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La significativa ampliación de algunos aspectos del colectivo de pertenencia

Permítanme para comenzar este 2011 ir un poco hacia atrás, tomar carrera para empezar el nuevo año. Hacer esa suerte de balance que no pudimos hacer en diciembre y que nos ayuda a comenzar teniendo un punto de partida. El año pasado, año del bicentenario de nuestro país, la mayoría de las preguntas que guiaron este espacio fueron acerca de quiénes somos, quién es el famoso “nosotros”, quiénes son las personas que pueden sentirse incluidas en determinados discursos y prácticas y a quienes esos discursos y esas prácticas, claro, catalogan de “otros”.

El año pasado, hubo una significativa ampliación de algunos aspectos de ese colectivo de pertenencia, de esa identidad. Desde el año pasado, hay un nosotros que podrá hacerse escuchar una vez que la ley de servicios audiovisuales esté finalmente reglamentada, se amplió el nosotros que puede ir a la escuela fruto del impacto que según las estadísticas ha tenido la asignación universal por hijo. Desde el 2010 también, hay un nosotros más grande que puede contraer matrimonio si así lo desea y hay muchas personas que pueden decir que después de más de treinta años la justicia tiene memoria, entre otros grandes temas del año bicentenario.

Sobre el final, todas las voces e imágenes arrojaron algo que ocurría en Capital Federal pero que trajo sobre la mesa, una vez más, esta misma vieja pregunta acerca de quiénes somos y sacó el velo de los peores prejuicios, poniendo en evidencia la antinomia nosotros-ellos más cruda y descarnadamente que nunca. Me refiero a los sucesos de ocupación de tierras. El problema de la tierra, del acceso a ella, presente en todo el país, desde el reclamo de los pueblos originarios a los asentamientos de la capital, pasando por la concentración de la tierra en pocas manos de las explotaciones agrarias. Y de lo feos, sucios y malos que pueden ser “los otros”, a los ojos del “nosotros”. El miedo a la diversidad, a compartir espacios con quienes creemos diferentes y por ello, sólo por ello, potencialmente peligrosos.

Si de peligros hablamos, llegamos a un tema al que también nos hemos referido en este espacio, y el que parece obsesionar a quienes dictan la agenda de los grandes medios masivos de comunicación: los niños y niñas como sujetos de peligro. Este año, año electoral, un periodo que como el anterior, nos obliga a reflexionar, surge con insistencia el mismo reclamo de baja de la edad de punibilidad. Una vez más los “otros” niños y niñas diferentes. Quizás este año llegue la hora de preguntarnos si esos chicos y esas chicas están en peligro y actuar en consecuencia, dejar de señalarlos y trabajar con ellos y ellas.

Quizás pueda ser el año de las preguntas y dejar de a poco de pensarnos sobre viejas antinomias, dejar atrás la civilización o la barbarie devenido en el orden y el “caos” mediático que paraliza con su propagación de miedos por cuotas y preguntarnos acerca del verdadero conflicto y trabajar con él, pensándolo como parte constitutiva de la sociedad en la que vivimos. Pensar el país de punta a punta, incluyendo idiomas, caras y cuerpos que fueron silenciados a lo largo de toda la historia por la cultura hegemónica. Cómo profundizar el proceso de inclusión en la identidad nacional de todas las facetas, las contradicciones y las transformaciones de quienes habitamos el país quizás sea la pregunta de este año. Hasta el sábado que viene. (08|02|11)

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