Dos iniciativas tratadas en el Concejo Deliberante local apuntan a la estética de la ciudad.
La primera de ellas está referida a un Plan de Mejoramiento de veredas, el cual tuvo el respaldo deliberativo correspondiente para tener factibilidad a partir de la promulgación de la Ordenanza misma.
Es oportuno destacar que si bien la idea es positiva plantea algunas objeciones que tal vez hubieran merecido una discusión mayor.
Por caso debe recordarse la existencia de normas que indican de la obligatoriedad del vecino respecto a la construcción y cuidado de las veredas; lo que de algún modo puede llevar a que algunos (que las tienen en condiciones y que afrontaron los costos sin beneficios) sientan que no se cumple el principio elemental de “igualdad ante la ley”.
Desde el aspecto solidario no está mal contemplar a las personas que por razones económicas no pueden afrontar este tipo de costos, ya sea solventando los mismos o mediante ayudas para la mano de obra o los materiales.
No es menos cierto que “el premio” del descuento puede terminar favoreciendo a quienes aún con disponibilidades económicas no cumplieron con la normativa vigente en tiempo y forma.
En lo concerniente a la remodelación del (denominado) “centro” de la ciudad, resulta atinada la postura del radicalismo de “analizar en profundidad el tema y con activa participación de los ciudadanos, puesto que éstos serán actores claves, fundamentalmente en tener que afrontar parte o la totalidad de la (por ahora) hipotética realización.
Oportuno seria que para temas como los planteados u otros que hagan al “interés de los vecinos”, el oficialismo gobernante tenga a bien desempolvar un interesante mecanismo que planteó en 1999 y que en escasas oportunidades utilizó: “la audiencia pública”.
A partir de la impronta “estética” de la Administración Zorzano (a los casos citados, debe agregarse la remodelación de la plaza central y el proyecto del Bicentenario, que incluye la refacción del edificio del viejo palacio comunal), se hace necesario plantear un tema que desde hace tiempo viene generando inquietudes y opiniones criticas de no pocos vecinos: “los históricos adoquines”.
Un poco de historia…
Los pavimentos mediante la utilización de adoquines son de larga data, destacándose que la palabra “adoquín” es de origen árabe: “ad-dukkân”, que quiere decir piedra escuadrada o a escuadra.
La necesidad del hombre de tener vías aptas de movilización y la llegada de los carruajes inicialmente y de los automóviles con posteridad motivaron una superficie de rodamiento que facilitara el transito con normalidad.
El empedrado se instaló en nuestra ciudad en las primeras décadas del siglo XX, manteniéndose en buenas condiciones (a pesar del paso del tiempo y de las obras que se sucedieron), siendo parte del reservorio histórico local.
La llegada de los distintos servicios produjo varias alteraciones en su añosa estructura.
El presente…
El crecimiento notorio del parque automotor, el gran porte de algunos vehículos, la acumulación de agua en su vetusto entramado, las roturas frecuentes de la red y la falta de un mantenimiento acorde muestran las secuelas del deterioro y los frecuentes inconvenientes que a diario presenta “nuestro viejo empedrado”.
Sin dudas que son parte de nuestro patrimonio cultural.
Que hacen al paisaje dorreguense.
Que han “resistido” a los cambios de la modernidad.
Pero no es menos cierto que “los adoquines” en su lucha por querer sobrevivir se han vuelto “agresivos, molestos e irritantes” para una gran parte de los vecinos.
Enemigos de automovilistas que deben soportar los embates de su desprolija estructura actual, afectando en forma violenta contra viejos y nuevos vehículos.
Molestos por ser obligado paso en sus tareas diarias: remiseros, taxistas y transportistas se han convertido en sus detractores a ultranza.
Obstáculo para el desplazamiento de los ciclistas y motociclistas, convertidos en propicia excusa para eludirlos transitando por las veredas.
Hasta la existencia de las sendas peatonales fueron y a veces lo siguen siendo una barrera más de las tantas que tienen que eludir las personas con movilidad restringida.
No se trata de propiciar la eliminación de la memoria.
No implica atentar con el pasado y las trascendentes obras de ayer.
Los adoquines cumplieron su vida útil y merecen una “pase a retiro” en paz: quizás utilizándose en distintos espacios públicos como sendas o paseos y hasta conservando alguna cuadra en forma simbólica.
Es quizás hora de abrir el debate, trasladando inquietudes, puntos de vista y aportes a una mesa de discusión.
La idea de “hermosear” el centro quizás permita asumir el tema prioritariamente y preguntarse como el famoso papá de “Candela”: ¿…Y los adoquines?. (26.04.10)
La primera de ellas está referida a un Plan de Mejoramiento de veredas, el cual tuvo el respaldo deliberativo correspondiente para tener factibilidad a partir de la promulgación de la Ordenanza misma.
Es oportuno destacar que si bien la idea es positiva plantea algunas objeciones que tal vez hubieran merecido una discusión mayor.
Por caso debe recordarse la existencia de normas que indican de la obligatoriedad del vecino respecto a la construcción y cuidado de las veredas; lo que de algún modo puede llevar a que algunos (que las tienen en condiciones y que afrontaron los costos sin beneficios) sientan que no se cumple el principio elemental de “igualdad ante la ley”.
Desde el aspecto solidario no está mal contemplar a las personas que por razones económicas no pueden afrontar este tipo de costos, ya sea solventando los mismos o mediante ayudas para la mano de obra o los materiales.
No es menos cierto que “el premio” del descuento puede terminar favoreciendo a quienes aún con disponibilidades económicas no cumplieron con la normativa vigente en tiempo y forma.
En lo concerniente a la remodelación del (denominado) “centro” de la ciudad, resulta atinada la postura del radicalismo de “analizar en profundidad el tema y con activa participación de los ciudadanos, puesto que éstos serán actores claves, fundamentalmente en tener que afrontar parte o la totalidad de la (por ahora) hipotética realización.
Oportuno seria que para temas como los planteados u otros que hagan al “interés de los vecinos”, el oficialismo gobernante tenga a bien desempolvar un interesante mecanismo que planteó en 1999 y que en escasas oportunidades utilizó: “la audiencia pública”.
A partir de la impronta “estética” de la Administración Zorzano (a los casos citados, debe agregarse la remodelación de la plaza central y el proyecto del Bicentenario, que incluye la refacción del edificio del viejo palacio comunal), se hace necesario plantear un tema que desde hace tiempo viene generando inquietudes y opiniones criticas de no pocos vecinos: “los históricos adoquines”.
Un poco de historia…
Los pavimentos mediante la utilización de adoquines son de larga data, destacándose que la palabra “adoquín” es de origen árabe: “ad-dukkân”, que quiere decir piedra escuadrada o a escuadra.
La necesidad del hombre de tener vías aptas de movilización y la llegada de los carruajes inicialmente y de los automóviles con posteridad motivaron una superficie de rodamiento que facilitara el transito con normalidad.
El empedrado se instaló en nuestra ciudad en las primeras décadas del siglo XX, manteniéndose en buenas condiciones (a pesar del paso del tiempo y de las obras que se sucedieron), siendo parte del reservorio histórico local.
La llegada de los distintos servicios produjo varias alteraciones en su añosa estructura.
El presente…
El crecimiento notorio del parque automotor, el gran porte de algunos vehículos, la acumulación de agua en su vetusto entramado, las roturas frecuentes de la red y la falta de un mantenimiento acorde muestran las secuelas del deterioro y los frecuentes inconvenientes que a diario presenta “nuestro viejo empedrado”.
Sin dudas que son parte de nuestro patrimonio cultural.
Que hacen al paisaje dorreguense.
Que han “resistido” a los cambios de la modernidad.
Pero no es menos cierto que “los adoquines” en su lucha por querer sobrevivir se han vuelto “agresivos, molestos e irritantes” para una gran parte de los vecinos.
Enemigos de automovilistas que deben soportar los embates de su desprolija estructura actual, afectando en forma violenta contra viejos y nuevos vehículos.
Molestos por ser obligado paso en sus tareas diarias: remiseros, taxistas y transportistas se han convertido en sus detractores a ultranza.
Obstáculo para el desplazamiento de los ciclistas y motociclistas, convertidos en propicia excusa para eludirlos transitando por las veredas.
Hasta la existencia de las sendas peatonales fueron y a veces lo siguen siendo una barrera más de las tantas que tienen que eludir las personas con movilidad restringida.
No se trata de propiciar la eliminación de la memoria.
No implica atentar con el pasado y las trascendentes obras de ayer.
Los adoquines cumplieron su vida útil y merecen una “pase a retiro” en paz: quizás utilizándose en distintos espacios públicos como sendas o paseos y hasta conservando alguna cuadra en forma simbólica.
Es quizás hora de abrir el debate, trasladando inquietudes, puntos de vista y aportes a una mesa de discusión.
La idea de “hermosear” el centro quizás permita asumir el tema prioritariamente y preguntarse como el famoso papá de “Candela”: ¿…Y los adoquines?. (26.04.10)
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