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¿Agonizan las palabras?. Por Carlos Madera, especial para LA DORREGO

Plotina, esposa del emperador Trajano, llamaba “hospital del alma”, a su biblioteca. Ese restablecimiento espiritual, mental y hasta físico que depara una lectura adecuada en momentos decisivos, reconoce en muchos, en forma alentadora, su amor por los libros.

Hasta hay mucha gente que sólo logra dormir abrazada a un libro o alguna lectura, no importa cuál.

Aún así, las universidades humanísticas pierden adeptos con el paso de los años, ganadas por carreras breves, de inmediata salida laboral y donde el pensamiento pasa sobre los contenidos con un elemental pragmatismo , en algunos casos, bastante reducido.

Un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, entre alumnos de 15 años no es alentador, tampoco definitivo. Las clases de lectura en voz alta, desde la primaria en adelante, obligaban al estudiante a vocalizar con claridad, respetando las puntuaciones, y exigían la atención del resto, que luego debía explicar lo escuchado.

El universo audiovisual se amplía, y relampaguean las imágenes que se suporponen a una velocidad en ocasiones nociva (existe un mínimo de ritmo que ha dejado de respetarse en contravención a las normas fijadas para evitar daños en la visión o el cerebro).

Si los diálogos cotidianos son cada vez más breves y se utiliza un vocabulario mínimo y hasta descuidado, si los libros no sólo son concisos sino escritos en un habla cada vez más común, con autores ya no surgidos de la literatura, sino personas con transitorios y precarios momentos de notoriedad en otros ámbitos y que ven en la publicación un refuerzo de lo vano de su existencia en la consideración del público, ¿podemos exigir, comprensión y entendimiento de algo que no despierta el mínimo interés general, sino frivolizar hasta las letra?

En algunas empresas estadounidenses se han comenzado a dictar cursos de gramática, lectura y explicación de textos a ejecutivos. Pérdidas millonarias en defensas mal redactadas en variados juicios, pusieron en alerta a varias compañías multinacionales.

El cuidado del lenguaje, como casi todo, nace del hogar, incluso y preferentemente cuándo los niños no entienden del todo los términos que se pronuncian, que igual los introduce en un universo de abstracción y recreación, y cimentando el lugar de la buena palabra, preponderante sí los hay, donde no es necesario un gran esfuerzo, por lo cotidiano, concentrarse en los contenidos de los dichos a medida que avanza en la edad.

Algunos profesores se asombran ante la dificultad de un adolescente para leer, sin ruborizarse , el fragmento de un libro, o de sus gestos huidizos cuando se le pide la narración de un episodio. Alarma sí, porque también existen quienes prefieren acomodar esa tarea al camino más corto, ellos se adaptan a la falta de interés del educando que sólo se rebate con voluntad, dedicación y persistencia, pero quedaría fuera de época pedir eso. No en todos los casos por supuesto.

No podemos apagar, ni sería oportuno, los controles de la TV, ni del DVD, tampoco inutilizar la computadora, ni los teléfonos móviles con sus abreviados mensajes, donde todo se reduce a un montón de letras sin sentido, sin negar que se comunican, y no sólo los jóvenes, pero sí enseñar el goce de la identificación con personajes o sucesos, distantes en el tiempo, remoto en las circunstancias, donde se han interpretado con maestría singular nuestras emociones más íntimas, hasta descubrir en esa búsqueda sin fin, que nos brinda la lectura, casi nuestras diarias vivencias.

Programas como éste, tienen la opinión innegociable, sobre el compromiso, función y cometido de ser un vínculo que apunte a mejorar la perspectiva, aunque ocurra como con los pequeños, que no entiendan en principio, pero intentando en un horizonte más amplio que el de la casa, cooperar con uno de los preceptos más importantes que pueda justificar nuestra entrada a sus hogares, educar, informar, entretener, en ese orden, no claudicando en la manera, y no justificando formas de comunicar, que no identifican épocas.

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