ayer se celebró el “día del empleado de farmacia, recordación que fue incorporada mediante Decreto del 7 de Febrero de 1950, mediante decisión refrendada por el entonces Presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón y el Ministro de Salud Pública, Ramón Carrillo.
¿Quién de nosotros no reconoce la positiva tarea de tantos hombres y mujeres que a diario nos atienden con deferencia y cariño?
¿Quién no ha encontrado respuestas de madrugada o durante un feriado ante una emergencia o la necesidad de adquirir un remedio?
¿A quién se le negó un medicamento recetado por no disponer de dinero para abonarlo?
A diario pueden observarse la constante (y en muchos casos obligatoria) presencia de vecinos en las distintas farmacias locales, encontrando cada uno de ellos acordes respuestas, sonrisas y predisposición.
En la historia de uno de ellos, (el empleado que por trayectoria se constituye en el más emblemático de nuestra ciudad), es que me permito homenajear a tan dignos trabajadores en su día.
Seguidamente comparto con todos ustedes la nota editorial escrita el 3 de Marzo de este año, la cual con pequeñas modificaciones mantiene plena vigencia.
“La vida detrás del mostrador”
Inalterable es su rutina: cada día de la casa al trabajo de siempre y la vuelta al sitio que fue producto del esfuerzo y de un amor que hace exactamente una semana cumplió cuarenta años de positiva unión.
Detrás del mostrador ha pasado su vida: entre clientes que buscan remedios que alivien dolores, sugerencias de artículos de tocador, recomendaciones de nuevos productos y necesarias charlas donde se mezcla el deporte, la actualidad, las noticias que transmite una tele siempre encendida o las que al pasar se escuchan desde la radio.
Ostenta particular record de permanencia en su trabajo: 58 de sus 71 años de existencia han transcurrido entre clientes de siempre, pedidos urgentes y estantes repletos de “soluciones que otros esperan”; existiendo un breve lapso en el que se trasladó entre 1977 a 1980 a la entonces Farmacia Sindical.
Resultó el menor de seis hermanos, transitando su primera etapa de vida en la casa paterna, ubicada en calle Lequerica y Siria.
Sus estudios primarios los cursó en la Escuela Nº1 y al concluir sexto grado (donde a un solo turno concurrían más de 60 alumnos), ingresó a su primer y único trabajo.
De pantalones cortos y para cumplir la función de cadete, comenzó a ganarse los primeros pesitos en “Farmacia Pasteur”, cuando apenas contaba con 13 años.
La familia Themtham fue parte indisoluble de su acontecer, Don Gregorio y su esposa Ana le enseñaron los primeros pasos de un largo camino, luego fue el tiempo de sus hijos Néstor (Picho) y Jorge, para proseguir junto a “Carlitos” tiempo después y en la actualidad con Guillermo.
Supo de “recetas magistrales”, de pequeños consejos para afligidos vecinos, de la medición de la presión y de tantos otros secretos que fue cumpliendo con responsabilidad, que también acumuló en su prodigiosa memoria.
Tímido, de palabras que cuestan salir, pero que una vez dispuesto a incursionar en temas que le interesan: las mismas resultan fluidas y constantes.
Suele reforzar sus dichos con algún recorte que tiene siempre a mano, también con viejas fotografías o medallas del baby que todavía atesora.
La indisimulable timidez la rompió la integrante de una familia tradicional dorreguense: Pilar Aldea, con la cual contrajo enlace en 1969.
No fue rápido el tramite de pasar por el Registro Civil y la Iglesia, fueron largos pero felices los ocho años de noviazgo; es que previsor de cada paso que da, adquirió un terreno en calle España y el compromiso de ambos fue el de instalar allí su hogar, en una ilusión que solo constaba de un lote, de pocos pesos y de muchas ganas.
Dos fueron los hijos que nacieron de aquella unión: Fernando (Chichilo) que les otorgó la alegría de sus dos nietas: Lucía y Agustina y María Teresa (Médica de profesión).
El fútbol es su gran pasión, la que alguna vez despuntó como jugador de Independiente, tocándole (en desgracia) ser parte de la dorada época del fútbol de la región, debiendo conformarse con jugar como delantero en la reserva roja.
Frustrada la posibilidad de “llegar a primera”, optó por el referato, ingrata actividad que lo tuvo como integrante de los otrora: “hombres de negro” (los mismos que el marketing y la modernidad, transformó de muchos colores).
Hasta los difíciles escenarios de la competencia liguera lo acompañaba su esposa. No era el motivo seguirlo a sol y sombra, sino recabar datos como “mujer cronista” de La Nueva Provincia, por mandato de Leoncio (padre), responsable de la Agencia local del diario bahiense.
Fútbol y más fútbol: en las polémicas que se arman espontáneas, en las frecuentes cargadas, en el día después de un clásico; pero también en su casa, donde no solo mira apasionadamente cada partido sino que habitualmente se constituye en Director Técnico “a distancia”, dando instrucciones o parándose del sillón del living, cual “El Cholo”, ”Pipo” o “El negro” Astrada saltando desde el banco o pegándose a la raya de una cancha que surge en la pantalla, que la siente en la piel.
Cada mañana sube sus renovados sueños en bicicleta, dejando saludos en cada esquina y a veces (cuando el tiempo lo permite) dándose un lugarcito para la charla con algún amigo que encuentra en su marcha de siempre.
El guardapolvo resulta uniforme diario y se ha convertido en una suerte de papá o abuelo entre el piberío de buenos compañeros que lo rodea.
El equipo lo conforman: Néstor Sobrero (Wichi), Claudio Macaya, Víctor Ragni (Vitina), Gustavo Lombardelli, Pablo Camargo y una sola mujer: Silvia Fagioli, dedicada a la parte administrativa.
La buena onda, la predisposición y la unión caracterizan al grupo; cortas se hacen las horas entre numeritos que se acumulan en un pinché, mujeres (que disimuladamente se pesan) y hombres que un tanto apurados, reniegan de mandados que no pudieron eludir.
Casi siempre algún retrasado llega, sabiendo que “la puerta del costado” se abrirá amable y sin reproches para atender la emergencia o subsanar el olvido.
Tanguero por excelencia, disfruta de grandes maestros como Juan D´Arienzo o Pugliese, entre los cantores Julio Sosa fue el preferido.
Hoy encuentra en Los Nocheros calidas expresiones que hablan de amor y nostalgias, aunque se permite también rescatar un pedacito de la letra de Carlos Ramón Fernández: “que te ha pasado Justicia, que por se pobre vos me pegas…musita la única parte que sabe, mientras envuelve con prolijidad un pequeño paquete.”
Detrás del mostrador, Omar “Pato” Menna ha desarrollado la mayor parte de su vida.
Feliz de ello renueva esperanzas cuando la persiana se eleva y comienzan a llegar clientes que son amigos, vecinos con nombre y apellido.
Una vez concluida la tarea vuelve a su pequeño mundo, donde sin equívocos pone en práctica la mejor receta de todas las conocidas: “familia, fútbol y algún tango del “varón” aquel, por el que un día triste de 1964… hasta se puso de luto”.