Los acontecimientos acaecidos en los últimos años en nuestro partido en cuanto a considerarlos irregulares, aunque en otros suelos pueden catalogarse como comunes , están lejos de toda normalidad, y creo fuera de toda discusión en el sentido de imaginar, batallar y pugnar por un estilo de vida, que como lo hemos dicho en otras oportunidades ha sido lo que hemos elegido quienes permanecemos aún en este pueblo, con las contras que nos empeñamos en resaltar cotidianamente, pero con costumbres y formas que nos cuestan y mucho, disputar por preservar como conjunto, pese a que todos rescatamos como el lugar óptimo para vivir tranquilos y criar nuestros hijos.
Cada coterráneo debe sentir que tiene derecho y poder de opinión, poder de decisión y poder de construcción. Lo debe sentir y debe estar en condiciones de ejercerlo responsable y efectivamente.
Esto no significa de ninguna manera perder de vista lo que ha delegado en sus representantes que también tendrán que alentar un ida y vuelta que retroalimenta a todas las partes. Nadie está competentemente por encima del cúmulo.
Es momento de recordar las grietas que vienen preocupando seriamente a la población desde hace mucho tiempo en algo que previsiblemente hizo eclosión con un hecho de las características esperadas, y que han servido al parecer, para que la pre se transforme en ocupación del tema que seguramente merecerá extensas alocuciones explicativas con atildadas facundias, que muchos hubiésemos deseado se produjeran hace tiempo ya.
Cuando el Intendente, máximo referente del poder político, fue asaltado en su domicilio junto a su familia, más los hechos de destrucción de bienes, hasta con inscripciones puntuales, en perjuicio de personas o empresas que simbolizan si se quiere el poder económico, se convirtió para los más extremados pobladores en una muy delicada señal del grado de impunidad, que sufría el cansino acontecer de este pueblo.
Allí ni el garantismo, ni la falta de medios, sirvió como excusa, para una inercia, que prosiguió con una seguidilla de atracos en el campo, y por distinto rango de conocimiento o trascendencia no tuvieron ni siquiera explicación racional, cuando algún bien sustraído aparecía misteriosamente en el lugar menos pensado.
Desde allí comenzó una paulatina levedad en la consideración de la importancia de los hechos que convirtieron a 2010 en un año, donde todos los fines de semana, algún vecino de esta ciudad viera como resultaba afectado por violaciones a su propiedad y bienes, sin daños personales -la mayoría se perpetró sin sus moradores-, y que además de la falta de prevención de esos ilícitos, no se vieron, al menos no fueron comunicados, resultados en la investigación y dilucidación de los hechos que hacemos referencia y que irónica y exageradamente pedimos desde este programa la suspensión de algunas fiestas o eventos que no alejaran a sus dueños de los domicilios.
No aparece la inyección de fondos, ya sea como vehículos o personal en la zona rural como el atenuante primordial, las 500.000 hectáreas son imposibles de patrullar por más voluntad que se tenga, aún así emerge la esperanza de combatir un delito tan viejo como la tierra.
El abigeato, en la medida de los últimos tiempos no es cuestión de raterismo, como para considerar esas acciones de robo como para sobrevivir o comer. Las modalidades desnudan logística de conocedores en grandes ilícitos que deberán ser tratados como tales por personal especializado que seguramente la policía cuenta entre sus filas.
Los cotidianos robos en la planta urbana, también merecerían largamente y de acuerdo a lo escuchado la creación de un comité de crisis no policial en base, sino comunitario que traslade al menos una nimia complacencia de que alguien se ocupa. El reclamo constante en esa determinación de acciones, es lo que sí, todos los dorregueros esperamos y exigimos de nuestros representantes, políticos, institucionales, gremiales, poderes fácticos, que sí inciden en otros asuntos, y que no deben explicar sobre sus competencias que todos entendemos, sino por el contrario, convertirse en lo que confiamos cuando trasladamos delegación precisamente a sus figuras comunitarias.
Una histórica distribución desigual de riquezas, status y hasta atenciones han marcado nuestro derrotero en todos los territorios. Esas desigualdades acarrean consecuencias que son inconsistentes y contradictorias con el hecho de reconocer a cada ciudadano como miembro con igual dignidad en el seno de la sociedad.
Empecemos yá, por lo que a nosotros nos toca protagonizar, con una idea de pueblo innegociable. Hablemos de lo que nos ocurre, haciéndonos cargo de lo que somos como sociedad,; por el resto pidamos ayuda, reclamemos atención. El equilibrio precario, ilusorio, forzado, de distintas acciones que pierden de vista las prioridades colectivas de una población, no ayudan sino a ir detrás de sucesos impensados y lamentables.
Cada coterráneo debe sentir que tiene derecho y poder de opinión, poder de decisión y poder de construcción. Lo debe sentir y debe estar en condiciones de ejercerlo responsable y efectivamente.
Esto no significa de ninguna manera perder de vista lo que ha delegado en sus representantes que también tendrán que alentar un ida y vuelta que retroalimenta a todas las partes. Nadie está competentemente por encima del cúmulo.
Es momento de recordar las grietas que vienen preocupando seriamente a la población desde hace mucho tiempo en algo que previsiblemente hizo eclosión con un hecho de las características esperadas, y que han servido al parecer, para que la pre se transforme en ocupación del tema que seguramente merecerá extensas alocuciones explicativas con atildadas facundias, que muchos hubiésemos deseado se produjeran hace tiempo ya.
Cuando el Intendente, máximo referente del poder político, fue asaltado en su domicilio junto a su familia, más los hechos de destrucción de bienes, hasta con inscripciones puntuales, en perjuicio de personas o empresas que simbolizan si se quiere el poder económico, se convirtió para los más extremados pobladores en una muy delicada señal del grado de impunidad, que sufría el cansino acontecer de este pueblo.
Allí ni el garantismo, ni la falta de medios, sirvió como excusa, para una inercia, que prosiguió con una seguidilla de atracos en el campo, y por distinto rango de conocimiento o trascendencia no tuvieron ni siquiera explicación racional, cuando algún bien sustraído aparecía misteriosamente en el lugar menos pensado.
Desde allí comenzó una paulatina levedad en la consideración de la importancia de los hechos que convirtieron a 2010 en un año, donde todos los fines de semana, algún vecino de esta ciudad viera como resultaba afectado por violaciones a su propiedad y bienes, sin daños personales -la mayoría se perpetró sin sus moradores-, y que además de la falta de prevención de esos ilícitos, no se vieron, al menos no fueron comunicados, resultados en la investigación y dilucidación de los hechos que hacemos referencia y que irónica y exageradamente pedimos desde este programa la suspensión de algunas fiestas o eventos que no alejaran a sus dueños de los domicilios.
No aparece la inyección de fondos, ya sea como vehículos o personal en la zona rural como el atenuante primordial, las 500.000 hectáreas son imposibles de patrullar por más voluntad que se tenga, aún así emerge la esperanza de combatir un delito tan viejo como la tierra.
El abigeato, en la medida de los últimos tiempos no es cuestión de raterismo, como para considerar esas acciones de robo como para sobrevivir o comer. Las modalidades desnudan logística de conocedores en grandes ilícitos que deberán ser tratados como tales por personal especializado que seguramente la policía cuenta entre sus filas.
Los cotidianos robos en la planta urbana, también merecerían largamente y de acuerdo a lo escuchado la creación de un comité de crisis no policial en base, sino comunitario que traslade al menos una nimia complacencia de que alguien se ocupa. El reclamo constante en esa determinación de acciones, es lo que sí, todos los dorregueros esperamos y exigimos de nuestros representantes, políticos, institucionales, gremiales, poderes fácticos, que sí inciden en otros asuntos, y que no deben explicar sobre sus competencias que todos entendemos, sino por el contrario, convertirse en lo que confiamos cuando trasladamos delegación precisamente a sus figuras comunitarias.
Una histórica distribución desigual de riquezas, status y hasta atenciones han marcado nuestro derrotero en todos los territorios. Esas desigualdades acarrean consecuencias que son inconsistentes y contradictorias con el hecho de reconocer a cada ciudadano como miembro con igual dignidad en el seno de la sociedad.
Empecemos yá, por lo que a nosotros nos toca protagonizar, con una idea de pueblo innegociable. Hablemos de lo que nos ocurre, haciéndonos cargo de lo que somos como sociedad,; por el resto pidamos ayuda, reclamemos atención. El equilibrio precario, ilusorio, forzado, de distintas acciones que pierden de vista las prioridades colectivas de una población, no ayudan sino a ir detrás de sucesos impensados y lamentables.
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