miércoles

Requisitos. Escribe Gustavo Sala para LA DORREGO

A Carlos César Aiub…

Tal vez, el día que no esté, alguien destape un libro que yo haya escrito dándome por vivo.

Es probable que por unos instantes vuelva a percibir, amar, resistir; intuirme menos muerto. Por ahora no hay alivio. Distanciado de mis deseos persisto, sólo persisto, deslucido, apagado.

Vulgar estado de regreso con espacios ilusorios, espectros silentes, cediéndole mi espalda a la eternidad y su néctar de finitud.

Tal vez el día que no esté alguien descubra un libro que yo haya escrito dándome por vivo, omitiendo que estoy vivo. Omitiendo que deseo sin gozar que deseo, como aquellos dichosos que viven olvidando discernir.

Continuo jugando, negándole recreo a la tragedia haciendo que vivo, dado que mi muerte me es ajena, extranjera de mí y del sitio en que nací luego de mi primera muerte o primer dolor, llanto fundacional. De hecho, estoy cumpliendo con todos los requisitos para afrontar la finitud, esto es, estar vivo respirando simulacros.

Este breve texto nació a partir del dolor que significa la omisión, la ausencia de memoria, lo desdoroso de la invisibilidad.

Pues de eso se trató. No fue sólo matar y morir, fue decretar la inexistencia de las ideas, los conceptos y las artes que comprometían el orden establecido. Fue establecer la sospecha como modo de sociabilidad, fue la delación como instrumento y herramienta.

La pregunta que nos debemos hacer es cuántas de aquellas cosas quedaron asentadas como hábito y costumbre.

En la bella película Solos en la Madrugada, Pepe Sacristán decía: “No podemos seguir hablando durante los próximos cuarenta años lo que sucedió durante los últimos cuarenta años. Si esto ocurre se debe a que nada hemos aprendido, menos aún, nada hemos logrado resolver”.

Y creo que algo de eso ocurre. La dictadura fue una enfermedad de la cual, como sociedad, no hemos tomado la debida nota.

Fue nuestro fracaso como tal. Optamos por placebos superficiales y no por tratamientos curativos definitivos, por eso adolecemos de anticuerpos, por eso la aparición recurrente de nuestros miedos y tormentos cuando observamos que el genocidio no ha tenido la condena social que hubiese merecido.

Y no hablo solamente de justicia, hablo de algo superior, tal vez inaccesible para el sentido común. Por eso el terror despierta, cual mal sueño, ante cada palabra arrojada sin tener en cuenta el dolor ajeno.

Me parece oportuno concluir este humilde recuerdo con versos del extraordinario poeta argentino Leónidas Lamborghini, del libro El Solicitante Descolocado:

No podemos perdonar sin olvidar
no podemos olvidar sin perdonar.
Imposible olvidar lo que pasó,
no podemos volver a ser pasado
pero debemos tener presente lo pasado. (24.03.10)

1 comentario:

Anónimo dijo...

En estos casos es difícil decir que son bellas las palabras gustavo, pero así lo son.

Gracias por recordar al viejo.
Te mando un abrazo.

Ramón.