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"La Política". Escribe Carlos Madera, especial para LA DORREGO AM 1470

Los debates sobre la política o sobre los basamentos ideológicos que representa cada uno, como si hiciera falta recordarlo a cada instante, tal vez desnudando una inseguridad que tienen que justificar a diario sobre ya no como piensan sino como actúan, sobrepasa y obnubila los temas que los ocupa.

Pasaron ya varios siglos desde que Maquiavelo, con fundamento republicano, escindió la ética de la política.

Desde entonces empezó a quedar en claro que recorrían carriles separados. La política no se analiza desde lo privado, por donde no transita la historia. El hecho político es lo único que hay, lo único relevante para juzgar en política.

Todo análisis que se precie de político, pero que indague principal y medularmente sobre acciones personales y privadas son éticas y no políticas.

Como a un científico, se lo juzga desde la ciencia, a un médico desde la medicina: a un político se lo juzga desde la política.

Mucho no debe interesar, aunque los tiempos modernos nos lleven a colocar el carro delante del caballo, saber diferenciar lo importante de lo determinante, esa es la clave. Perdemos tiempos valiosísimos en detalles que no hacen al fondo del asunto, vaya asunto.

Están los malos y los buenos, todos juzgados por sensaciones, formas de expresarse, fachadas preparadas por expertos en imagen, que a la larga traiciona “ lo puro”, que como la corrosión aflora tarde o temprano , y allí comienza el problema.

Las discusiones “ideológicas”, de las cuales muchos no pueden participar, están al orden del día, y dirigentes que no saben lo que es sonrojarse, se despachan con espiches que refundan las teorías políticas más intrincadas ,que sólo buscan acomodar ciertas conductas o procederes en tan sui-generis perfil que se yuxtapone un interés particular indisimulado.

La tendencia a librar un debate permanente en la clave de una moralina de buenos y malos, de puros e impuros hace retroceder hacia la reflexión ética de la política y nos deja desprovistos para volver a pensar las grandes exigencias colectivas de un momento histórico.

El banal examen sobre la personalidad de un político o su pinta o color por encima de lo que piensa, apuntando hacia “alguien nuevo y cristalino” se convierte en una demanda mesiánica y se aguarda la llegada celestial de alguien impoluto, que no despierte conflictos, no tenga amigos turbios ni acuerdos con nadie sospechado de serlo.

No sólo que los Mesías no vendrán, sino que seguirán apareciendo falsos profetas, que no explican lo más importante, que intereses motorizan y defienden las cosas que dicen o hacen, sin dejar en claro cuán lejos esta eso del verdadero interés común.

Somos impávidos testigos de privilegio en cuanto a la conversión, mutación, transformación de personajes políticos que en la inmensa mayoría de los casos no le preguntaron a nadie, si lo que hacían era lo correcto y estaba comtemplado dentro de los lineamientos partidarios del sector al que pertenecían.

La verdadera ética pública, no sólo hace mención a la inmoralidad económica, (mal necesariamente erradicable); la política deberá apartar a gentes que viven de ella, que pese a una agresión y deslegitimación permanente al sistema, son los que corrompen ese sistema donde la ética también abarca las ideas.

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