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"La crisis demuestra sus contundentes efectos". Por Hugo César Segurola

Cuando tiempo atrás se hablaba de la crisis económica, no pocos sostenían que lo peor todavía no había llegado, agregando con tono no exento de drama que la situación empeoraría con la proximidad del invierno.

El inicio del ciclo escolar fue el primer indicador de la flaqueza de bolsillos, frenándose la habitual euforia compradora de Marzo, llevando a reciclar indumentaria, útiles escolares y calzado, dejando de lado las tentadoras novedades de la nueva temporada.

La falta de lluvias dejó al descubierto el impacto devastador de la sequía, sumándose a ello la incertidumbre de gran cantidad de productores, como consecuencia del fracaso de las cosechas anteriores o el endeudamiento que afrontaban.

El “parate” del campo tuvo impacto en varios sectores de la población, atados directa o indirectamente a su suerte.

Se redujo la mano de obra agropecuaria, descendió la actividad de los negocios directamente relacionados: venta de implementos agrícolas, repuestos, cereales y agroquímicos.

Pequeñas metalúrgicas y talleres frenaron sus intentos de armar un stock, terminaron las consultas por determinadas herramientas, descendieron las reparaciones y quedó trunca la posibilidad de sumar nuevos trabajadores.

Hubo productores que decidieron no sembrar, otros buscaron anular contratos de arrendamiento y comenzó a ser grande la morosidad en el sector.

Como siempre ocurre algunos “más poderosos” u “oportunistas” aprovecharon el río revuelto para sacar ventaja con “salvatajes salvadores” que terminaron por fundir las aspiraciones de aquellos que intentaban a nado llegar a la orilla salvadora.

La industria sufrió un furibundo impacto a través de la principal alternativa de mano de obra local: GNC Salustri.

La postergada y contenida decisión de achicar personal sucumbió ante la carencia de mercados, producto de la recesión mundial; implicando la perdida de una importante cantidad de puestos de trabajo, lo que significó un golpe muy duro para la economía de la ciudad.

Decenas de operarios debieron buscar nuevos rumbos, algunos a través de pequeñas changas, otros concretando emprendimientos con la indemnización obtenida y hubo también, los que decidieron partir hacia otros destinos.

Los comercios sufren ante la falta de circulante, no alcanzando las promociones, los descuentos especiales o las ofertas.

Los rubros de la alimentación: carnicerías, almacenes y panaderías aunque en forma más tardía, están percibiendo en forma notoria la caída de las ventas.

Como consuelo en el resto de los rubros: indumentaria, calzado, regalos y diversión surge impostergable la frase: “si se siente en la canasta familiar que otra cosa puede esperarnos a nosotros…”

La cadena de pagos se está cortando.

Las cuentas corrientes comenzaron a restringirse.

El “fiado” pasó a ser una mala palabra, el “después te lo pago” o “anótamelo” ya no encuentran simpáticas respuestas del otro lado del mostrador.

El público compra lo justo y necesario, se pregunta precios y se recorre mucho.

Todos ofrecen alternativas de pago con tarjetas de crédito o bonos municipales.

Los plásticos se estiran como chicles y “pagar el mínimo” se ha vuelto costumbre.

Los cheques “vuelan” y las chequeras cada vez se agotan más rápido.

Los bancos dejaron de dar plata, los créditos brillan por su ausencia y son pocos los que tienen carpetas limpias.

La usura ganó terreno y con la excusa que “ellos no llaman a nadie”, algunos pocos gozan las mieles de las desgracias ajenas.

Los apicultores tuvieron una “amarga cosecha”.

Los asalariados ya no llegan “ni a la mitad del mes”.

La temporada de caza dejó de ser una opción valida: los precios son bajos y las liebres abundan, de igual modo que los cazadores.

Los desocupados o subocupados cada vez resultan más.

Los jóvenes sin empleo o sin estudio parecen situarse entre la frontera del delito, la desesperanza o las adicciones.

La ayuda social se vuelve cada vez más imprescindible y casi siempre resulta insuficiente.

Las instituciones afrontan un complejo panorama, los socios son cada vez menos y mayores los gastos.

Las rifas, los bonos, los números de la suerte y los entretenimientos proponen salvarnos con sus premios en dinero, con un auto, con una mesa servida o un cordero. Los vendedores parecen estar en todos lados y resulta difícil sortearlos, aunque los compradores son casi siempre los mismos.

La llegada del frío y la realidad estacional obliga a más gastos en servicios, principalmente electricidad y gas.

Las enfermedades de la época agregan el gasto adicional de los remedios.

La crisis ya está entre nosotros, su oscuro manto parece envolvernos y es tal la contundencia de sus efectos que hasta los optimistas tuvieron que “empeñar sus sonrisas”.

En coincidencia con los azotes de la economía, la política largó su carrera hacia el 28 de junio.

Entre promesas de campaña, proyectos, encuestas, convocatorias y especulaciones: jóvenes y viejos políticos contarán de ideas de cara a “un promisorio futuro”.

En la calle y en sus hogares estarán las urgencias que hoy tienen muchos de nuestros vecinos.

El “jarabe de pico” no es suficiente para sanar estos males.

Cual un Coro gigante en cuatro palabras se oirá como respuesta a superadoras propuestas, la prioridad que hoy tiene la gente y que se convierte en la pregunta del millón: ¿Dónde hay un mango?