Estas reflexiones las escribo como militante y a partir de mi origen radical.
En este día no puedo dejar de lado lo que siento, como parte de la generación de los que éramos los jóvenes de los 80, que nos incorporamos a la vida política con la esperanza y los sueños que nos despertó el retorno de la democracia, y la construcción de un país al que regresarían la paz y la justicia.
Alfonsín en ese momento fue indudablemente el hombre que entonces nos motivó, y nos marcó a fuego a muchos la necesidad que tenía nuestro país de volver a ser una nación y un estado democrático.
Pero también nos marcó a fondo a quienes militábamos junto a él, aquella prédica de la “ética de la solidaridad”, que ni más ni menos, era la reedición de la “causa de los desposeídos” del radicalismo fundacional, y de lo que luego fue “la justicia social” del movimiento nacional justicialista.
Propios y ajenos, y un poder concentrado no desmantelado, postergaron todos los logros que en ese tiempo deséabamos. Luego, la oscura década de los noventa, colonizó con ideas e intereses ajenos a una sociedad confundida y abatida. Y llegamos a donde todos sabemos.
No soy kirchnerista de la primera hora. Confieso que tuve que superar dudas, desconfianzas (sobre todo por la gran decepción que significó la Alianza), prejuicios de la tradición; para finalmente comprender cuál era el lugar donde poner las energías y las convicciones por las que siempre había luchado y participado en la actividad política.
Agradezco a quienes me formaron para tener la mirada, la mente y el corazón abiertos. Agradezco haber sido convocada a la Concertación. Agradezco haberme dado cuenta que no sólo era una formalidad, sino la convocatoria a compartir un proyecto que realmente está construyendo una Argentina más inclusiva socialmente.
Una Argentina que sigue luchando por la justicia. Que sostenidamente crece, que trabaja para construir oportunidades para todos: empresarios y trabajadores ; que para los más postergados, lo que antes los derechos eran sólo una esperanza, poco a poco se van cristalizando en pasos concretos para alcanzar la integración social.
Una Argentina donde la educación vuelve a ser revalorizada. Una Argentina que ha vuelto al concierto de las Naciones desde la recuperación de sus decisiones soberanas y que cumple un rol fundamental en nuestra patria grande de America Latina.
En fin, agradezco a mi misma, haberme dado cuenta. Haber podido poner sobre la mesa las cuestiones esenciales, y dejar en un segundo plano las cosas que no comparto. Porque nuestro país necesita seguir adelante. Necesita más generosidad política. Necesita más y más logros para que nuestros hijos y las generaciones venideras vivan mejor.
Nunca hablé con Néstor Kirchner. Nunca fui parte de ningún círculo íntimo. Ni tampoco busqué serlo. Tampoco lo voté en el 2003. Pero interpreté la convocatoria a la Concertación en un momento en que era clave seguir adelante con las transformaciones que había iniciado durante su gobierno. Y asumí un compromiso que hoy y en los momentos difíciles, he sostenido. Porque lo que importa, no es quién lleva el palo; lo que importa, es la bandera.
Y mientras esta Bandera, simbolice un proyecto que involucre a todos los argentinos, integre a los más postergados y fortalezca nuestra nación; en otras palabras, mientras tengamos libertad pero igualdad al mismo tiempo; aquí estaremos.
Néstor Kirchner derrotó la impotencia de la política y de los políticos en la etapa democrática; y lo hizo en medio de una crisis y desintegración fenomenal a todo nivel: social, económico y político. Lo hizo apasionadamente y con una gran convicción.
Pero si esa pasión y obstinación no hubieran existido, hoy estaríamos en el mismo lugar que hace 10 años; o tal vez, peor. Mientras otros, de mejores modales quizás, sólo eran analistas de la realidad, pero no estaban dispuestos a pagar el costo de hacer esta titánica tarea en un país, donde todo el poder estaba concentrado.
Néstor Kirchner: Gracias por la pasión.
¡Fuerza Cristina!
En este día no puedo dejar de lado lo que siento, como parte de la generación de los que éramos los jóvenes de los 80, que nos incorporamos a la vida política con la esperanza y los sueños que nos despertó el retorno de la democracia, y la construcción de un país al que regresarían la paz y la justicia.
Alfonsín en ese momento fue indudablemente el hombre que entonces nos motivó, y nos marcó a fuego a muchos la necesidad que tenía nuestro país de volver a ser una nación y un estado democrático.
Pero también nos marcó a fondo a quienes militábamos junto a él, aquella prédica de la “ética de la solidaridad”, que ni más ni menos, era la reedición de la “causa de los desposeídos” del radicalismo fundacional, y de lo que luego fue “la justicia social” del movimiento nacional justicialista.
Propios y ajenos, y un poder concentrado no desmantelado, postergaron todos los logros que en ese tiempo deséabamos. Luego, la oscura década de los noventa, colonizó con ideas e intereses ajenos a una sociedad confundida y abatida. Y llegamos a donde todos sabemos.
No soy kirchnerista de la primera hora. Confieso que tuve que superar dudas, desconfianzas (sobre todo por la gran decepción que significó la Alianza), prejuicios de la tradición; para finalmente comprender cuál era el lugar donde poner las energías y las convicciones por las que siempre había luchado y participado en la actividad política.
Agradezco a quienes me formaron para tener la mirada, la mente y el corazón abiertos. Agradezco haber sido convocada a la Concertación. Agradezco haberme dado cuenta que no sólo era una formalidad, sino la convocatoria a compartir un proyecto que realmente está construyendo una Argentina más inclusiva socialmente.
Una Argentina que sigue luchando por la justicia. Que sostenidamente crece, que trabaja para construir oportunidades para todos: empresarios y trabajadores ; que para los más postergados, lo que antes los derechos eran sólo una esperanza, poco a poco se van cristalizando en pasos concretos para alcanzar la integración social.
Una Argentina donde la educación vuelve a ser revalorizada. Una Argentina que ha vuelto al concierto de las Naciones desde la recuperación de sus decisiones soberanas y que cumple un rol fundamental en nuestra patria grande de America Latina.
En fin, agradezco a mi misma, haberme dado cuenta. Haber podido poner sobre la mesa las cuestiones esenciales, y dejar en un segundo plano las cosas que no comparto. Porque nuestro país necesita seguir adelante. Necesita más generosidad política. Necesita más y más logros para que nuestros hijos y las generaciones venideras vivan mejor.
Nunca hablé con Néstor Kirchner. Nunca fui parte de ningún círculo íntimo. Ni tampoco busqué serlo. Tampoco lo voté en el 2003. Pero interpreté la convocatoria a la Concertación en un momento en que era clave seguir adelante con las transformaciones que había iniciado durante su gobierno. Y asumí un compromiso que hoy y en los momentos difíciles, he sostenido. Porque lo que importa, no es quién lleva el palo; lo que importa, es la bandera.
Y mientras esta Bandera, simbolice un proyecto que involucre a todos los argentinos, integre a los más postergados y fortalezca nuestra nación; en otras palabras, mientras tengamos libertad pero igualdad al mismo tiempo; aquí estaremos.
Néstor Kirchner derrotó la impotencia de la política y de los políticos en la etapa democrática; y lo hizo en medio de una crisis y desintegración fenomenal a todo nivel: social, económico y político. Lo hizo apasionadamente y con una gran convicción.
Pero si esa pasión y obstinación no hubieran existido, hoy estaríamos en el mismo lugar que hace 10 años; o tal vez, peor. Mientras otros, de mejores modales quizás, sólo eran analistas de la realidad, pero no estaban dispuestos a pagar el costo de hacer esta titánica tarea en un país, donde todo el poder estaba concentrado.
Néstor Kirchner: Gracias por la pasión.
¡Fuerza Cristina!
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