El Día Mundial de la Libertad de Prensa se celebra cada año el 3 de mayo en todo el mundo, fecha que fue impuesta por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993, a raíz de una sugerencia aprobada por la UNESCO en 1991.
¿Qué se entiende por Libertad de expresión?
Se trata del derecho de “todo individuo” (no exclusivamente los periodistas), a manifestar sus ideas libremente.
Esta atribución está señalada tácitamente en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y contemplada en la mayoría de los sistemas democráticos.
La Constitución Nacional desde sus orígenes adhiere con fuerza a este Derecho, el cual queda reflejado con propiedad en el Artículo 14, el cual destaca: “Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender”.
Resulta oportuno recordar que aunque no tan difundido, el Articulo 32 refuerza tan trascendente prerrogativa del ciudadano señalando: “El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal”.
A pesar de estos enunciados no pocos inconvenientes han tenido que afrontar los periodistas por el ejercicio de su función, siendo dos las armas que hasta no hace mucho tiempo utilizaron los ofendidos (principalmente funcionarios públicos): “los delitos de Desacato y de Calumnias e Injurias”.
Aunque la noticia ha resultado poco trascendente para muchos medios, a la Presidenta Cristina Fernández se debe la iniciativa que permitió a través del Congreso de la Nación, la derogación de tan intimidatorios articulados.
Tan trascendente fecha nos encuentra en medio de un ambiente donde domina el enrarecimiento, acrecentándose sobremanera las pujas ideológicas, dando lugar a una impensada (como furiosa) “interna periodística”.
Al “establishment de la prensa nacional” le preocupa la inversión de los roles, ya que tan acostumbrados a emitir sus contundentes juicios de valor les resulta insoportable que sumisos lectores, televidentes y oyentes los sometan al tribunal de la memoria.
Preocupa aún más escucharlos desde sus tribunas diarias o ante una Comisión de legisladores, hablar de sus miedos, olvidando que la valentía es la única premisa innegociable de esta actividad. Que muchos en otros tiempos pagaron con su vida el compromiso de decir la verdad… mientras algunos de ellos y ellas “la callaron o la ocultaron”.
Si ellos: privilegiados formadores de opinión se muestran “asustados”, ¿Qué será de la suerte de los miles de trabajadores de prensa del interior del país, cuya única (y endeble) protección es la palabra?
Para finalizar he de compartir con ustedes una columna que escribí meses atrás, que lamentablemente guarda un presente lacerante.
¿Libertad de prensa… o de empresa?
La ética resulta elemento trascendente en toda actividad, profesión o decisión individual que se adopte, adquiriendo connotaciones especiales en el periodismo, especialmente si se considera la influencia que tiene su mensaje: muchas veces induciendo, en otras… “formando opinión”.
Existe otra cuestión importante, fundamental diría y ésta se origina en la credibilidad que el público otorga al mensaje.
Por ello manipular hechos, convertir “mentiras en verdades” o actuar en función de intereses comerciales o sometidos a éstos resulta un verdadero fraude a la confianza que dispensa la gente en los medios.
La realidad de estos días muestra como se atraviesa esa delgada línea entre lo correcto y lo incorrecto, circunstancia que aflora cuando la influencia de la empresa se impone a los ideales, cuando una noble profesión como la del periodismo se convierte en una transacción y donde el trabajador de prensa –influenciado por las decisiones patronales- debe someterse a sus designios, marchando a contramano de sus propias convicciones.
Cuando el periodista comienza a preguntarse sobre los riesgos que corre la empresa para la cual trabaja, cuando queda preso de intereses que no son propios, cuando decide silenciar expresiones y acepta ser una suerte de “Chirolita corporativo” queda condenado a la peor de las mordazas: la autocensura.
Y es allí donde “la libertad de empresa” impone (sin ruborizar a nadie, sin levantar voces o producir denuncias) su efecto disuasivo, constituyéndose en estocada mortal para la indefensa y vapuleada “libertad de prensa.”
Robert Fox, ex Director del Buenos Aires Herald, expresó en 1979: “en la Argentina los periodistas son mejores que los dueños de los medios. Hay demasiado talento y pocas oportunidades; me duele ver a muchos talentosos sin trabajos decorosos y mal pagados.
Al haber muchos talentos sueltos, los sueldos bajan; es la ley de la oferta y la demanda.
El ambiente se torna más competitivo que cada uno cuida su empleo a cualquier precio porque sabe que muchos esperan atrás. Los talentosos en vez de unirse en el trabajo para enriquecerse o hacer una publicación mejor, se pelean entre sí para comer. Y esto es penoso.”
El destacado hombre de prensa agregó en forma contundente y visionaria: “ese famoso dicho que hay que cuidar la fuente de trabajo es una infamia; le ha hecho muy mal a la prensa. Lo que se debe defender es la razón por la que uno está trabajando. Escribir u obviar cualquier cosa por cuidar un empleo es de cobardes…”
A más de 30 años de aquellas expresiones estamos ante una realidad que cada vez provoca más conflictos, deslealtades, ambiciones, miedos y actitudes que llevan a subsistir “a cualquier precio”.
El público también queda como rehén de estas pujas de poder y a pesar de la abundancia de medios existentes y de la inmediatez, la mayoría de las veces “está desinformado”.
En defensa de intereses (más económicos) que periodísticos, gran parte de la prensa está inmersa en una “lucha fundamentalista”, donde el tratamiento subjetivo de la noticia se ha convertido en una poderosa arma, cuyos letales efectos son impredecibles.
No crea todo lo que los medios le digan, experimente la duda y –hoy más que nunca- no se quede con una sola campana o con “dos voces”, agote las instancias de información y procure sacar sus propias conclusiones.
Los ideales de Cox y los de muchos hombres y mujeres que ejercen el periodismo, a veces sucumben ante las presiones del poder, el dinero o la imperiosa lucha por afianzarse laboralmente.
Por eso resulta necesario: más voces, más opciones en la grilla de las comunicaciones, más pluralidad, más alternativas para la gente y también para los trabajadores de prensa.
Surge indispensable que la prensa recupere su independencia, que la libertad de expresión sea en la práctica un derecho que no admita transacciones.
Que sean los empresarios y no los periodistas los que tengan que preocuparse “por los riesgos de la empresa.”
Es necesario también que algunos medios (más opositores que críticos), dejen de lado su veleidad y apetencias de “primer poder”.
¿Qué se entiende por Libertad de expresión?
Se trata del derecho de “todo individuo” (no exclusivamente los periodistas), a manifestar sus ideas libremente.
Esta atribución está señalada tácitamente en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y contemplada en la mayoría de los sistemas democráticos.
La Constitución Nacional desde sus orígenes adhiere con fuerza a este Derecho, el cual queda reflejado con propiedad en el Artículo 14, el cual destaca: “Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender”.
Resulta oportuno recordar que aunque no tan difundido, el Articulo 32 refuerza tan trascendente prerrogativa del ciudadano señalando: “El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal”.
A pesar de estos enunciados no pocos inconvenientes han tenido que afrontar los periodistas por el ejercicio de su función, siendo dos las armas que hasta no hace mucho tiempo utilizaron los ofendidos (principalmente funcionarios públicos): “los delitos de Desacato y de Calumnias e Injurias”.
Aunque la noticia ha resultado poco trascendente para muchos medios, a la Presidenta Cristina Fernández se debe la iniciativa que permitió a través del Congreso de la Nación, la derogación de tan intimidatorios articulados.
Tan trascendente fecha nos encuentra en medio de un ambiente donde domina el enrarecimiento, acrecentándose sobremanera las pujas ideológicas, dando lugar a una impensada (como furiosa) “interna periodística”.
Al “establishment de la prensa nacional” le preocupa la inversión de los roles, ya que tan acostumbrados a emitir sus contundentes juicios de valor les resulta insoportable que sumisos lectores, televidentes y oyentes los sometan al tribunal de la memoria.
Preocupa aún más escucharlos desde sus tribunas diarias o ante una Comisión de legisladores, hablar de sus miedos, olvidando que la valentía es la única premisa innegociable de esta actividad. Que muchos en otros tiempos pagaron con su vida el compromiso de decir la verdad… mientras algunos de ellos y ellas “la callaron o la ocultaron”.
Si ellos: privilegiados formadores de opinión se muestran “asustados”, ¿Qué será de la suerte de los miles de trabajadores de prensa del interior del país, cuya única (y endeble) protección es la palabra?
Para finalizar he de compartir con ustedes una columna que escribí meses atrás, que lamentablemente guarda un presente lacerante.
¿Libertad de prensa… o de empresa?
La ética resulta elemento trascendente en toda actividad, profesión o decisión individual que se adopte, adquiriendo connotaciones especiales en el periodismo, especialmente si se considera la influencia que tiene su mensaje: muchas veces induciendo, en otras… “formando opinión”.
Existe otra cuestión importante, fundamental diría y ésta se origina en la credibilidad que el público otorga al mensaje.
Por ello manipular hechos, convertir “mentiras en verdades” o actuar en función de intereses comerciales o sometidos a éstos resulta un verdadero fraude a la confianza que dispensa la gente en los medios.
La realidad de estos días muestra como se atraviesa esa delgada línea entre lo correcto y lo incorrecto, circunstancia que aflora cuando la influencia de la empresa se impone a los ideales, cuando una noble profesión como la del periodismo se convierte en una transacción y donde el trabajador de prensa –influenciado por las decisiones patronales- debe someterse a sus designios, marchando a contramano de sus propias convicciones.
Cuando el periodista comienza a preguntarse sobre los riesgos que corre la empresa para la cual trabaja, cuando queda preso de intereses que no son propios, cuando decide silenciar expresiones y acepta ser una suerte de “Chirolita corporativo” queda condenado a la peor de las mordazas: la autocensura.
Y es allí donde “la libertad de empresa” impone (sin ruborizar a nadie, sin levantar voces o producir denuncias) su efecto disuasivo, constituyéndose en estocada mortal para la indefensa y vapuleada “libertad de prensa.”
Robert Fox, ex Director del Buenos Aires Herald, expresó en 1979: “en la Argentina los periodistas son mejores que los dueños de los medios. Hay demasiado talento y pocas oportunidades; me duele ver a muchos talentosos sin trabajos decorosos y mal pagados.
Al haber muchos talentos sueltos, los sueldos bajan; es la ley de la oferta y la demanda.
El ambiente se torna más competitivo que cada uno cuida su empleo a cualquier precio porque sabe que muchos esperan atrás. Los talentosos en vez de unirse en el trabajo para enriquecerse o hacer una publicación mejor, se pelean entre sí para comer. Y esto es penoso.”
El destacado hombre de prensa agregó en forma contundente y visionaria: “ese famoso dicho que hay que cuidar la fuente de trabajo es una infamia; le ha hecho muy mal a la prensa. Lo que se debe defender es la razón por la que uno está trabajando. Escribir u obviar cualquier cosa por cuidar un empleo es de cobardes…”
A más de 30 años de aquellas expresiones estamos ante una realidad que cada vez provoca más conflictos, deslealtades, ambiciones, miedos y actitudes que llevan a subsistir “a cualquier precio”.
El público también queda como rehén de estas pujas de poder y a pesar de la abundancia de medios existentes y de la inmediatez, la mayoría de las veces “está desinformado”.
En defensa de intereses (más económicos) que periodísticos, gran parte de la prensa está inmersa en una “lucha fundamentalista”, donde el tratamiento subjetivo de la noticia se ha convertido en una poderosa arma, cuyos letales efectos son impredecibles.
No crea todo lo que los medios le digan, experimente la duda y –hoy más que nunca- no se quede con una sola campana o con “dos voces”, agote las instancias de información y procure sacar sus propias conclusiones.
Los ideales de Cox y los de muchos hombres y mujeres que ejercen el periodismo, a veces sucumben ante las presiones del poder, el dinero o la imperiosa lucha por afianzarse laboralmente.
Por eso resulta necesario: más voces, más opciones en la grilla de las comunicaciones, más pluralidad, más alternativas para la gente y también para los trabajadores de prensa.
Surge indispensable que la prensa recupere su independencia, que la libertad de expresión sea en la práctica un derecho que no admita transacciones.
Que sean los empresarios y no los periodistas los que tengan que preocuparse “por los riesgos de la empresa.”
Es necesario también que algunos medios (más opositores que críticos), dejen de lado su veleidad y apetencias de “primer poder”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario