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Una lección para la prensa hegemónica. Por Pablo J. Marcó

Entre otras cosas, los masivos festejos por el Bicentenario de la Patria hicieron fracasar rotundamente la estrategia de la prensa hegemónica de ningunear la celebración, a tal punto que priorizaron informativamente (basta repasar la tapa de Clarín del día siguiente) la parcial –y elitista- reapertura del Teatro Colón.

En su furioso antikirchnerismo, los medios de la corporación, liderados por la dueña del grupo acusada de apropiarse de hijos de desaparecidos, erraron fiero (una vez más) al momento de interpretar y transmitir el humor de la mayoría de los argentinos.

Las seis millones de personas en la 9 de Julio porteña siguiendo alegremente los espectáculos, la celebrada –por notable y emotiva- participación de Fuerza Bruta, el andar tranquilo de los presidentes latinoamericanos por las calles sin recibir agravios ni insultos ni silbidos, contrastaron notablemente con el cotidiano, monótono y machacante relato de que habitamos un país invivible, en el que todo se va al carajo, en el que imperan la crispación y el desánimo y en el que no se puede salir a la calle.

Ante la contundencia de los hechos, los mismos canales de noticias y radios que le sugerían a la gente no ir al centro de la Capital Federal porque había “caos de tránsito”, terminaron haciendo programas especiales tratando de capitalizar los festejos.

Lo explicó certeramente el semiólogo Raúl Barreiros en Página/12: “Hay una condición necesaria a la función de los medios, que es la ausencia”.

Por su parte, el periodista Eduardo Blaustein se refirió a “la gran lección” que nos dejó el Bicentenario. “Sin necesidad de santificarnos como sociedad, para demostrar que entre nosotros no reina puramente el espanto a veces alcanza con que dejen de exacerbar nuestros conflictos, dejen de acicatear nuestra desconfianza en los otros y en la política.

La convocatoria de los días de mayo demostró que, si se abren espacios y mediaciones generosas y serenas, si dejamos de ser ausencia, somos capaces no sólo de ser capaces, sino, como pidió el Pepe Mugica, de querernos más”, reflexionó el coautor del revelador libro Decíamos ayer.

Es evidente que entre los millones de argentinos que jubilosamente participaron del Bicentenario hay ciudadanos que apoyan irrestrictamente al gobierno nacional, otros que adhieren críticamente y varios que cuestionan sus políticas.

Pero todos ellos tenían ganas de celebrar, “de romper los encorsetamientos y los prejuicios, abriendo las compuertas para una lectura de la actualidad que logró desprenderse de ese otro relato que parecía homogéneo y todopoderoso”, como describió el filósofo Ricardo Forster.

También –por qué no decirlo- refleja un clima de época no tan desfavorable como lo pintan esos medios hegemónicos: tanto entusiasmo hubiera sido imposible en la decadente Argentina de 2001.

Este análisis no intenta (sería imposible) sacar conclusiones sobre la adjudicación de los méritos o responsabilidades del exitoso e histórico acontecimiento. Simplemente, intenta una mirada crítica sobre el accionar de la prensa corporativa, que instala, recurrentemente, hasta el hartazgo, un discurso de odio y de quiebre.

No hubo tal quiebre. Por el contrario, se vivió un clima de pacífica convivencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exactas sus palabras,don Pablo
Como siempre,diciendo cosas desde la coherencia ideológica,sin guardarse nada. gracias por estar en la radio,que yo escucho.