Despertó pasiones incontenibles, amores que aún siguen vivos y adhesiones que involucraron a distintas generaciones.
No fue el mensaje profundo de su canto o la excelencia de su poesía.
No fueron las consignas levantadas con énfasis desde una tribuna.
Tampoco los escándalos mediáticos, las conquistas amorosas o las exhibiciones pomposas.
Su vida estuvo cargada de misterios.
Su intimidad, sus pesares y una enfermedad que “no daba respiro”, permanecieron encerradas en su casa de Banfield.
Como pocos, adquirió la relevante estatura de ídolo popular.
Sus apariciones originaban frenéticos gritos, el contorneo de su cuerpo y sus ágiles movimientos despertaban variadas fantasías en una legión de señoras a las que definía cariñosamente como sus “nenas”…
Cada cumpleaños adquiría la categoría de una peregrinación, la puerta de su domicilio pasaba a ser un santuario donde cientos de devotas esperaban “el milagro” de su fugaz aparición…
Velas encendidas, fotografías de otros días, mujeres y hombres de edades diversas y los infaltables imitadores eran parte de aquella expresión de “fe, locura y fanatismo”.
Se contentaban con verlo un momento, con escuchar su apagada voz.
Se marchaban felices, aguardando con ansias la llegada del 19 de agosto próximo para renovar un rito único…difícil de explicar, también de entender.
El largo proceso de su enfermedad dejó lecciones, algunas que él mismo se encargaba de transmitir: mostró las consecuencias de un cigarrillo que mata y la trascendencia que tiene para muchos que esperan en larga lista, “la donación de órganos”.
Su larga agonía fue acompañada entre ruegos, rezos y múltiples pedidos.
Su muerte propagó la tristeza a lo largo y ancho del país.
El hondo pesar no conoció edades, tampoco supo de fronteras.
El multitudinario cortejo que lo acompañó en la despedida mostró el preferencial lugar que se ganó en el corazón del pueblo.
En el nombre de una sola mujer abrazó a todas, en pocas palabras y como póstumo agradecimiento, decidió contar el motivo de su partida:
“Ay Rosa, Rosa, pide lo que quieras
pero nunca pidas
que mi amor se muera.
si algo ha de morir,
moriré yo por ti.”
Fiel a su andar nómada, se marchó “El gitano”.
Murió un tal… Roberto Sánchez.
Nació un mito llamado: “Sandro”.
El amor yace en “penumbras”, mientras que una rosa deshoja su angustia en el jardín triste de este enero que no olvidaremos…
No fue el mensaje profundo de su canto o la excelencia de su poesía.
No fueron las consignas levantadas con énfasis desde una tribuna.
Tampoco los escándalos mediáticos, las conquistas amorosas o las exhibiciones pomposas.
Su vida estuvo cargada de misterios.
Su intimidad, sus pesares y una enfermedad que “no daba respiro”, permanecieron encerradas en su casa de Banfield.
Como pocos, adquirió la relevante estatura de ídolo popular.
Sus apariciones originaban frenéticos gritos, el contorneo de su cuerpo y sus ágiles movimientos despertaban variadas fantasías en una legión de señoras a las que definía cariñosamente como sus “nenas”…
Cada cumpleaños adquiría la categoría de una peregrinación, la puerta de su domicilio pasaba a ser un santuario donde cientos de devotas esperaban “el milagro” de su fugaz aparición…
Velas encendidas, fotografías de otros días, mujeres y hombres de edades diversas y los infaltables imitadores eran parte de aquella expresión de “fe, locura y fanatismo”.
Se contentaban con verlo un momento, con escuchar su apagada voz.
Se marchaban felices, aguardando con ansias la llegada del 19 de agosto próximo para renovar un rito único…difícil de explicar, también de entender.
El largo proceso de su enfermedad dejó lecciones, algunas que él mismo se encargaba de transmitir: mostró las consecuencias de un cigarrillo que mata y la trascendencia que tiene para muchos que esperan en larga lista, “la donación de órganos”.
Su larga agonía fue acompañada entre ruegos, rezos y múltiples pedidos.
Su muerte propagó la tristeza a lo largo y ancho del país.
El hondo pesar no conoció edades, tampoco supo de fronteras.
El multitudinario cortejo que lo acompañó en la despedida mostró el preferencial lugar que se ganó en el corazón del pueblo.
En el nombre de una sola mujer abrazó a todas, en pocas palabras y como póstumo agradecimiento, decidió contar el motivo de su partida:
“Ay Rosa, Rosa, pide lo que quieras
pero nunca pidas
que mi amor se muera.
si algo ha de morir,
moriré yo por ti.”
Fiel a su andar nómada, se marchó “El gitano”.
Murió un tal… Roberto Sánchez.
Nació un mito llamado: “Sandro”.
El amor yace en “penumbras”, mientras que una rosa deshoja su angustia en el jardín triste de este enero que no olvidaremos…