Quiero volver hoy sobre un tema que tratamos en esta columna de reflexión cuando se conoció que la familia Pomar había muerto por un accidente: el pobre momento que atraviesa buena parte de la prensa nacional.
La sensacionalista cobertura del drama vivido por la familia que se mató en la ruta 31 fue el corolario de un año en el que terminó de quedar demostrado que en la Argentina no existe el periodismo independiente, que el ejercicio de toda la profesión adolece de falencias graves y que esta situación obedece, fundamentalmente, a fallas estructurales más cercanas a las lógicas y decisiones empresariales que a los ataques políticos o sindicales, tal cual reflexiona, en su nota de tapa, la más que recomendable publicación Contraeditorial.
Allí, se recuerda una nota escrita por el periodista Raúl Kollmann en Página 12 para comprobar que el dislate periodístico del caso Pomar alcanzó a todos y no sólo a los amarillos como Facundo Pastor, Guillermo Andino, Crónica o Diario Popular.
“Quienes durante estos días transmitimos las hipótesis de los investigadores, policiales y judiciales, vivimos este desenlace con agobio. Por un lado, quien escribe estas líneas siente que en ningún momento se apartó de lo que provenía de la causa judicial.
Pero por el otro, queda la bronca de no haber desconfiado más, de no haber puesto más la lupa en una ineficacia policial que es habitual y que constituye un estilo: los policías están más orientados a negociar con el delito que a investigar. Equivocadamente, este periodista creyó que era imposible que no buscaran como corresponde a veinte metros de la ruta”, escribió Kollmann tras el hallazgo del Fiat Duna de la familia Pomar.
En sintonía con este enfoque, FOPEA (Foro del Periodismo Argentino) reveló en un informe algunos de los “principales problemas que atraviesa el periodismo nacional”.
Ellos son: “Extrema facilidad de pasar del caso particular a la generalización. Ignorancia estructural sobre el funcionamiento de algunas áreas específicas del Estado. Coberturas reduccionistas de temas públicos de enorme importancia.
Difusión de mitos (por ejemplo, los delincuentes que “entran por una puerta y salen por la otra”). Falta de chequeo de la veracidad y precisión de la información. Tendencia a sostener prejuicios en sus coberturas. Sospechas de connivencia entre los periodistas y los intereses políticos y empresariales. Tendencia a la estigmatización y a la discriminación. Ausencia de buenas noticias (sobre temas educativos). Centralización informativa. Tendencia a la emocionalización. Falta de contextualización. Dependencia informativa de las fuentes oficiales. Dificultad para informar en situaciones de gran incertidumbre (básicamente en temas de salud, como las epidemias de 2009 de dengue y de gripe A) y falta de seguimiento”.
Otros dos casos que refuerzan estas teorías sobre que 2009 fue un año decididamente malo para la credibilidad de la mayoría de los grandes medios fueron los tratamientos periodísticos de la gripe A y del dengue.
Muchos especialistas médicos criticaron el sensacionalismo en el manejo de la información, la danza de cifras y la amplificación de los efectos que causaba una epidemia menos dañina que otras enfermedades que ya son crónicas y reiteradas por estas pampas, como la gripe común, el chagas o la tuberculosis.
La médica Mónica Muller acusó a “los medios nacionales” del despliegue de “hipótesis persecutorias tan disparatadas que si no fuera por el contexto en que se publican deberían merecer la atención de especialistas en psicosis paranoides.
Un mínimo esfuerzo por informarse con objetividad permite saber que las autoridades sanitarias argentinas siguieron desde el principio las directivas de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a control, detección de casos y mitigación de la epidemia”, agregó Muller.
¿Y si se cuestionan esas coberturas donde debería prevalecer la información científica y el dato preciso, qué podría decirse sobre las especulaciones que hubo ante la caída al mar del vuelo 447 de Air France o la audacia de los boca de urna que daban ganador de las elecciones legislativas a Néstor Kirchner en los primeros minutos del escrutinio del 28 de junio?
Quizá 2009 también se recuerde como el nacimiento múltiple de estrellas mediáticas como Ricardo Fort, Zulma Lobato, el supuesto hijo de Guido Süller, lo que evidencia la crisis de contenidos que tiene la televisión, pero también el fácil y rápido acceso a la llamada caja boba que tienen ciertos personajes.
En contraste con el exceso mediático podría colocarse el silencio ante la desaparición, en enero último, de Luciano Arruga, a quien la mayoría de los medios ignoró por completo.
Y eso que el caso del joven, del que se sospecha que fue chupado por la policía provincial, dejó en evidencia algo inquietante: que la Bonaerense recluta –por las buenas o por las malas– menores para que cometan delitos, una cuestión gravísima que el ministro de Seguridad Carlos Stornelli admitió recién en diciembre cuando arreciaban los cuestionamientos al profesionalismo y probidad de la fuerza de seguridad que en teoría conduce.
El mismo silencio que sufrió Luciano, la corporación lo aplicó para la evolución de la causa por la identidad de los hijos adoptados de Ernestina Herrera de Noble o los muchos conflictos salariales y/o gremiales en varias empresas periodísticas (Crónica, La Nación, El Cronista, Canal 13, Terra, Crítica), donde se violaron derechos constitucionales como la libertad sindical o de huelga.
No se puede obviar, se describe en Contraeditorial, lo que tardaron los grandes medios en dar cuenta de lo que pasaba en la ex Terrabusi, cuyos empleados recién lograron acaparar atención cuando cortaron la ruta Panamericana. Es una constante de gran parte de la prensa abordar conflictos sindicales o sociales si estallan o tienen un componente de violencia (represión o incidentes).
Agobiados por la necesidad de escandalizar para atrapar a los consumidores de noticias o de responder a los intereses económicos de los dueños de las grandes empresas periodísticas, muchos periodistas han demostrado falta de profesionalismo, de calidad y también de autocrítica, contrariando una premisa básica del periodismo: poner el oficio al servicio del público sin importar que en ello haya que enfrentarse a al poder político o a una empresa burocrática y monopólica.
El artículo que le da vida a buena parte de este análisis, concluye así: “Es el momento de mirarse el ombligo y corregir los errores, porque el hecho de que la clase dirigente cargue contra las empresas periodísticas y algunos periodistas no es para cerrar filas sino para ejercer cada vez mejor el oficio. Y la excelencia no abunda, no por culpa de la política sino por la pauperización que aplican muchos dueños de los medios”.
La sensacionalista cobertura del drama vivido por la familia que se mató en la ruta 31 fue el corolario de un año en el que terminó de quedar demostrado que en la Argentina no existe el periodismo independiente, que el ejercicio de toda la profesión adolece de falencias graves y que esta situación obedece, fundamentalmente, a fallas estructurales más cercanas a las lógicas y decisiones empresariales que a los ataques políticos o sindicales, tal cual reflexiona, en su nota de tapa, la más que recomendable publicación Contraeditorial.
Allí, se recuerda una nota escrita por el periodista Raúl Kollmann en Página 12 para comprobar que el dislate periodístico del caso Pomar alcanzó a todos y no sólo a los amarillos como Facundo Pastor, Guillermo Andino, Crónica o Diario Popular.
“Quienes durante estos días transmitimos las hipótesis de los investigadores, policiales y judiciales, vivimos este desenlace con agobio. Por un lado, quien escribe estas líneas siente que en ningún momento se apartó de lo que provenía de la causa judicial.
Pero por el otro, queda la bronca de no haber desconfiado más, de no haber puesto más la lupa en una ineficacia policial que es habitual y que constituye un estilo: los policías están más orientados a negociar con el delito que a investigar. Equivocadamente, este periodista creyó que era imposible que no buscaran como corresponde a veinte metros de la ruta”, escribió Kollmann tras el hallazgo del Fiat Duna de la familia Pomar.
En sintonía con este enfoque, FOPEA (Foro del Periodismo Argentino) reveló en un informe algunos de los “principales problemas que atraviesa el periodismo nacional”.
Ellos son: “Extrema facilidad de pasar del caso particular a la generalización. Ignorancia estructural sobre el funcionamiento de algunas áreas específicas del Estado. Coberturas reduccionistas de temas públicos de enorme importancia.
Difusión de mitos (por ejemplo, los delincuentes que “entran por una puerta y salen por la otra”). Falta de chequeo de la veracidad y precisión de la información. Tendencia a sostener prejuicios en sus coberturas. Sospechas de connivencia entre los periodistas y los intereses políticos y empresariales. Tendencia a la estigmatización y a la discriminación. Ausencia de buenas noticias (sobre temas educativos). Centralización informativa. Tendencia a la emocionalización. Falta de contextualización. Dependencia informativa de las fuentes oficiales. Dificultad para informar en situaciones de gran incertidumbre (básicamente en temas de salud, como las epidemias de 2009 de dengue y de gripe A) y falta de seguimiento”.
Otros dos casos que refuerzan estas teorías sobre que 2009 fue un año decididamente malo para la credibilidad de la mayoría de los grandes medios fueron los tratamientos periodísticos de la gripe A y del dengue.
Muchos especialistas médicos criticaron el sensacionalismo en el manejo de la información, la danza de cifras y la amplificación de los efectos que causaba una epidemia menos dañina que otras enfermedades que ya son crónicas y reiteradas por estas pampas, como la gripe común, el chagas o la tuberculosis.
La médica Mónica Muller acusó a “los medios nacionales” del despliegue de “hipótesis persecutorias tan disparatadas que si no fuera por el contexto en que se publican deberían merecer la atención de especialistas en psicosis paranoides.
Un mínimo esfuerzo por informarse con objetividad permite saber que las autoridades sanitarias argentinas siguieron desde el principio las directivas de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a control, detección de casos y mitigación de la epidemia”, agregó Muller.
¿Y si se cuestionan esas coberturas donde debería prevalecer la información científica y el dato preciso, qué podría decirse sobre las especulaciones que hubo ante la caída al mar del vuelo 447 de Air France o la audacia de los boca de urna que daban ganador de las elecciones legislativas a Néstor Kirchner en los primeros minutos del escrutinio del 28 de junio?
Quizá 2009 también se recuerde como el nacimiento múltiple de estrellas mediáticas como Ricardo Fort, Zulma Lobato, el supuesto hijo de Guido Süller, lo que evidencia la crisis de contenidos que tiene la televisión, pero también el fácil y rápido acceso a la llamada caja boba que tienen ciertos personajes.
En contraste con el exceso mediático podría colocarse el silencio ante la desaparición, en enero último, de Luciano Arruga, a quien la mayoría de los medios ignoró por completo.
Y eso que el caso del joven, del que se sospecha que fue chupado por la policía provincial, dejó en evidencia algo inquietante: que la Bonaerense recluta –por las buenas o por las malas– menores para que cometan delitos, una cuestión gravísima que el ministro de Seguridad Carlos Stornelli admitió recién en diciembre cuando arreciaban los cuestionamientos al profesionalismo y probidad de la fuerza de seguridad que en teoría conduce.
El mismo silencio que sufrió Luciano, la corporación lo aplicó para la evolución de la causa por la identidad de los hijos adoptados de Ernestina Herrera de Noble o los muchos conflictos salariales y/o gremiales en varias empresas periodísticas (Crónica, La Nación, El Cronista, Canal 13, Terra, Crítica), donde se violaron derechos constitucionales como la libertad sindical o de huelga.
No se puede obviar, se describe en Contraeditorial, lo que tardaron los grandes medios en dar cuenta de lo que pasaba en la ex Terrabusi, cuyos empleados recién lograron acaparar atención cuando cortaron la ruta Panamericana. Es una constante de gran parte de la prensa abordar conflictos sindicales o sociales si estallan o tienen un componente de violencia (represión o incidentes).
Agobiados por la necesidad de escandalizar para atrapar a los consumidores de noticias o de responder a los intereses económicos de los dueños de las grandes empresas periodísticas, muchos periodistas han demostrado falta de profesionalismo, de calidad y también de autocrítica, contrariando una premisa básica del periodismo: poner el oficio al servicio del público sin importar que en ello haya que enfrentarse a al poder político o a una empresa burocrática y monopólica.
El artículo que le da vida a buena parte de este análisis, concluye así: “Es el momento de mirarse el ombligo y corregir los errores, porque el hecho de que la clase dirigente cargue contra las empresas periodísticas y algunos periodistas no es para cerrar filas sino para ejercer cada vez mejor el oficio. Y la excelencia no abunda, no por culpa de la política sino por la pauperización que aplican muchos dueños de los medios”.
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