La particular rutina de un horario fijo, con un almuerzo a las corridas y la vuelta al trabajo ante la mirada de los que esperan ansiosos en larga cola.
Billetes contados de prisa, descubriendo “al tacto” la falsedad de un patriota fraguado.
Primeros días del mes con jubilados y pensionados concurriendo bien temprano, con la ilusión de un premio para tantos años de esfuerzo, con la paga que de prisa se mete en el bolsillo o en la cartera de la dama.
Cheques a cobrar, depósitos para evitar el temido llamado del Gerente, ahorros que se dejan en una caja segura y resúmenes “de plásticos” que obligan a pagar el mínimo.
Impuestos, servicios, pagos diversos por parte de clientes de todos los días, por otros que fastidiados no soportan la larga espera y miran de reojo el presuroso andar de un reloj que marca otras obligaciones a cumplir.
Gente que aprovecha para comentar noticias, para intercambiar saludos; asientos que desde hace poco tiempo contribuyen a que la paciencia no se agote, mientras tanto se aguarda con expectativa que los números del pequeño tablero incrementen su andar.
Un chico llora molesto y pregunta como “Carlitos”, ¿mamá cuando nos vamos?... una embarazada cuenta los meses de gestación, un chacarero habla de la lluvia que escasea, dos amigos discuten sobre el partido del domingo y alguien preocupado indaga por el saldo de su cuenta.
Postales cotidianas que se viven de manera distinta de un lado y otro del mostrador, que marcan los grados de paciencia de cada individuo; que muestran estados de animo diversos, que permiten observar sonrisas, irritación, poca o mucha predisposición.
En la fila era la última, esperando como siempre con una sonrisa y una palabra de afecto al cliente circunstancial, al de todos los días, al amigo y al conocido.
Llegar a “su ventanilla” trasformaba la bronca en placer, los tediosos minutos de la espera pasaban al olvido y su deferente trato surgía cual refrescante bálsamo aliviando las tensiones previas.
Entre sellados, pagos y tramitaciones realizadas de prisa, siempre se hacía lugar para el dialogo respetuoso, para una referencia sobre el clima, el intercambio de saludos familiares o el comentario referido a alguna noticia trascendente.
Parecía no tener problemas o al menos se permitía dejarlos afuera de su trabajo, no transferirlos a los otros. Sin embargo sus oídos siempre estaban dispuestos a escuchar las angustias ajenas, adquiriendo su sitio habitual la condición de vidriado confesionario.
Los almanaques se fueron acumulando en su existencia, las fechas surgen sin necesidad de apelar a la memoria, están ordenadas en forma cronológica…
7 de Abril de 1975: comenzó a trabajar en la sucursal Tres Arroyos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde por mérito la designaron “Cajera Accidental”.
Agosto de 1978: fue trasladada a la Sucursal 6245, con sede en nuestra ciudad.
9 de Agosto de 1983: contrajo enlace con Carlos Enrique Hardoy, siendo tres los hijos del matrimonio, Guido, Estefanía y Sara.
31 de Diciembre de 2009: fue su último día de trabajo, el día final de una larga y positiva trayectoria laboral de 35 años.
Durante tres décadas y media su destino fue la “Caja”, aunque en distintas ocasiones se desempeñó como reemplazante de Tesorero. Es que eligió su familia y “su Dorrego”, impidiéndole esa decisión ascender dentro de la actividad bancaria.
Muchos fueron los compañeros que compartieron su tiempo, dos que marcaron desde las palabras y los consejos el camino a seguir: Diego Pérez (padre) y Reno Paiz, fueron entre muchos sus mejores y más respetados “maestros”.
Su adhesión al peronismo (que nunca ocultó) la convocó muchas veces al trabajo partidario, aceptando integrar en algunas ocasiones sus listas; siendo abierta a todas las voces, respetuosa a ultranza de los pensamientos divergentes.
Ha dejado un vacío difícil de llenar.
Como ayer su presencia… su ausencia de hoy no puede pasar desapercibida.
Difíciles serán de olvidar sus gestos cordiales, su sonrisa sincera, sus palabras llenas de afecto y su trato (siempre) igualitario.
Eva Anahí Vidaurreta: supo poner “en caja” a la soberbia de tantos poderosos, dispuestos siempre a ser los primeros en la fila.
Anahí Vidaurreta: puso a “plazo fijo” su vida…
Anahí: entregó a cada cliente “el saldo” de la mejor atención.
Anahí: dejó “en descubierto” una sonrisa que no tuvo “rechazos”…
Anahí: nunca “hipotecó” sus buenos sentimientos.
Anahí: se llevó el mejor de los tesoros: “el intransferible” cariño de la gente…
Billetes contados de prisa, descubriendo “al tacto” la falsedad de un patriota fraguado.
Primeros días del mes con jubilados y pensionados concurriendo bien temprano, con la ilusión de un premio para tantos años de esfuerzo, con la paga que de prisa se mete en el bolsillo o en la cartera de la dama.
Cheques a cobrar, depósitos para evitar el temido llamado del Gerente, ahorros que se dejan en una caja segura y resúmenes “de plásticos” que obligan a pagar el mínimo.
Impuestos, servicios, pagos diversos por parte de clientes de todos los días, por otros que fastidiados no soportan la larga espera y miran de reojo el presuroso andar de un reloj que marca otras obligaciones a cumplir.
Gente que aprovecha para comentar noticias, para intercambiar saludos; asientos que desde hace poco tiempo contribuyen a que la paciencia no se agote, mientras tanto se aguarda con expectativa que los números del pequeño tablero incrementen su andar.
Un chico llora molesto y pregunta como “Carlitos”, ¿mamá cuando nos vamos?... una embarazada cuenta los meses de gestación, un chacarero habla de la lluvia que escasea, dos amigos discuten sobre el partido del domingo y alguien preocupado indaga por el saldo de su cuenta.
Postales cotidianas que se viven de manera distinta de un lado y otro del mostrador, que marcan los grados de paciencia de cada individuo; que muestran estados de animo diversos, que permiten observar sonrisas, irritación, poca o mucha predisposición.
En la fila era la última, esperando como siempre con una sonrisa y una palabra de afecto al cliente circunstancial, al de todos los días, al amigo y al conocido.
Llegar a “su ventanilla” trasformaba la bronca en placer, los tediosos minutos de la espera pasaban al olvido y su deferente trato surgía cual refrescante bálsamo aliviando las tensiones previas.
Entre sellados, pagos y tramitaciones realizadas de prisa, siempre se hacía lugar para el dialogo respetuoso, para una referencia sobre el clima, el intercambio de saludos familiares o el comentario referido a alguna noticia trascendente.
Parecía no tener problemas o al menos se permitía dejarlos afuera de su trabajo, no transferirlos a los otros. Sin embargo sus oídos siempre estaban dispuestos a escuchar las angustias ajenas, adquiriendo su sitio habitual la condición de vidriado confesionario.
Los almanaques se fueron acumulando en su existencia, las fechas surgen sin necesidad de apelar a la memoria, están ordenadas en forma cronológica…
7 de Abril de 1975: comenzó a trabajar en la sucursal Tres Arroyos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde por mérito la designaron “Cajera Accidental”.
Agosto de 1978: fue trasladada a la Sucursal 6245, con sede en nuestra ciudad.
9 de Agosto de 1983: contrajo enlace con Carlos Enrique Hardoy, siendo tres los hijos del matrimonio, Guido, Estefanía y Sara.
31 de Diciembre de 2009: fue su último día de trabajo, el día final de una larga y positiva trayectoria laboral de 35 años.
Durante tres décadas y media su destino fue la “Caja”, aunque en distintas ocasiones se desempeñó como reemplazante de Tesorero. Es que eligió su familia y “su Dorrego”, impidiéndole esa decisión ascender dentro de la actividad bancaria.
Muchos fueron los compañeros que compartieron su tiempo, dos que marcaron desde las palabras y los consejos el camino a seguir: Diego Pérez (padre) y Reno Paiz, fueron entre muchos sus mejores y más respetados “maestros”.
Su adhesión al peronismo (que nunca ocultó) la convocó muchas veces al trabajo partidario, aceptando integrar en algunas ocasiones sus listas; siendo abierta a todas las voces, respetuosa a ultranza de los pensamientos divergentes.
Ha dejado un vacío difícil de llenar.
Como ayer su presencia… su ausencia de hoy no puede pasar desapercibida.
Difíciles serán de olvidar sus gestos cordiales, su sonrisa sincera, sus palabras llenas de afecto y su trato (siempre) igualitario.
Eva Anahí Vidaurreta: supo poner “en caja” a la soberbia de tantos poderosos, dispuestos siempre a ser los primeros en la fila.
Anahí Vidaurreta: puso a “plazo fijo” su vida…
Anahí: entregó a cada cliente “el saldo” de la mejor atención.
Anahí: dejó “en descubierto” una sonrisa que no tuvo “rechazos”…
Anahí: nunca “hipotecó” sus buenos sentimientos.
Anahí: se llevó el mejor de los tesoros: “el intransferible” cariño de la gente…