Bariloche arde. Tan lejos, leo noticias, escucho comentarios, me lleno de impotencia. La ecuación tan vista en la gran ciudad, ahora grita allá, en casa.
Con sus mismas aristas y simplificaciones, con un mismo sentido común que nos enfrenta, y con la misma solución: balas.
Marchas a favor y en contra, comerciantes indignados por sus vidrieras rotas, empresarios angustiados por su inicio de temporada opacado por este escupitajo de realidad.
Dolor.
La sociedad llora muertes diferentes y cuenta víctimas de uno y otro lado como si se tratara de bandos en una guerra.
Vamos a ubicarnos. Todo empieza en un disparo. En una situación que no termina de esclarecerse, un policía dispara y por “error” la bala acaba en el medio de la nuca de un chico de 15 años.
El barrio, los barrios pobres, contestan, se plantan. Pero es bien sabido que la policía siempre devuelve más fuerte. Represión, piedras, balas, golpes, gritos, ruido, saqueos, incendios.
Tres muertos, muchos heridos, heridos de cuerpo ¿heridos por dentro? El gatillo fácil no es nuevo, la violencia tampoco, pero esta vez se hizo visible toda junta y de golpe, la olla a presión comenzó a destaparse.
Para entenderlo quizás ayude agregar otro dato: Bariloche, pintoresca postal del turismo, tiene más del 60% de la población pobre. Sí, más del 60% vive en el llamado alto, totalmente invisibilizado, o visible así, como ahora, delincuente.
“No a que los delincuentes destruyan nuestro Bariloche” es una de las consignas en apoyo a la policía, y yo no puedo dejar de preguntarme si Bariloche no es también del alto, el alto.
La policía aparece como salvadora que nos libra de tres pibes chorros, como si los uniformes azules no fueran parte de la vida cotidiana de esos barrios, con todas las complejidades que esa relación trae; como si ese blanco del disparo “sin querer” no hubiese estado marcado por algún negociado.
La sociedad dividida en buenos y malos. Sin una mínima pregunta por todos, nos sorprende la reacción del alto como si no hubiese estado allí todo el tiempo.
Nos anonadamos por su violencia, sin inquietarnos por la relación entre ésta y la que sufren en su vida cotidiana: una ciudad que los deja afuera para que el turista la vea perfecta, una sociedad que los ningunea, que ni siquiera los considera merecedores de derechos porque no pagan impuestos; violencia de pasar hambre, de temblar de frío, de la cara como documento, de discursos, de un sistema penitenciario que destruye subjetividades demoledoramente.
Violencia de policía que negocia, que delinque y después ella misma reprime, golpea, insulta, mata. Y si la policía mata es el Estado quien lo está haciendo, y ahí me pregunto que violencia es más cuestionable.
“El chico no era nada bueno”, “de familia delincuente” me contestan las noticias como si fuera lo mismo lo que se juega en el poder de un policía que dispara y un pibe que lo reproduce.
Me pregunto quienes somos para evaluar qué vida vale más, quién mide si se debe morir por pobre, quién está autorizado para justificar de barbarie la violencia de ciertos sectores sin siquiera pensar sus causas.
Se pide más policía en un -al menos aparente- amparo a los tiros como solución, para “salvar” a quienes “merecemos más la vida”. Ni siquiera un eco de las pocas preguntas arrojadas con palabras como oportunidad, desigualdad, violencia estructural, institucional, policía entongada, injusticia, incluso la tan nombrada ciudadanía.
Pero no, parece que hay sectores que no merecen siquiera la mirada del Estado, sí las balas. Se aplaude la discrecionalidad de la policía sin más, se compra el disparo como error (¿y los que siguieron?), se justifica eso y no la reacción del barrio de los muertos, ¿acaso semejante manifestación de polaridad y violencia no nos habla de su vida diaria, de nuestra vida cotidiana? ¿Acaso nos horrorizamos porque, ahora que se ven, molestan? ¿Nada de esto nos mueve a pensar que somos como sociedad?
Que quede claro, no niego la existencia del delito, es un problema, urgente, y nos afecta a todos. A todos, no hay bandos, el alto también lo sufre. No puede justificarse la muerte en ningún caso, ningún disparo de policía, ni ladrón.
Pero si seguridad es encierro y policía en una aparente guerra contra “delincuentes que toman nuestro Bariloche”, señores y señoras, yo paso, porque para mí y para otros tantos, seguridad es trabajo, es salud, es educación, es una casa, es un futuro. Mucho más que eso, es un presente, es identidad, es respeto a la vida.
Nada más lejos de la represión, de la imputabilidad desde nacimiento, de la segregación en un barrio, de la criminalización de la pobreza y la protesta.
Que quede claro, también que no hablo desde la arrogancia, sino desde la impotencia, el cuerpo; desde esta convicción de que es necesario que empecemos a ir más a fondo con lo que pasa. Hacernos cargo de lo que somos como sociedad y hacerlo con la responsabilidad que merece, cuestionar para dejar de naturalizar, para parar de enfrentarnos, de creernos en condiciones de juzgar quien merece o no morir, para que el miedo pare de acorralarnos, porque acorrala a los dos lados del barrio sitiado, ¿no lo vemos eso?.
Para que el enfrentamiento deje de ser nuestro único modo de relacionarnos con esos tantos que creemos ajenos, al margen cuando están tan adentro.
Para que quienes tienen el poder, recursos y la responsabilidad, se planten en estos problemas con respuestas reales (tan reales como lo son las balas) soluciones que vayan contra las causas, que paren con la represión como disciplina, que entiendan ellos con recursos, así como nosotros que sólo con vida digna puede haber seguridad, puede haber, justamente, vida. (30.06.10)
Con sus mismas aristas y simplificaciones, con un mismo sentido común que nos enfrenta, y con la misma solución: balas.
Marchas a favor y en contra, comerciantes indignados por sus vidrieras rotas, empresarios angustiados por su inicio de temporada opacado por este escupitajo de realidad.
Dolor.
La sociedad llora muertes diferentes y cuenta víctimas de uno y otro lado como si se tratara de bandos en una guerra.
Vamos a ubicarnos. Todo empieza en un disparo. En una situación que no termina de esclarecerse, un policía dispara y por “error” la bala acaba en el medio de la nuca de un chico de 15 años.
El barrio, los barrios pobres, contestan, se plantan. Pero es bien sabido que la policía siempre devuelve más fuerte. Represión, piedras, balas, golpes, gritos, ruido, saqueos, incendios.
Tres muertos, muchos heridos, heridos de cuerpo ¿heridos por dentro? El gatillo fácil no es nuevo, la violencia tampoco, pero esta vez se hizo visible toda junta y de golpe, la olla a presión comenzó a destaparse.
Para entenderlo quizás ayude agregar otro dato: Bariloche, pintoresca postal del turismo, tiene más del 60% de la población pobre. Sí, más del 60% vive en el llamado alto, totalmente invisibilizado, o visible así, como ahora, delincuente.
“No a que los delincuentes destruyan nuestro Bariloche” es una de las consignas en apoyo a la policía, y yo no puedo dejar de preguntarme si Bariloche no es también del alto, el alto.
La policía aparece como salvadora que nos libra de tres pibes chorros, como si los uniformes azules no fueran parte de la vida cotidiana de esos barrios, con todas las complejidades que esa relación trae; como si ese blanco del disparo “sin querer” no hubiese estado marcado por algún negociado.
La sociedad dividida en buenos y malos. Sin una mínima pregunta por todos, nos sorprende la reacción del alto como si no hubiese estado allí todo el tiempo.
Nos anonadamos por su violencia, sin inquietarnos por la relación entre ésta y la que sufren en su vida cotidiana: una ciudad que los deja afuera para que el turista la vea perfecta, una sociedad que los ningunea, que ni siquiera los considera merecedores de derechos porque no pagan impuestos; violencia de pasar hambre, de temblar de frío, de la cara como documento, de discursos, de un sistema penitenciario que destruye subjetividades demoledoramente.
Violencia de policía que negocia, que delinque y después ella misma reprime, golpea, insulta, mata. Y si la policía mata es el Estado quien lo está haciendo, y ahí me pregunto que violencia es más cuestionable.
“El chico no era nada bueno”, “de familia delincuente” me contestan las noticias como si fuera lo mismo lo que se juega en el poder de un policía que dispara y un pibe que lo reproduce.
Me pregunto quienes somos para evaluar qué vida vale más, quién mide si se debe morir por pobre, quién está autorizado para justificar de barbarie la violencia de ciertos sectores sin siquiera pensar sus causas.
Se pide más policía en un -al menos aparente- amparo a los tiros como solución, para “salvar” a quienes “merecemos más la vida”. Ni siquiera un eco de las pocas preguntas arrojadas con palabras como oportunidad, desigualdad, violencia estructural, institucional, policía entongada, injusticia, incluso la tan nombrada ciudadanía.
Pero no, parece que hay sectores que no merecen siquiera la mirada del Estado, sí las balas. Se aplaude la discrecionalidad de la policía sin más, se compra el disparo como error (¿y los que siguieron?), se justifica eso y no la reacción del barrio de los muertos, ¿acaso semejante manifestación de polaridad y violencia no nos habla de su vida diaria, de nuestra vida cotidiana? ¿Acaso nos horrorizamos porque, ahora que se ven, molestan? ¿Nada de esto nos mueve a pensar que somos como sociedad?
Que quede claro, no niego la existencia del delito, es un problema, urgente, y nos afecta a todos. A todos, no hay bandos, el alto también lo sufre. No puede justificarse la muerte en ningún caso, ningún disparo de policía, ni ladrón.
Pero si seguridad es encierro y policía en una aparente guerra contra “delincuentes que toman nuestro Bariloche”, señores y señoras, yo paso, porque para mí y para otros tantos, seguridad es trabajo, es salud, es educación, es una casa, es un futuro. Mucho más que eso, es un presente, es identidad, es respeto a la vida.
Nada más lejos de la represión, de la imputabilidad desde nacimiento, de la segregación en un barrio, de la criminalización de la pobreza y la protesta.
Que quede claro, también que no hablo desde la arrogancia, sino desde la impotencia, el cuerpo; desde esta convicción de que es necesario que empecemos a ir más a fondo con lo que pasa. Hacernos cargo de lo que somos como sociedad y hacerlo con la responsabilidad que merece, cuestionar para dejar de naturalizar, para parar de enfrentarnos, de creernos en condiciones de juzgar quien merece o no morir, para que el miedo pare de acorralarnos, porque acorrala a los dos lados del barrio sitiado, ¿no lo vemos eso?.
Para que el enfrentamiento deje de ser nuestro único modo de relacionarnos con esos tantos que creemos ajenos, al margen cuando están tan adentro.
Para que quienes tienen el poder, recursos y la responsabilidad, se planten en estos problemas con respuestas reales (tan reales como lo son las balas) soluciones que vayan contra las causas, que paren con la represión como disciplina, que entiendan ellos con recursos, así como nosotros que sólo con vida digna puede haber seguridad, puede haber, justamente, vida. (30.06.10)
2 comentarios:
TOTALMENTE DE ACUERDO CON LAURITA
QUE ORGULLO SIENTON QUE LOS JOVENES PIENSEN Y ADEMAS QUE PIENSEN ASI
Vivo en el alto. Hace 20 años,cuando este era muy chico, cuando tenia Bariloche 35.000 habitantes hoy somos mas de 120.000, algunos dicen 150.000.
Siempre fue igual, el abandono del Estado, todo lo hace la voluntad y esfuerzo de la gente.
la Inclusion como parte fundamental sistema no existe.a salvarse como se pueda.
La provincia Utiliza a bariloche como lugar de recaudacion.
Los adicionales policiales son mas importante por la recaudacion para el Estado y la comisaria, que incluso la propia salud de los agentes.con mas policia no alcanza, es mas algunos delitos son funcionales para poder vender mas seguridad, mas alarmas, mas adicionales, aportes a cooperadoras policiales.todos sabemos quienes delinquen, sino se actua no solo se agrava sino que se crea un vicio, no pocas veces protegido, por dirigentes, quienes los usan para cada eleccion o como barra de presion.
Mejorar sus ingresos, la capacitacion y el ingreso son fundamentales.
Incluir para que el alto tenga la misma o mejor educacion que el resto, construir gimnacios y playones, jardines, escuelas tecnicas. es mas que elemental.¿ le interesa a los politicos ? ¿ o es preferible EL CLIENTELISMO ?
SI A LA VIDA, NO A MUERTE, MENOS A LA PROVOCADA POR EL ESTADO
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