“El carnaval es una fiesta que el pueblo se regala a sí mismo sin que interfieran poderes religiosos, políticos y militares, y hasta establece un código casi subversivo hacia los poderes dominantes. Y como propugna que somos todos iguales, entre otros planteos utópicos muy interesantes, ofrece un territorio creativo clave, a la vez que, como fenómeno cultural, se integra a la cultura de cada lugar”.
La definición es de Coco Romero, músico e investigador del carnaval, la celebración pagana por excelencia, que sufrió censuras y prohibiciones.
No hay una fecha precisa de la llegada del carnaval a estas pampas. Vino con los españoles. Bajó de los barcos al mismo tiempo que las fiestas cristianas. Desde el Medioevo fue una fiesta atada al calendario litúrgico de la iglesia católica y se encontraba en oposición con Cuaresma.
El desorden de los modos de la vida ordinaria que impone el carnaval, hizo que el poder política siempre intentara controlar este festejo, “incómodo” para autoridades civiles y eclesiásticas, como lo explica el filósofo Romeo César, autor El carnaval de Buenos Aires. El bastión sitiado. Se lo condenaba por sus “comportamientos irreverentes”, por sus críticas a la política y los políticos del momento, por sus sátiras y burlas impiadosas al clero y a la jerarquía eclesiástica y por su desprejuicio sexual, entre otros cuestionamientos.
Una y otra vez cayeron sobre él censuras y prohibiciones. En 1824, por ejemplo, en la época de Rivadavia, se prohibió a las mujeres llevar huevos con agua a la función de teatro de esos días para mojar a los asistentes, como era la costumbre. Ellas boicotearon la medida y la función fue un fracaso.
En 1832, Balcarce prohibió las máscaras, lo cual quitaba al carnaval uno de sus elementos esenciales. Estas y otras prohibiciones terminaron siendo inútiles. La gente se resistía a que el poder político se entrometiera y se burlaba de los reglamentos.
En nuestra ciudad, hace varios años, un grupo de entusiastas jóvenes formó una comisión que durante algunos años organizó los festejos de carnaval, con multitudinaria respuesta del pueblo dorreguense. Por distintas razones, los festejos dejaron de hacerse. Una pena.
Pero más allá de estos datos, el carnaval es un antídoto para combatir la mala onda. Es un buen momento para darle rienda suelta a la alegría, al baile, al colorido, a la irreverencia, a las bromas, a la espuma.
Es una excusa perfecta para enrostrarle a los propagadores del desánimo, a los anunciadores de catástrofes, a los quejosos consuetudinarios, a los que se regodean con la difusión (y el consumo) de malas noticias, que más allá de las dificultades y de los problemas, hay gente dispuesta a pasarla bien, a reírse, a gozar, a no dejarse arrastrar por la maliciosa sentencia de los que afirman que habitamos un país invivible.
La definición es de Coco Romero, músico e investigador del carnaval, la celebración pagana por excelencia, que sufrió censuras y prohibiciones.
No hay una fecha precisa de la llegada del carnaval a estas pampas. Vino con los españoles. Bajó de los barcos al mismo tiempo que las fiestas cristianas. Desde el Medioevo fue una fiesta atada al calendario litúrgico de la iglesia católica y se encontraba en oposición con Cuaresma.
El desorden de los modos de la vida ordinaria que impone el carnaval, hizo que el poder política siempre intentara controlar este festejo, “incómodo” para autoridades civiles y eclesiásticas, como lo explica el filósofo Romeo César, autor El carnaval de Buenos Aires. El bastión sitiado. Se lo condenaba por sus “comportamientos irreverentes”, por sus críticas a la política y los políticos del momento, por sus sátiras y burlas impiadosas al clero y a la jerarquía eclesiástica y por su desprejuicio sexual, entre otros cuestionamientos.
Una y otra vez cayeron sobre él censuras y prohibiciones. En 1824, por ejemplo, en la época de Rivadavia, se prohibió a las mujeres llevar huevos con agua a la función de teatro de esos días para mojar a los asistentes, como era la costumbre. Ellas boicotearon la medida y la función fue un fracaso.
En 1832, Balcarce prohibió las máscaras, lo cual quitaba al carnaval uno de sus elementos esenciales. Estas y otras prohibiciones terminaron siendo inútiles. La gente se resistía a que el poder político se entrometiera y se burlaba de los reglamentos.
En nuestra ciudad, hace varios años, un grupo de entusiastas jóvenes formó una comisión que durante algunos años organizó los festejos de carnaval, con multitudinaria respuesta del pueblo dorreguense. Por distintas razones, los festejos dejaron de hacerse. Una pena.
Pero más allá de estos datos, el carnaval es un antídoto para combatir la mala onda. Es un buen momento para darle rienda suelta a la alegría, al baile, al colorido, a la irreverencia, a las bromas, a la espuma.
Es una excusa perfecta para enrostrarle a los propagadores del desánimo, a los anunciadores de catástrofes, a los quejosos consuetudinarios, a los que se regodean con la difusión (y el consumo) de malas noticias, que más allá de las dificultades y de los problemas, hay gente dispuesta a pasarla bien, a reírse, a gozar, a no dejarse arrastrar por la maliciosa sentencia de los que afirman que habitamos un país invivible.
1 comentario:
Una pregunta :se hace el carnaval en dorrego ? gracias !
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