Por el perfil de pueblo que tiene Coronel Dorrego, tanto las buenas como las malas noticias se comparten, pasando a conformar la agenda de las inquietudes ciudadanas.
En la ventosa e insoportable mañana de este jueves se propagó una información que a medida que se fue extendiendo dejó de tener el impacto de la sorpresa, para despertar interrogantes, comentarios diversos y lamento profundo.
En lugares como el nuestro donde se conoce la vida del resto, donde las personas además de nombre y apellido tienen también apodo, donde se sabe de sus actividades y se conoce de su familia, determinados hechos no pasan desapercibidos.
A diferencia de las grandes urbes donde a nadie le importa lo que sucede a su lado, donde “los vecinos no existen”… en sitios como éste el dolor (aún en su condición de fruto amargo y desagradable), se comparte, se distribuye al resto en porciones iguales.
Fue el tema obligado en la primera charla de las vecinas, se trasladó a los comercios de cada barrio, despertó a muchos jóvenes en sus primeros días de vacaciones y tuvo el fulminante efecto de un rayo causando infinito dolor en sus seres queridos y amigos.
No pretenden estas palabras constituirse en una semblanza de su existencia.
Tampoco dispongo de elementos que permitan enhebrar un relato que acerque datos de su diario acontecer, de sus gustos, de sus acciones más frecuentes.
No fui parte de sus amistades, pocas veces intercambiamos alguna palabra, muchas otras…un saludo de buenos vecinos en la calle.
Sabía que era hijo de “Pocha” y “Pipo”, que su hermano mayor era Fernando.
No podía desconocer de su persona, saber de que se ocupaba y el lugar que se iba ganando en la consideración de la comunidad.
Imposible no distinguirlo entre el resto, donde su espigada figura de casi dos metros sobresalía en cualquiera de los ámbitos que lo tenían como protagonista.
Altura que lo motivó para practicar básquetbol, siendo uno de los alumnos de la Escuela “Bill Américo Brussa”; donde siempre buscaba ganar posiciones en el aro propio o ajeno, siempre atento a las exigentes consignas de “Bichango”.
El retorno de la actividad de pádel lo motivó para practicar con frecuencia esta disciplina, disputando ayer su último cotejo.
Cada vez en mayor cantidad y en distintos puntos de la ciudad blancos carteles con letras en azul distribuían su identidad en el frente de locales o domicilios, donde las clásicas leyendas: “se vende” o “se alquila” estaban acompañadas por sus datos personales.
A fuerza de constancia, dedicación y esa particular habilidad de “los turcos” para los negocios, había ganado importante terreno en el rubro inmobiliario.
Se mostraba siempre dispuesto a colaborar con las instituciones, siendo la Biblioteca Popular una de las beneficiadas con sus gestos, motivando hace unos días un reconocimiento de la misma por su desinteresado aporte.
Se sabía de su actividad docente en la Escuela Agropecuaria, del cariño que se había ganado entre sus pares y alumnos; de su compromiso con la entidad a través de su participación en la Cooperadora.
Hoy el establecimiento también está de luto, siente la inexorable e imprevista partida, habiendo decidido trasladar el acto de cierre del ciclo lectivo para el lunes próximo.
Con muchos proyectos por concretar, con la vida por delante, con ganas renovadas, con apenas 37 jóvenes años… “la muerte”, ingrata mensajera del destino lo golpeó de madrugada, le impidió mirar el sol del nuevo día.
En vano resultaron los esfuerzos, los pedidos de auxilio y la desesperación de Macarena (su esposa), con la cual estaba casado desde 2008.
Una vez conocida la noticia, la pena se hizo grande, se multiplicó por cientos, se convirtió en un llanto de miles.
Una expresión habitual, simple, espontánea, fiel a su cotidiano sentir, símbolo indentificatorio en su rostro, surgió nítida en la dolorosa despedida: “una sonrisa”…
Una sonrisa eterna asomando en sus labios…
Una sonrisa elevándose al cielo, quedando prendida en las ramas de los árboles, resistiéndose al vertiginoso andar del viento.
Una sonrisa acompañándolo hasta su última morada…
Una sonrisa enfrentando solitaria a un batallón de lágrimas.
Una sonrisa nos dejó Santiago Martín Mehemed, una sonrisa tan solo. Suficiente para recordarlo siempre a pesar de la distancia…
En la ventosa e insoportable mañana de este jueves se propagó una información que a medida que se fue extendiendo dejó de tener el impacto de la sorpresa, para despertar interrogantes, comentarios diversos y lamento profundo.
En lugares como el nuestro donde se conoce la vida del resto, donde las personas además de nombre y apellido tienen también apodo, donde se sabe de sus actividades y se conoce de su familia, determinados hechos no pasan desapercibidos.
A diferencia de las grandes urbes donde a nadie le importa lo que sucede a su lado, donde “los vecinos no existen”… en sitios como éste el dolor (aún en su condición de fruto amargo y desagradable), se comparte, se distribuye al resto en porciones iguales.
Fue el tema obligado en la primera charla de las vecinas, se trasladó a los comercios de cada barrio, despertó a muchos jóvenes en sus primeros días de vacaciones y tuvo el fulminante efecto de un rayo causando infinito dolor en sus seres queridos y amigos.
No pretenden estas palabras constituirse en una semblanza de su existencia.
Tampoco dispongo de elementos que permitan enhebrar un relato que acerque datos de su diario acontecer, de sus gustos, de sus acciones más frecuentes.
No fui parte de sus amistades, pocas veces intercambiamos alguna palabra, muchas otras…un saludo de buenos vecinos en la calle.
Sabía que era hijo de “Pocha” y “Pipo”, que su hermano mayor era Fernando.
No podía desconocer de su persona, saber de que se ocupaba y el lugar que se iba ganando en la consideración de la comunidad.
Imposible no distinguirlo entre el resto, donde su espigada figura de casi dos metros sobresalía en cualquiera de los ámbitos que lo tenían como protagonista.
Altura que lo motivó para practicar básquetbol, siendo uno de los alumnos de la Escuela “Bill Américo Brussa”; donde siempre buscaba ganar posiciones en el aro propio o ajeno, siempre atento a las exigentes consignas de “Bichango”.
El retorno de la actividad de pádel lo motivó para practicar con frecuencia esta disciplina, disputando ayer su último cotejo.
Cada vez en mayor cantidad y en distintos puntos de la ciudad blancos carteles con letras en azul distribuían su identidad en el frente de locales o domicilios, donde las clásicas leyendas: “se vende” o “se alquila” estaban acompañadas por sus datos personales.
A fuerza de constancia, dedicación y esa particular habilidad de “los turcos” para los negocios, había ganado importante terreno en el rubro inmobiliario.
Se mostraba siempre dispuesto a colaborar con las instituciones, siendo la Biblioteca Popular una de las beneficiadas con sus gestos, motivando hace unos días un reconocimiento de la misma por su desinteresado aporte.
Se sabía de su actividad docente en la Escuela Agropecuaria, del cariño que se había ganado entre sus pares y alumnos; de su compromiso con la entidad a través de su participación en la Cooperadora.
Hoy el establecimiento también está de luto, siente la inexorable e imprevista partida, habiendo decidido trasladar el acto de cierre del ciclo lectivo para el lunes próximo.
Con muchos proyectos por concretar, con la vida por delante, con ganas renovadas, con apenas 37 jóvenes años… “la muerte”, ingrata mensajera del destino lo golpeó de madrugada, le impidió mirar el sol del nuevo día.
En vano resultaron los esfuerzos, los pedidos de auxilio y la desesperación de Macarena (su esposa), con la cual estaba casado desde 2008.
Una vez conocida la noticia, la pena se hizo grande, se multiplicó por cientos, se convirtió en un llanto de miles.
Una expresión habitual, simple, espontánea, fiel a su cotidiano sentir, símbolo indentificatorio en su rostro, surgió nítida en la dolorosa despedida: “una sonrisa”…
Una sonrisa eterna asomando en sus labios…
Una sonrisa elevándose al cielo, quedando prendida en las ramas de los árboles, resistiéndose al vertiginoso andar del viento.
Una sonrisa acompañándolo hasta su última morada…
Una sonrisa enfrentando solitaria a un batallón de lágrimas.
Una sonrisa nos dejó Santiago Martín Mehemed, una sonrisa tan solo. Suficiente para recordarlo siempre a pesar de la distancia…