Fueron casi cuatro décadas de ininterrumpida tarea como docente, de fiel cumplimiento a una vocación que nació en sus días de niña, que se convirtió en profesión en el Colegio San José.
Con el titulo bajo el brazo su carrera tuvo un andar nómada, dictando clases en varios establecimientos educativos de la zona. Después de su primer destino en Nicolás Descalzi, llegaron otras designaciones: Calvo, El Perdido, San Román y también Monte Hermoso.
Sin apartarse nunca del perfil bajo que es característico de su proceder diario, aceptó cada designación como un nuevo desafío, brindando a las distintas comunidades educativas que la albergaron lo mejor de su conocimiento y de su noble espíritu.
Es la silenciosa historia de una mujer que en el camino de la vida y la enseñanza encontró piedras, soportó escollos y debió sortear bravas tempestades de dolor.
Se acostumbró a pesadas mochilas, compartió el esfuerzo con los suyos y de tanto en tanto se da lugar para que una sonrisa vista con el rojo de la timidez su rostro y brote mansa dando bienvenida a la esperanza.
Un día de ayer conoció a Ricardo Solari, un Oficial de Policía recién egresado de la Escuela Juan Vucetich y proveniente de Punta Alta, hijo de un Médico de la vecina ciudad.
En 1978 llegó el casamiento y luego los hijos, tres en total: Maria Rosana, Licenciada en Filosofía, trabajando en Monte Hermoso y también en Oriente, Silvina, dedicada a la Educación Especial, con tareas en la Escuela 7 y, el único varón, Matías Marcelo.
Hilda y Ricardo dividían su tiempo entre sus compromisos laborales y una casa que reclamaba presencia y atención siempre. Además de esposos se convirtieron en eternos compañeros, dispuestos a que la adversidad no ganara la batalla.
Hilda siguió su peregrinar zonal hasta que un nombramiento marcaría una continuidad que se prolongó por 24 años.
La Escuela Nº 5 José Manuel Estrada la recibió a mediados de la década del ochenta… la despidió hace pocos días en un acto pleno de emociones.
La rutina del viaje y los preparativos se repetían de lunes a viernes, cambiaron muchas veces las compañeras, también las formas para llegar a destino. A veces un colectivo que la dejaba en el cruce, otras en el auto particular, varias veces con ocasionales viajeros o conocidos que se apiadaban de esas maestras que “a dedo” esperaban a un costado del camino.
En Irene eran recibidas con alegría por un puñadito de alumnos rodeados por el campo, ganados por el silencio de una estación dormida; pero orgullosos de ver flamear la bandera patria, de escuchar el sonido de la campana rompiendo la monotonía del desolado paisaje rural.
La Escuela, el Club y la Sala de Primeros Auxilios son verdaderos mojones de pertenencia, son heroicos guardianes de la memoria y, se constituyen en la causa tripartita que todavía motiva a unos pocos vecinos para seguir resistiendo, para evitar la tentación constante a emigrar.
Ella se comprometió con la gente del lugar, se consustanció con el aroma a campo, con el trinar libre de los pájaros, se familiarizó con el molesto polvo del camino en los frecuentes días de viento, supo de la sequía de estos tiempos, de las inundaciones de ayer.
Nadie quiso estar ausente en el adiós, solidarios como siempre cada uno de los vecinos aportó lo suyo para la cena final, compartieron de una misma canasta, bebieron juntos del buen vino de la amistad.
A Hilda la colmaron de afectos y de obsequios, de merecidos elogios, de un agradecimiento sincero.
Sus manos se llenaron de flores, sus dedos rompieron papeles de regalos y al abrir el último de ellos, mostró feliz un reloj que habrá de marcar las horas nuevas de su tiempo “pasivo”.
Dispondrá de mayor espacio para cumplir con las tareas de la casa, para preparar un guiso con gusto a la nostalgia de su niñez, acompañará a Ricardo en la rutina de los mandados.
Disfrutará del placer de la lectura, de la música autóctona, se dará un lugar para reflexionar desde la palabra escrita.
Sus hijas le contarán de las clases que dictan, de los proyectos nuevos que las motivan.
Juan Ignacio (su nieto) tendrá una abuela de tiempo completo.
Seguramente alentará a Ricardo en su condición de vecino siempre preocupado, quizás lo impulse para que el proyecto de un Hogar de día para chicos discapacitados pueda ser posible. Ellos, como otros padres saben de las dificultades que muchas veces se enfrentan ante este tipo de problemáticas.
Hilda González: maestra por vocación y compromiso.
Hilda González: viajera de la enseñanza durante 38 años.
Hilda González: esposa, madre, hermana y compañera
Hilda González: dejó atrás el camino recorrido durante 24 años, Ricardo busca la Ruta 3 que los devuelva a Dorrego…
La noche deja ver unas manos levantadas, Irene es apenas una lucecita desafiando a una constelación de estrellas… lejana parece escucharse una frase que quiebra el silencio que se vive en el interior del vehiculo, que se siente en el corazón del grupo familiar, que suena melancólica como en cada 11 de setiembre…que hoy la tiene como protagonista, que la convierte en compañera de viaje de aquella “Rosa” inmortal, de Luis Landriscina:
"¡Adiós maestra de campo!
En usted a todos les canto
los maestros de mi tierra
no sé si mi estrofa encierra
y expresa lo que yo siento,
pero tan solo pretendo
oponer a tanto olvido
mi simple agradecimiento,
ya que la Patria les debe
el más grande y merecido
de todos los monumentos."
Con el titulo bajo el brazo su carrera tuvo un andar nómada, dictando clases en varios establecimientos educativos de la zona. Después de su primer destino en Nicolás Descalzi, llegaron otras designaciones: Calvo, El Perdido, San Román y también Monte Hermoso.
Sin apartarse nunca del perfil bajo que es característico de su proceder diario, aceptó cada designación como un nuevo desafío, brindando a las distintas comunidades educativas que la albergaron lo mejor de su conocimiento y de su noble espíritu.
Es la silenciosa historia de una mujer que en el camino de la vida y la enseñanza encontró piedras, soportó escollos y debió sortear bravas tempestades de dolor.
Se acostumbró a pesadas mochilas, compartió el esfuerzo con los suyos y de tanto en tanto se da lugar para que una sonrisa vista con el rojo de la timidez su rostro y brote mansa dando bienvenida a la esperanza.
Un día de ayer conoció a Ricardo Solari, un Oficial de Policía recién egresado de la Escuela Juan Vucetich y proveniente de Punta Alta, hijo de un Médico de la vecina ciudad.
En 1978 llegó el casamiento y luego los hijos, tres en total: Maria Rosana, Licenciada en Filosofía, trabajando en Monte Hermoso y también en Oriente, Silvina, dedicada a la Educación Especial, con tareas en la Escuela 7 y, el único varón, Matías Marcelo.
Hilda y Ricardo dividían su tiempo entre sus compromisos laborales y una casa que reclamaba presencia y atención siempre. Además de esposos se convirtieron en eternos compañeros, dispuestos a que la adversidad no ganara la batalla.
Hilda siguió su peregrinar zonal hasta que un nombramiento marcaría una continuidad que se prolongó por 24 años.
La Escuela Nº 5 José Manuel Estrada la recibió a mediados de la década del ochenta… la despidió hace pocos días en un acto pleno de emociones.
La rutina del viaje y los preparativos se repetían de lunes a viernes, cambiaron muchas veces las compañeras, también las formas para llegar a destino. A veces un colectivo que la dejaba en el cruce, otras en el auto particular, varias veces con ocasionales viajeros o conocidos que se apiadaban de esas maestras que “a dedo” esperaban a un costado del camino.
En Irene eran recibidas con alegría por un puñadito de alumnos rodeados por el campo, ganados por el silencio de una estación dormida; pero orgullosos de ver flamear la bandera patria, de escuchar el sonido de la campana rompiendo la monotonía del desolado paisaje rural.
La Escuela, el Club y la Sala de Primeros Auxilios son verdaderos mojones de pertenencia, son heroicos guardianes de la memoria y, se constituyen en la causa tripartita que todavía motiva a unos pocos vecinos para seguir resistiendo, para evitar la tentación constante a emigrar.
Ella se comprometió con la gente del lugar, se consustanció con el aroma a campo, con el trinar libre de los pájaros, se familiarizó con el molesto polvo del camino en los frecuentes días de viento, supo de la sequía de estos tiempos, de las inundaciones de ayer.
Nadie quiso estar ausente en el adiós, solidarios como siempre cada uno de los vecinos aportó lo suyo para la cena final, compartieron de una misma canasta, bebieron juntos del buen vino de la amistad.
A Hilda la colmaron de afectos y de obsequios, de merecidos elogios, de un agradecimiento sincero.
Sus manos se llenaron de flores, sus dedos rompieron papeles de regalos y al abrir el último de ellos, mostró feliz un reloj que habrá de marcar las horas nuevas de su tiempo “pasivo”.
Dispondrá de mayor espacio para cumplir con las tareas de la casa, para preparar un guiso con gusto a la nostalgia de su niñez, acompañará a Ricardo en la rutina de los mandados.
Disfrutará del placer de la lectura, de la música autóctona, se dará un lugar para reflexionar desde la palabra escrita.
Sus hijas le contarán de las clases que dictan, de los proyectos nuevos que las motivan.
Juan Ignacio (su nieto) tendrá una abuela de tiempo completo.
Seguramente alentará a Ricardo en su condición de vecino siempre preocupado, quizás lo impulse para que el proyecto de un Hogar de día para chicos discapacitados pueda ser posible. Ellos, como otros padres saben de las dificultades que muchas veces se enfrentan ante este tipo de problemáticas.
Hilda González: maestra por vocación y compromiso.
Hilda González: viajera de la enseñanza durante 38 años.
Hilda González: esposa, madre, hermana y compañera
Hilda González: dejó atrás el camino recorrido durante 24 años, Ricardo busca la Ruta 3 que los devuelva a Dorrego…
La noche deja ver unas manos levantadas, Irene es apenas una lucecita desafiando a una constelación de estrellas… lejana parece escucharse una frase que quiebra el silencio que se vive en el interior del vehiculo, que se siente en el corazón del grupo familiar, que suena melancólica como en cada 11 de setiembre…que hoy la tiene como protagonista, que la convierte en compañera de viaje de aquella “Rosa” inmortal, de Luis Landriscina:
"¡Adiós maestra de campo!
En usted a todos les canto
los maestros de mi tierra
no sé si mi estrofa encierra
y expresa lo que yo siento,
pero tan solo pretendo
oponer a tanto olvido
mi simple agradecimiento,
ya que la Patria les debe
el más grande y merecido
de todos los monumentos."
1 comentario:
Ella, inmortalizada en la figura de Maestra Rural, digno ejemplo de lo que es hacer Patria, de lo que es arreglarselas sola, de lo que es aguantar soledades y dar todo lo mejor de sí por sus pocos alumnos, su mundo....su familia, el aguante...Me enorgullece haber tomado la posta de ser solidario con las escuelas rurales de nuestra provincia.....Igualando desigualdades.....Sergio LLanos
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