Voy a aprovechar este espacio para agradecer a los organizadores de esta valiosa iniciativa, que por lo visto, ha generado todo tipo de opiniones. Algunas de ellas, lamentablemente, evidencian la constante vigencia, en nuestra sociedad, de algunos elementos, cuyo pensamiento bien podría calificarse de “cavernario”.
Comparaciones difíciles de asimilar y una lógica facciosa sostenida con razonamientos extemporáneos y fuera del contexto histórico de aquellos tristes años, es el saldo que me queda de la lectura de varios comentarios, donde algunos “anónimos”, no vacilan en adoptar una conducta apologista en relación a los terribles sucesos acontecidos en aquellos tiempos.
Por difícil que resulte la situación actual para millones de argentinos, no podemos perder de vista, ni un solo momento, las ventajas que para todos, representa vivir en libertad.
Pertenezco a la generación “protagonista” de aquella prolongada y trágica noche institucional. Y uso la palabra “protagonista”, en el estricto sentido etimológico que el término adquiere en la tragedia griega: protagonista: el primero en morir.
Tengo 49 años, viví, crecí y me hice hombre, durante los llamados “años de plomo”. Y contrariamente a lo que pueda pensar, quien venga soportando esta lectura, no fui durante ese período, un activista revolucionario comprometido con la causa del pueblo, sino un simple cadete que por aquellos años, iniciaba con genuino patriotismo la carrera militar.
Como gran parte de nuestra joven generación, mamé la propaganda “oficialista” y la creí, con la fuerza idealista, con que suelen creer casi todos los jóvenes, civiles o militares.
Llegué a odiar al “enemigo interno” que “artera y solapadamente” atacaba nuestras fuerzas e instituciones “legales”, con el inconfesable propósito de “imponernos” un “estilo de vida” reñido con nuestra “tradición” “occidental y cristiana”. Un enemigo que al decir de la inmensa mayoría de la prensa de aquellos tiempos, “atacaba desde las sombras” a “la familia argentina”, a Dios Nuestro Señor y a todos aquellos valores, por los cuales era deseable vivir y en cuya defensa, debíamos estar dispuestos a dar la vida.
Del “otro lado”, otros jóvenes, mejor informados, seguramente llegaron a sentir el mismo odio, esta vez encendido por la enorme frustración que lleva a un hombre o mujer de bien, a levantar las armas contra un compatriota. Frustración y violencia creada y sostenida por una profunda injusticia social que el régimen cipayo no vacilaba en propagar, para satisfacer las apetencias de los centros del poder financiero internacional.
Una prensa mercenaria y una jerarquía eclesiástica cómplice, prepararon el terreno para conformar una sociedad civil manipulada y complaciente, que no dudó en tolerar e incluso en apoyar abiertamente, el avasallamiento y la supresión de TODAS nuestras instituciones democráticas, empujando al pueblo y a sus verdaderos soldados a la siempre abyecta situación, que implica un enfrentamiento fratricida, en este caso, única y totalmente funcional, a los verdaderos instigadores de nuestra disolución nacional: El imperialismo financiero apátrida y su guardia pretoriana, esa patota internacional denominada: OTAN.
En las postrimerías del denominado “Proceso de Reorganización Nacional” la realidad histórica y geopolítica subcontinental golpeó con fuerza la conciencia de aquellos soldados, que debieron enfrentar en carne propia la superioridad técnica aplastante de un enemigo imprevisto, cuyas bombas de NAPALM, “occidentales y cristianas”, no parecían distinguir entre “ideologías” a la hora de reventar e incinerar a sus antiguos “aliados”.
La Guerra de Malvinas sirvió para despertar la conciencia de muchos argentinos, que pudieron finalmente reconocer, con la rapidez y brutalidad propias de la guerra moderna, el rostro de su verdadero enemigo.
Así que volviendo al 24 de marzo, no nos engañemos más, acá no hubo “ni guerra interna”, ni tampoco “dos demonios”. Acá siempre existió (y pareciera que todavía se debate con algunos estertores) un sólo demonio, el demonio del coloniaje no resuelto, que enfrenta pueblo contra pueblo y hermano contra hermano. Un enemigo común, que alentó el enfrentamiento interno apoyándose en nuestras propias miserias y que como dijo alguna vez Leonardo Favio, concluyó “para jolgorio de la oligarquía”, en la instauración de una dictadura, de claro corte anti nacional y anti popular.
En esto, nuestra patria siguió un destino muy similar al de los demás pueblos de Latinoamérica y si nos detenemos a pensar sólo un poco más, también podremos recordar como fuimos instigados, por el mismo enemigo en común, a casi entrar en guerra con la hermana República de Chile.
Por eso pienso que el 24 de marzo, no recordamos un simple golpe de estado, el 24 de marzo recordamos la fecha más dolorosa de toda la argentinidad, recordamos la entronización de la barbarie vernácula, puesta al humillante servicio del poder extranjero, recordamos la inútil inmolación de miles de argentinos de ambos bandos, recordamos la muerte y la tortura de miles de inocentes, recordamos la escasa reacción de una sociedad egoísta, cómplice y mayoritariamente cobarde. Recordamos la traición de muchos y la perdida de la libertad de todos.
Por eso esta fecha todavía duele tanto. Porque nos pone frente al espejo y la imagen que éste refleja, nos duele y avergüenza.
Han pasado 34 años del inicio de una tragedia que se gestó mucho antes y que aun continúa produciéndose. Somos lo que somos, ni más ni menos que “proto – argentinos” que seguimos callando y seguimos tolerando, incluso en la función pública, personajes que compartieron con la dictadura, no sólo mediocres desempeños de gestión, sino también la responsabilidad represiva, en aquellas horas de silencio y oscuridad. Individuos a quienes ni siquiera conmueve su propia conciencia y quienes incluso, tienen la osadía, de aun hoy, mantener posados sus trastes, en las sillas reservadas para quienes tienen la obligación de trabajar para el pueblo.
Este 24 de marzo la emisora local abrirá su micrófono en la plaza del pueblo.
Es grandioso que a pesar de todo el tiempo y vicisitudes transcurridos, aun existan jóvenes inteligentes y valientes empeñados en mantener viva la llama de la memoria social.
Espero que ese día no sea un día más. Que la fecha no se convierta en un simple feriado, destinado a potenciar las recaudaciones del sector gastronómico de la vecina localidad balnearia.
Espero que el 24 sea un día de profunda reflexión. Sin odios ni rencores, sin amnesias autoindulgentes, un día donde ejercitemos la memoria, profundicemos el debate sobre los grandes temas nacionales y continentales pendientes y reafirmemos nuestra convicción de vivir en democracia, honrándola cada día con mayor compromiso y participación.
Espero que este 24 de marzo cada hijo y cada nieto, pueda pasarlo junto a su verdadera familia.
Espero que este 24 de marzo, ningún argentino tenga miedo de hablar y de contar su historia.
Espero que este 24 de marzo cada soldado, gendarme o policía reconozca en el pueblo a “su pueblo”, objeto único y final de cualquier sacrificio.
Espero que este 24 de marzo, marque el principio del fin del odio entre compatriotas.
Espero que este 24 de marzo, todos los argentinos, vestidos de civil o de uniforme nos demos la mano, nos miremos a la cara y esta vez si… pero en serio… nos juremos: entre hermanos NUNCA MAS.
Guillermo Meana
Comparaciones difíciles de asimilar y una lógica facciosa sostenida con razonamientos extemporáneos y fuera del contexto histórico de aquellos tristes años, es el saldo que me queda de la lectura de varios comentarios, donde algunos “anónimos”, no vacilan en adoptar una conducta apologista en relación a los terribles sucesos acontecidos en aquellos tiempos.
Por difícil que resulte la situación actual para millones de argentinos, no podemos perder de vista, ni un solo momento, las ventajas que para todos, representa vivir en libertad.
Pertenezco a la generación “protagonista” de aquella prolongada y trágica noche institucional. Y uso la palabra “protagonista”, en el estricto sentido etimológico que el término adquiere en la tragedia griega: protagonista: el primero en morir.
Tengo 49 años, viví, crecí y me hice hombre, durante los llamados “años de plomo”. Y contrariamente a lo que pueda pensar, quien venga soportando esta lectura, no fui durante ese período, un activista revolucionario comprometido con la causa del pueblo, sino un simple cadete que por aquellos años, iniciaba con genuino patriotismo la carrera militar.
Como gran parte de nuestra joven generación, mamé la propaganda “oficialista” y la creí, con la fuerza idealista, con que suelen creer casi todos los jóvenes, civiles o militares.
Llegué a odiar al “enemigo interno” que “artera y solapadamente” atacaba nuestras fuerzas e instituciones “legales”, con el inconfesable propósito de “imponernos” un “estilo de vida” reñido con nuestra “tradición” “occidental y cristiana”. Un enemigo que al decir de la inmensa mayoría de la prensa de aquellos tiempos, “atacaba desde las sombras” a “la familia argentina”, a Dios Nuestro Señor y a todos aquellos valores, por los cuales era deseable vivir y en cuya defensa, debíamos estar dispuestos a dar la vida.
Del “otro lado”, otros jóvenes, mejor informados, seguramente llegaron a sentir el mismo odio, esta vez encendido por la enorme frustración que lleva a un hombre o mujer de bien, a levantar las armas contra un compatriota. Frustración y violencia creada y sostenida por una profunda injusticia social que el régimen cipayo no vacilaba en propagar, para satisfacer las apetencias de los centros del poder financiero internacional.
Una prensa mercenaria y una jerarquía eclesiástica cómplice, prepararon el terreno para conformar una sociedad civil manipulada y complaciente, que no dudó en tolerar e incluso en apoyar abiertamente, el avasallamiento y la supresión de TODAS nuestras instituciones democráticas, empujando al pueblo y a sus verdaderos soldados a la siempre abyecta situación, que implica un enfrentamiento fratricida, en este caso, única y totalmente funcional, a los verdaderos instigadores de nuestra disolución nacional: El imperialismo financiero apátrida y su guardia pretoriana, esa patota internacional denominada: OTAN.
En las postrimerías del denominado “Proceso de Reorganización Nacional” la realidad histórica y geopolítica subcontinental golpeó con fuerza la conciencia de aquellos soldados, que debieron enfrentar en carne propia la superioridad técnica aplastante de un enemigo imprevisto, cuyas bombas de NAPALM, “occidentales y cristianas”, no parecían distinguir entre “ideologías” a la hora de reventar e incinerar a sus antiguos “aliados”.
La Guerra de Malvinas sirvió para despertar la conciencia de muchos argentinos, que pudieron finalmente reconocer, con la rapidez y brutalidad propias de la guerra moderna, el rostro de su verdadero enemigo.
Así que volviendo al 24 de marzo, no nos engañemos más, acá no hubo “ni guerra interna”, ni tampoco “dos demonios”. Acá siempre existió (y pareciera que todavía se debate con algunos estertores) un sólo demonio, el demonio del coloniaje no resuelto, que enfrenta pueblo contra pueblo y hermano contra hermano. Un enemigo común, que alentó el enfrentamiento interno apoyándose en nuestras propias miserias y que como dijo alguna vez Leonardo Favio, concluyó “para jolgorio de la oligarquía”, en la instauración de una dictadura, de claro corte anti nacional y anti popular.
En esto, nuestra patria siguió un destino muy similar al de los demás pueblos de Latinoamérica y si nos detenemos a pensar sólo un poco más, también podremos recordar como fuimos instigados, por el mismo enemigo en común, a casi entrar en guerra con la hermana República de Chile.
Por eso pienso que el 24 de marzo, no recordamos un simple golpe de estado, el 24 de marzo recordamos la fecha más dolorosa de toda la argentinidad, recordamos la entronización de la barbarie vernácula, puesta al humillante servicio del poder extranjero, recordamos la inútil inmolación de miles de argentinos de ambos bandos, recordamos la muerte y la tortura de miles de inocentes, recordamos la escasa reacción de una sociedad egoísta, cómplice y mayoritariamente cobarde. Recordamos la traición de muchos y la perdida de la libertad de todos.
Por eso esta fecha todavía duele tanto. Porque nos pone frente al espejo y la imagen que éste refleja, nos duele y avergüenza.
Han pasado 34 años del inicio de una tragedia que se gestó mucho antes y que aun continúa produciéndose. Somos lo que somos, ni más ni menos que “proto – argentinos” que seguimos callando y seguimos tolerando, incluso en la función pública, personajes que compartieron con la dictadura, no sólo mediocres desempeños de gestión, sino también la responsabilidad represiva, en aquellas horas de silencio y oscuridad. Individuos a quienes ni siquiera conmueve su propia conciencia y quienes incluso, tienen la osadía, de aun hoy, mantener posados sus trastes, en las sillas reservadas para quienes tienen la obligación de trabajar para el pueblo.
Este 24 de marzo la emisora local abrirá su micrófono en la plaza del pueblo.
Es grandioso que a pesar de todo el tiempo y vicisitudes transcurridos, aun existan jóvenes inteligentes y valientes empeñados en mantener viva la llama de la memoria social.
Espero que ese día no sea un día más. Que la fecha no se convierta en un simple feriado, destinado a potenciar las recaudaciones del sector gastronómico de la vecina localidad balnearia.
Espero que el 24 sea un día de profunda reflexión. Sin odios ni rencores, sin amnesias autoindulgentes, un día donde ejercitemos la memoria, profundicemos el debate sobre los grandes temas nacionales y continentales pendientes y reafirmemos nuestra convicción de vivir en democracia, honrándola cada día con mayor compromiso y participación.
Espero que este 24 de marzo cada hijo y cada nieto, pueda pasarlo junto a su verdadera familia.
Espero que este 24 de marzo, ningún argentino tenga miedo de hablar y de contar su historia.
Espero que este 24 de marzo cada soldado, gendarme o policía reconozca en el pueblo a “su pueblo”, objeto único y final de cualquier sacrificio.
Espero que este 24 de marzo, marque el principio del fin del odio entre compatriotas.
Espero que este 24 de marzo, todos los argentinos, vestidos de civil o de uniforme nos demos la mano, nos miremos a la cara y esta vez si… pero en serio… nos juremos: entre hermanos NUNCA MAS.
Guillermo Meana