Días atrás y sin olvidar su condición de excelente productora periodística, Patricia Álvarez me envió un correo con un articulo titulado: “La teoría de las ventanas rotas”, que a su criterio era interesante y podía -eventualmente- servir para una nota editorial.
En la mañana de hoy, en forma separada dos vecinas expresaron su preocupación por los actos de vandalismo que se dan en nuestro ámbito y me sugirieron: “porque no hace un comentario del tema en la radio”…
Dispuesto a responder la amable sugerencia vecinal y a modo de introducción en el tema, creí conveniente rescatar la nota remitida por Patricia, la cual destaca en sus principales fundamentos:
En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.
Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron.
En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?
No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo.
Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional
Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito.
Si se cometen pequeñas faltas (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves “.
¿Por qué se ejerce violencia sobre espacios públicos y privados?
¿Por qué no consideramos al resto de los vecinos como pares?
¿Qué razones motivan que la agresión y el atropello sean moneda corriente?
¿El individualismo habrá de seguir imponiéndose a las acciones del conjunto?
¿Son las sanciones las únicas alternativas correctivas que pueden modificar los malos hábitos incorporados?
¿Es necesario que nos vigilen o controlen para el cumplimiento de nuestros deberes?
¿Por qué unos pocos entorpecen la tranquilidad del resto?
Estas preguntas están originadas en una serie de circunstancias que van resultando cada vez más frecuentes de observar en Coronel Dorrego, las cuales además de repudiables se convierten en preocupantes.
Que estas conductas pasen a ser costumbre obliga a reflexionar seriamente y plantearnos que comunidad queremos.
Aquí algunos de los “malos ejemplos” que a diario podemos constatar:
- Destrucción total de los papeleros oportunamente ubicados en distintos sitios de la ciudad; los cuales debieron ser reemplazados por otros más rústicos, pero más seguros ante los vándalos.
- Rotura de bancos, baños y juegos infantiles en plazas, paseos y Vivero.
- Toldos cortados, carteles de publicidad deteriorados y hasta las puertas de las casillas de gas arrancadas son también muestras del saldo destructor de los vándalos.
- Luminarias como blanco de certeros impactos de armas, piedras o elementos contundentes.
- Inscripciones y grafitos de distinta índole en domicilios particulares, establecimientos escolares, centros de salud y monumentos.
- Nomencladores de calles doblados y señales de tránsito directamente arrancadas.
- Vidrios de comercios, instituciones o domicilios apedreados.
- Ramas cortadas de árboles y en casos de plantas de reciente colocación, muchas de ellas extraídas de raíz.
- Es común que muchos perros (con dueños) y algunos de ellos bien cuidados y de raza hagan sus necesidades en la vía pública, convirtiéndose las veredas en “difíciles, olorosos e insoportables obstáculos”.
- Canes vagabundos y otros con domicilio propio, disfrutando de restos de comida que extraen de bolsas de basura que destruyen libremente.
- Personas que no obedecen recomendaciones y sacan sus residuos en días no laborables. Son los que tienen “limpia” la casa sin importarles la suciedad que trasladan a la calle.
- Instalación de “mini basureros” en sectores periféricos.
- Derroche de agua en lavado de vehículos, veredas, llenado de piletas o juegos; sin importar las vicisitudes de muchos hogares que a veces “imploran por una gota de agua”.
- Indebido estacionamiento de vehículos obstaculizando las rampas de acceso a veredas, sin tener en consideración lo vital que resultan para discapacitados, mamás transportando a sus bebes en carritos o personas mayores.
- Circulación de bicicletas y motos en la vereda y peatones expulsados a la calle o lesionados.
- Ruidos molestos: caños de escape libre, música a todo volumen en horas de descanso; sin olvidar la molesta y agresiva pirotecnia de los últimos meses.
Algunas de estas infracciones y daños son responsabilidad del estado municipal o la Policía en cuanto a su control y eventual sanción; pero no es menos cierto que resulta casi imposible estar detrás de tantos desaprensivos que pululan por la ciudad y las localidades, acostumbrados a actuar irresponsablemente.
No es menos cierto que la rectificación de estas malas conductas (cuando de niños y jóvenes se trata), resulta un deber indelegable de los padres; los que a veces piden y reclaman que sean los otros (autoridades, docentes u órganos de control), quienes ejerzan la responsabilidad tutoral que ellos (puertas adentro del hogar) eluden.
Sin dudas que es posible una ciudad mejor. Para ello es menester la toma de conciencia de lo que implica “vivir en comunidad”, defendiendo nuestros derechos sin avasallar los del resto.
No adhiero al “orden de los palos”, tampoco a la estrategia de “mirar para otro lado” evitando conflictos. Quienes tienen a su cargo la potestad de hacer cumplir las disposiciones vigentes, deben actuar con equidad y responsabilidad; utilizando como premisa de sus acciones “la igualdad ante la ley”, evitando lo que en la jerga popular se conoce como “hijos y entenados”.
A los comunes ciudadanos no corresponde convertirse en vigilantes, pero pueden ser solidarios y contribuir con su aporte o denuncia para permitir la corrección de ciertas conductas.
Tener una ciudad más limpia, cuidada y digna de ser disfrutada por la mayoría es posible.
Los buenos vecinos no pueden sucumbir ante la intolerancia y la desaprensión de unos pocos.
Como en el recordado “Don Pirulero”, cada cual (ciudadanos y funcionarios) deben atender su juego en forma responsable, competente y permanente.
En la mañana de hoy, en forma separada dos vecinas expresaron su preocupación por los actos de vandalismo que se dan en nuestro ámbito y me sugirieron: “porque no hace un comentario del tema en la radio”…
Dispuesto a responder la amable sugerencia vecinal y a modo de introducción en el tema, creí conveniente rescatar la nota remitida por Patricia, la cual destaca en sus principales fundamentos:
En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.
Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron.
En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?
No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo.
Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional
Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito.
Si se cometen pequeñas faltas (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves “.
¿Por qué se ejerce violencia sobre espacios públicos y privados?
¿Por qué no consideramos al resto de los vecinos como pares?
¿Qué razones motivan que la agresión y el atropello sean moneda corriente?
¿El individualismo habrá de seguir imponiéndose a las acciones del conjunto?
¿Son las sanciones las únicas alternativas correctivas que pueden modificar los malos hábitos incorporados?
¿Es necesario que nos vigilen o controlen para el cumplimiento de nuestros deberes?
¿Por qué unos pocos entorpecen la tranquilidad del resto?
Estas preguntas están originadas en una serie de circunstancias que van resultando cada vez más frecuentes de observar en Coronel Dorrego, las cuales además de repudiables se convierten en preocupantes.
Que estas conductas pasen a ser costumbre obliga a reflexionar seriamente y plantearnos que comunidad queremos.
Aquí algunos de los “malos ejemplos” que a diario podemos constatar:
- Destrucción total de los papeleros oportunamente ubicados en distintos sitios de la ciudad; los cuales debieron ser reemplazados por otros más rústicos, pero más seguros ante los vándalos.
- Rotura de bancos, baños y juegos infantiles en plazas, paseos y Vivero.
- Toldos cortados, carteles de publicidad deteriorados y hasta las puertas de las casillas de gas arrancadas son también muestras del saldo destructor de los vándalos.
- Luminarias como blanco de certeros impactos de armas, piedras o elementos contundentes.
- Inscripciones y grafitos de distinta índole en domicilios particulares, establecimientos escolares, centros de salud y monumentos.
- Nomencladores de calles doblados y señales de tránsito directamente arrancadas.
- Vidrios de comercios, instituciones o domicilios apedreados.
- Ramas cortadas de árboles y en casos de plantas de reciente colocación, muchas de ellas extraídas de raíz.
- Es común que muchos perros (con dueños) y algunos de ellos bien cuidados y de raza hagan sus necesidades en la vía pública, convirtiéndose las veredas en “difíciles, olorosos e insoportables obstáculos”.
- Canes vagabundos y otros con domicilio propio, disfrutando de restos de comida que extraen de bolsas de basura que destruyen libremente.
- Personas que no obedecen recomendaciones y sacan sus residuos en días no laborables. Son los que tienen “limpia” la casa sin importarles la suciedad que trasladan a la calle.
- Instalación de “mini basureros” en sectores periféricos.
- Derroche de agua en lavado de vehículos, veredas, llenado de piletas o juegos; sin importar las vicisitudes de muchos hogares que a veces “imploran por una gota de agua”.
- Indebido estacionamiento de vehículos obstaculizando las rampas de acceso a veredas, sin tener en consideración lo vital que resultan para discapacitados, mamás transportando a sus bebes en carritos o personas mayores.
- Circulación de bicicletas y motos en la vereda y peatones expulsados a la calle o lesionados.
- Ruidos molestos: caños de escape libre, música a todo volumen en horas de descanso; sin olvidar la molesta y agresiva pirotecnia de los últimos meses.
Algunas de estas infracciones y daños son responsabilidad del estado municipal o la Policía en cuanto a su control y eventual sanción; pero no es menos cierto que resulta casi imposible estar detrás de tantos desaprensivos que pululan por la ciudad y las localidades, acostumbrados a actuar irresponsablemente.
No es menos cierto que la rectificación de estas malas conductas (cuando de niños y jóvenes se trata), resulta un deber indelegable de los padres; los que a veces piden y reclaman que sean los otros (autoridades, docentes u órganos de control), quienes ejerzan la responsabilidad tutoral que ellos (puertas adentro del hogar) eluden.
Sin dudas que es posible una ciudad mejor. Para ello es menester la toma de conciencia de lo que implica “vivir en comunidad”, defendiendo nuestros derechos sin avasallar los del resto.
No adhiero al “orden de los palos”, tampoco a la estrategia de “mirar para otro lado” evitando conflictos. Quienes tienen a su cargo la potestad de hacer cumplir las disposiciones vigentes, deben actuar con equidad y responsabilidad; utilizando como premisa de sus acciones “la igualdad ante la ley”, evitando lo que en la jerga popular se conoce como “hijos y entenados”.
A los comunes ciudadanos no corresponde convertirse en vigilantes, pero pueden ser solidarios y contribuir con su aporte o denuncia para permitir la corrección de ciertas conductas.
Tener una ciudad más limpia, cuidada y digna de ser disfrutada por la mayoría es posible.
Los buenos vecinos no pueden sucumbir ante la intolerancia y la desaprensión de unos pocos.
Como en el recordado “Don Pirulero”, cada cual (ciudadanos y funcionarios) deben atender su juego en forma responsable, competente y permanente.