Y sí, quería hablar de ella: de María Elena Walsh.
Pero si pienso en ella, no puedo de dejar de pensar en mí sus versos, canciones, cuentos, poemas: todo enhebrado a la vida de una.
1- Fue María Elena, mi maestra de primer grado, la primera en cantarme las canciones de María Elena, la otra. En el patio damero de la Escuela N° 1 de mi pueblo, conocí por primera vez a Manuelita, El reino del revés, La canción del jacarandá, El Mono Liso. Entonces quise ser mi maestra María Elena y también la otra, la que escribía, escribir poemas como ella.
2- La vaca estudiosa en el Kapeluz de tercer grado de mi hermana que la leía en voz alta para mí. La aprendí de memoria.
3- Un año después era yo la que leía en voz alta, al ritmo de la máquina de coser de mi mamá, La familia polillal, del Confite de segundo. En esos años, para nosotras, entre los textos de los libros de lectura y las versiones bondadosas de los clásicos que vendían en la única librería del pueblo, esos poemas/canciones de María Elena eran un regalo del cielo.
4- Tenía doce o trece años cuando la profesora de italiano me prestó Dailan Kifki, en la edición amarilla con los bellos dibujos de Vilar. Eran clases difíciles y aburridas para mí, tanto verbo, tanta gramática. Recuerdo mi boca llena de asombro y risa, la lectura gozosa y fascinada. Y me recuerdo pensando cómo la professoressa podía tener entre sus libros esa novela llena de locura y vida.
5- Dailan Kifki otra vez, un martes de hace unos meses, tenía que viajar en medio del dolor. Juntábamos cosas con mis hijos que se quedaban a dormir en lo de la abuela, yo les hablaba, les explicaba, los consolaba. Vittorio, nueve años, tantas lágrimas en su carita. Le dije que se llevara algún libro para leer esa noche: -Un libro que hayas leído, que te divierta y te haga sentir bien- eso que me digo a mí misma cuando tengo que elegir un libro que me acompañe. Vitto metió su mano flaca en la biblioteca y sacó, sin dudarlo, Dailan Kifki.
6- Los años de maestra especial, todas las canciones del Reino del revés, cantadas y leídas, una vez y otra más y siempre.
7- Mi memoria ejercitándose con el Zooloco, los limericks dichos del derecho y del revés, a los tumbos o con prolijidad. Y también en secreto, con el susurrador, al oído de los niños que pasaban una nochecita de diciembre por la plaza.
8- Los Cuentopos desde hace más de veinticinco años, cuando me compré el primero. Y un sábado en la radio: había leído Don Fresquete y me llamó abuela Perla para contarme de cuando ella era chica, la nevada del cincuenta y dos, hicieron muñecos en la calle de tierra, las manos heladas, violetas.
9- Novios de antaño.
10- Los recortes de diarios y revistas. Todo lo que era Maríaelena lo guardábamos.
11- Acunar a mi primer hijo –así, sin saber por qué, sin pensarlo, de pronto- cantándole Manuelita o La Reina Batata.
12- Discutir con el final de La nube traicionera, los ojos con lágrimas, el deseo de seguir hilando nubes, sueños.
13- El país jardín de infantes y Juguemos en el mundo, los reencuentros del 83.
14- Ese himno que me canto cada vez contra la desazón y la tristeza, La cigarra.
15- Otras discusiones entre el amor y la diferencia, la carpa la blanca, su palabra jugada nos guste o no.
16- La vieja edición de Hecho a mano que tanto y tanto pedí y llevé y traje entre mis papeles que finalmente Alejandro me regaló.
17- Una tarde de invierno del 2008, en una plaza, la mano de Diana golpeando el tamboril y todas nosotras, en voz alta, contestando con las estrofas ácidas y justas de Con tambor: Yo soy mansa/pero cansa//De mujer/tengo las intenciones/y el no poder...
18- Las que cantan.
19- Una historieta de Quino dedicada a los duendes de María Elena que cuelga de un cordel en mi taller.
20- Llevar, hace años, a mis alumnos a conocer un jacarandá y cantar bajo su nieve.
21- Eva en la voz de Susana Rinaldi y las canciones de María Castaña, en viejos casetes que guardo como tesoros.
22- El coplerío y las adivinanzas y los villancicos y las rondas de Versos para cebollitas que tanto presté y que el milagro de la buena gente hizo que no se perdiera.
23- La voz de la misma María Elena en las narraciones maravillosas de La Plapla y La sirena y el capitán o El diablo inglés.
24- Año 1988, la emoción de Serenata para la tierra de uno cantada a orillas del Paraná por los alumnos de la escuela Leopoldo Lugones del Delta.
25- Hace un par de semanas, mi hermana me pidió unos versos de María Elena para pintar sobre una tabla de lavar que fue de nuestra abuela.
Y más…cada verso, acorde, línea, carta de María Elena Walsh se enhebra como una cuenta en mis años. Puedo contar mi vida con sus palabras. (14|01|11)
Pero si pienso en ella, no puedo de dejar de pensar en mí sus versos, canciones, cuentos, poemas: todo enhebrado a la vida de una.
1- Fue María Elena, mi maestra de primer grado, la primera en cantarme las canciones de María Elena, la otra. En el patio damero de la Escuela N° 1 de mi pueblo, conocí por primera vez a Manuelita, El reino del revés, La canción del jacarandá, El Mono Liso. Entonces quise ser mi maestra María Elena y también la otra, la que escribía, escribir poemas como ella.
2- La vaca estudiosa en el Kapeluz de tercer grado de mi hermana que la leía en voz alta para mí. La aprendí de memoria.
3- Un año después era yo la que leía en voz alta, al ritmo de la máquina de coser de mi mamá, La familia polillal, del Confite de segundo. En esos años, para nosotras, entre los textos de los libros de lectura y las versiones bondadosas de los clásicos que vendían en la única librería del pueblo, esos poemas/canciones de María Elena eran un regalo del cielo.
4- Tenía doce o trece años cuando la profesora de italiano me prestó Dailan Kifki, en la edición amarilla con los bellos dibujos de Vilar. Eran clases difíciles y aburridas para mí, tanto verbo, tanta gramática. Recuerdo mi boca llena de asombro y risa, la lectura gozosa y fascinada. Y me recuerdo pensando cómo la professoressa podía tener entre sus libros esa novela llena de locura y vida.
5- Dailan Kifki otra vez, un martes de hace unos meses, tenía que viajar en medio del dolor. Juntábamos cosas con mis hijos que se quedaban a dormir en lo de la abuela, yo les hablaba, les explicaba, los consolaba. Vittorio, nueve años, tantas lágrimas en su carita. Le dije que se llevara algún libro para leer esa noche: -Un libro que hayas leído, que te divierta y te haga sentir bien- eso que me digo a mí misma cuando tengo que elegir un libro que me acompañe. Vitto metió su mano flaca en la biblioteca y sacó, sin dudarlo, Dailan Kifki.
6- Los años de maestra especial, todas las canciones del Reino del revés, cantadas y leídas, una vez y otra más y siempre.
7- Mi memoria ejercitándose con el Zooloco, los limericks dichos del derecho y del revés, a los tumbos o con prolijidad. Y también en secreto, con el susurrador, al oído de los niños que pasaban una nochecita de diciembre por la plaza.
8- Los Cuentopos desde hace más de veinticinco años, cuando me compré el primero. Y un sábado en la radio: había leído Don Fresquete y me llamó abuela Perla para contarme de cuando ella era chica, la nevada del cincuenta y dos, hicieron muñecos en la calle de tierra, las manos heladas, violetas.
9- Novios de antaño.
10- Los recortes de diarios y revistas. Todo lo que era Maríaelena lo guardábamos.
11- Acunar a mi primer hijo –así, sin saber por qué, sin pensarlo, de pronto- cantándole Manuelita o La Reina Batata.
12- Discutir con el final de La nube traicionera, los ojos con lágrimas, el deseo de seguir hilando nubes, sueños.
13- El país jardín de infantes y Juguemos en el mundo, los reencuentros del 83.
14- Ese himno que me canto cada vez contra la desazón y la tristeza, La cigarra.
15- Otras discusiones entre el amor y la diferencia, la carpa la blanca, su palabra jugada nos guste o no.
16- La vieja edición de Hecho a mano que tanto y tanto pedí y llevé y traje entre mis papeles que finalmente Alejandro me regaló.
17- Una tarde de invierno del 2008, en una plaza, la mano de Diana golpeando el tamboril y todas nosotras, en voz alta, contestando con las estrofas ácidas y justas de Con tambor: Yo soy mansa/pero cansa//De mujer/tengo las intenciones/y el no poder...
18- Las que cantan.
19- Una historieta de Quino dedicada a los duendes de María Elena que cuelga de un cordel en mi taller.
20- Llevar, hace años, a mis alumnos a conocer un jacarandá y cantar bajo su nieve.
21- Eva en la voz de Susana Rinaldi y las canciones de María Castaña, en viejos casetes que guardo como tesoros.
22- El coplerío y las adivinanzas y los villancicos y las rondas de Versos para cebollitas que tanto presté y que el milagro de la buena gente hizo que no se perdiera.
23- La voz de la misma María Elena en las narraciones maravillosas de La Plapla y La sirena y el capitán o El diablo inglés.
24- Año 1988, la emoción de Serenata para la tierra de uno cantada a orillas del Paraná por los alumnos de la escuela Leopoldo Lugones del Delta.
25- Hace un par de semanas, mi hermana me pidió unos versos de María Elena para pintar sobre una tabla de lavar que fue de nuestra abuela.
Y más…cada verso, acorde, línea, carta de María Elena Walsh se enhebra como una cuenta en mis años. Puedo contar mi vida con sus palabras. (14|01|11)
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