El fallecimiento del ex Presidente Néstor Kirchner ha disparado un arsenal ilimitado de supuestos y presunciones. Muchos ególatras sostienen tesis que tienden a universalizar el fenómeno de modo suprimir todo aquello que tenga que ver con la tangible muestra de espiritualidad colectiva, ejercicio que implica someterse a la observación concreta del momento histórico.
Sin tratar de interpretar subjetividades es dable agregar un elemento al debate que todavía no ha sido instalado en la escena: La Construcción de un Mito.
Tal construcción cruza transversalmente a la sociedad en su conjunto. Nuestra mayoritaria impronta judeocristiana juega un papel fundamental como así también la agnóstica duda razonable y el siempre progresista ateísmo pagano.
El ateo que odia o ama cree en su odio o en su amor más allá de su propia formación elaborando en su espíritu una sana contradicción existencial; el agnóstico cientifista no reconocerá empíricamente la existencia del mito al igual que no se atreverá a desestimar su irreverente presencia. En este caso la duda laborará como fuente de inspiración rotunda y no como jactancia tal cual explicitara un triste y célebre fundamentalista castrense. En tanto el creyente, a favor o en contra, no tendrá más remedio que rendirse a su fe.
El mito destruye y construye, interpela y responde, incomoda y asiente, ordena y desordena, y todo esto lo hace desde la ausencia física, lo que constituye un doble dilema moral: La tangible existencia de lo que existió y ya no existe, y nuestro propio temor a la finitud. Parece que nos es necesario prolongarnos en él, afirmándolo o negándolo, para tratar de sobrevivir a nuestro indefectible devenir.
El mito tendrá cientos de miles de lecturas e interpretaciones, amplias o sesgadas, positivas o negativas, generosas o mezquinas; todas ellas construirán una buena porción de nuestra cultura popular. Cultura que no debe ser desestimada ya que configura una creación colectiva intencional.
Néstor Kirchner, al igual que Perón, Evita, Gardel, Maradona, Guevara, serán recreados por propios y extraños. Serán víctimas de crueles conspiraciones o se verán envueltos en notables actos heroicos. Nadie escapará al deber de tener que posicionarse cuando sus nombres afecten el firmamento retórico. Esto va construyendo una identidad irrefutable y que perdurará lo que los tiempos decidan; ya no estaremos allí para corroborarlo.
Por ahora no nos queda otra opción de asimilar, nos guste o no, la grandeza de estos humanos esenciales que supieron derrotar al olvido social, que supieron generar en nosotros la proeza de continuar a pesar de sus nostalgias.
La muerte no redime ni asciende el tenor conceptual. Massera, Hitler, Mussollini, Nerón, Torquemada entre otros comprenden del asunto. Entenderla de ese modo es banalizarla. Es suprimir su importancia, es menoscabar su trascendencia en cuando al sentido mismo que a la vida le da. En tal caso lo que redime es la vida y el recuerdo de lo que con ella se hizo. Y allí no existe fraude posible.
Néstor Kirchner fue llorado por quienes lo han querido y han valorado su presencia. El sufrimiento colectivo no permite impostación.
A partir de allí cada quien le otorga a la muerte un sujeto y un predicado; organizándose intelectualmente para enfrentarla, o bien como enemiga íntima o bien asumiéndola como inevitable compañera de aventuras.
La muerte humaniza, nos marca nuestra fragilidad e insignificancia, pero a la vez, nos enseña sobre la grandeza que tiene la vida interrogándonos sobre su verdadero sentido. Así la finitud se nos presenta de modo imprevisto y es allí en donde las respuestas se desvanecen, en donde el azar comienza a bosquejar sus muecas menos gratas.
El Mito Popular derrota a la finitud imperativamente, por voluntad colectiva, y nada hace pensar que tal construcción no continué con otros actores notables, en el marco de otras organizaciones culturales.
“El lugar del relato, en la civilización contemporánea, lo ha ido usurpando la información”, afirmó el inolvidable Walter Bénjamin. Es probable que dicha información académica y lustrosa no considere por el momento a Néstor Kirchner con cualidades suficientes para pertenecer a tan distinguido oráculo.
Lo cierto es que al relato histórico-periodístico se le contrapone un contrarrelato emocional que no siempre describe la percepción oficial y correcta desde lo político; generalmente la intromisión del arte y del sentimiento popular hacen su trabajo imperceptible, disimulado, y a espaldas de un reflexivo y obediente Heracles quién siempre observó a las masas como hidras de ponzoñoso aliento, amenazantes de un Argos sospechosamente pensante e ilustrado. (13.11.10)
Sin tratar de interpretar subjetividades es dable agregar un elemento al debate que todavía no ha sido instalado en la escena: La Construcción de un Mito.
Tal construcción cruza transversalmente a la sociedad en su conjunto. Nuestra mayoritaria impronta judeocristiana juega un papel fundamental como así también la agnóstica duda razonable y el siempre progresista ateísmo pagano.
El ateo que odia o ama cree en su odio o en su amor más allá de su propia formación elaborando en su espíritu una sana contradicción existencial; el agnóstico cientifista no reconocerá empíricamente la existencia del mito al igual que no se atreverá a desestimar su irreverente presencia. En este caso la duda laborará como fuente de inspiración rotunda y no como jactancia tal cual explicitara un triste y célebre fundamentalista castrense. En tanto el creyente, a favor o en contra, no tendrá más remedio que rendirse a su fe.
El mito destruye y construye, interpela y responde, incomoda y asiente, ordena y desordena, y todo esto lo hace desde la ausencia física, lo que constituye un doble dilema moral: La tangible existencia de lo que existió y ya no existe, y nuestro propio temor a la finitud. Parece que nos es necesario prolongarnos en él, afirmándolo o negándolo, para tratar de sobrevivir a nuestro indefectible devenir.
El mito tendrá cientos de miles de lecturas e interpretaciones, amplias o sesgadas, positivas o negativas, generosas o mezquinas; todas ellas construirán una buena porción de nuestra cultura popular. Cultura que no debe ser desestimada ya que configura una creación colectiva intencional.
Néstor Kirchner, al igual que Perón, Evita, Gardel, Maradona, Guevara, serán recreados por propios y extraños. Serán víctimas de crueles conspiraciones o se verán envueltos en notables actos heroicos. Nadie escapará al deber de tener que posicionarse cuando sus nombres afecten el firmamento retórico. Esto va construyendo una identidad irrefutable y que perdurará lo que los tiempos decidan; ya no estaremos allí para corroborarlo.
Por ahora no nos queda otra opción de asimilar, nos guste o no, la grandeza de estos humanos esenciales que supieron derrotar al olvido social, que supieron generar en nosotros la proeza de continuar a pesar de sus nostalgias.
La muerte no redime ni asciende el tenor conceptual. Massera, Hitler, Mussollini, Nerón, Torquemada entre otros comprenden del asunto. Entenderla de ese modo es banalizarla. Es suprimir su importancia, es menoscabar su trascendencia en cuando al sentido mismo que a la vida le da. En tal caso lo que redime es la vida y el recuerdo de lo que con ella se hizo. Y allí no existe fraude posible.
Néstor Kirchner fue llorado por quienes lo han querido y han valorado su presencia. El sufrimiento colectivo no permite impostación.
A partir de allí cada quien le otorga a la muerte un sujeto y un predicado; organizándose intelectualmente para enfrentarla, o bien como enemiga íntima o bien asumiéndola como inevitable compañera de aventuras.
La muerte humaniza, nos marca nuestra fragilidad e insignificancia, pero a la vez, nos enseña sobre la grandeza que tiene la vida interrogándonos sobre su verdadero sentido. Así la finitud se nos presenta de modo imprevisto y es allí en donde las respuestas se desvanecen, en donde el azar comienza a bosquejar sus muecas menos gratas.
El Mito Popular derrota a la finitud imperativamente, por voluntad colectiva, y nada hace pensar que tal construcción no continué con otros actores notables, en el marco de otras organizaciones culturales.
“El lugar del relato, en la civilización contemporánea, lo ha ido usurpando la información”, afirmó el inolvidable Walter Bénjamin. Es probable que dicha información académica y lustrosa no considere por el momento a Néstor Kirchner con cualidades suficientes para pertenecer a tan distinguido oráculo.
Lo cierto es que al relato histórico-periodístico se le contrapone un contrarrelato emocional que no siempre describe la percepción oficial y correcta desde lo político; generalmente la intromisión del arte y del sentimiento popular hacen su trabajo imperceptible, disimulado, y a espaldas de un reflexivo y obediente Heracles quién siempre observó a las masas como hidras de ponzoñoso aliento, amenazantes de un Argos sospechosamente pensante e ilustrado. (13.11.10)
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