Largos, profundamente oscuros, interminables a veces, rápidos otros; así fueron sus días donde abundaron las pesadillas, los miedos, la debilidad que se transformaba en coraje, la risa y el llanto, la alegría y la tristeza mezclándose en una escena constante, de una vida consumida copa a copa, casi sin pausas.
Las manos temblorosas, la voz intentaba ser firme y convincente; mientras la gente esperaba del otro lado impaciente.
Las recetas buscaban respuestas y aquel hombre que debía darlas no las tenía, tampoco para enfrentar las secuelas de una adicción que a diario lo sometía, que ya no podía disimularse.
Primero fue en la casa paterna, luego la historia se trasladó a la propia, capítulos que se repetían día a día, que buscaban ocultarse, que encontraban aliados en esos otros que eran parecidos en el tránsito constante de mesas y mostrador, de vasos constantemente vacíos.
Las voces se convertían en in entendibles y su rutina de bebedor comenzaba a carcomer ilusiones, a crear fantasmas, a proponer un rumbo equivocado: sin metas fijas, con tropiezos y reproches.
En la sobriedad que llegaba en cuenta gotas, surgía clara sobre su piel oscura la vergüenza, mucha vergüenza...
Una esposa convertida en compañera, soportando horas que fueron extremadamente difíciles, una familia que intentaba contener y él que seguía sin entender lo que sucedía a su lado, sin poder encontrar momentos de lucidez para enfrentar la más atroz de las pesadillas.
Algunos miraban sus pasos desprolijos e inseguros, otros se permitían aconsejarlo; había también manos que surgían amigas levantándolo en la caída.
Aunque casi siempre aquellos salvadores no resultaban gratos y muchas veces emprendía contra ellos y en la huida buscaba otra vez refugio en el alcohol, liquido dominante de cada momento que transcurría, que primero propiciaba felicidad, luego incertidumbre y casi siempre al final de la jornada: llanto, tristeza y promesas de un nunca más que pronto se olvidaba.
La paciencia de los otros comenzó a perderse, las exigencias en la casa, los amigos y el trabajo marcaron preocupación.
Fue entonces que inició el camino largo del retorno, con dudas y muchos temores, hasta con desconfianza y con un cúmulo de preguntas: ¿Por qué contarle a otros lo que me pasa? ¿Encontraré soluciones? ¿Quiénes son ellos para entregar mi intimidad?
Eran alcohólicos y anónimos, había nombres solamente y un enemigo en común que debía vencerse, historias parecidas y distintas, momentos tensos y otros muy tranquilos.
Pero era muy largo el camino, retornar no era tarea sencilla. Siempre al acecho, como esperando la caída: el alcohol invitaba a disfrutar sus placeres, sin responsabilizarse por sus dolores.
Pero debía encausar una vida plena de derroches, resarcir la deuda con los suyos y consigo mismo.
Lentamente surgieron los cambios, recuperó la expresión, las ganas, aprendió a conocer primero y a valorar después a ese puñadito de sentimientos que siempre estaban, que esperaban y que ansiaban ser una familia plena.
Venció en la batalla inicial, consciente que la lucha es de todos los días, que el nunca más se pone a prueba con cada hoja que el calendario inaugura, pero también que volver al pasado significa un camino sin retorno.
Y fue así que recuperado interpretó el mandato y el compromiso de servir; decidió contar de las vicisitudes de su existencia, mostrar a los otros los efectos nocivos del alcohol, hablarle a los pibes desde la sinceridad, sin reproches, sin arrogancia, sin intentar imponer.
Buscó perfeccionarse mediante cursos, charlas y talleres para ser solidario, para contribuir a la sociedad desde su experiencia, con los relatos descarnados de una carrera que estuvo a punto de vencerlo.
Sabe hoy que no puede flaquear, que su responsabilidad de padre es mayor y que ya no está Rosa, la compañera de tantos días oscuros, la misma que una cruel enfermedad para siempre se llevó.
Debe seguir el derrotero con la humildad de sus acciones, poniendo el hombro, voluntad y mucha perseverancia. Lo hace con una sonrisa que le da particular expresión a la piel morena de siempre.
Enrique “Quique” Auday, alguna vez gambeta y desborde por la punta izquierda y con la camiseta del rojo; de blanco muchas veces en la Farmacia de Arcaute; hoy pedaleando ilusiones, acompañando a otros, consolando, siendo padre para sus hijos, esos que tardó en conocer o amigo para aquellos que escuchan relatos de vivencias donde el alcohol fue protagonista.
“Quique” sabe que la consigna de no flaquear es necesario mantener con mucho temple y coraje, que es posible salir y que es necesario hacerlo; por eso en cada mensaje, en cada palabra y sin pretender ser ejemplo, sin buscar herir a los otros en sus historias de vida, en sus ganas de no claudicar muestra a propios y extraños que aún y a pesar de todo resulta importante: “Volver a empezar”.
Desde una larga y tortuosa carrera alcohólica, deja en sencillas palabras un mensaje que cada vez resulta más necesario escuchar:
“La primera” resulta fácil y tentadora… sin embargo: “la última copa” puede convertirse en eterna, dolorosa y hasta mortal.
Las manos temblorosas, la voz intentaba ser firme y convincente; mientras la gente esperaba del otro lado impaciente.
Las recetas buscaban respuestas y aquel hombre que debía darlas no las tenía, tampoco para enfrentar las secuelas de una adicción que a diario lo sometía, que ya no podía disimularse.
Primero fue en la casa paterna, luego la historia se trasladó a la propia, capítulos que se repetían día a día, que buscaban ocultarse, que encontraban aliados en esos otros que eran parecidos en el tránsito constante de mesas y mostrador, de vasos constantemente vacíos.
Las voces se convertían en in entendibles y su rutina de bebedor comenzaba a carcomer ilusiones, a crear fantasmas, a proponer un rumbo equivocado: sin metas fijas, con tropiezos y reproches.
En la sobriedad que llegaba en cuenta gotas, surgía clara sobre su piel oscura la vergüenza, mucha vergüenza...
Una esposa convertida en compañera, soportando horas que fueron extremadamente difíciles, una familia que intentaba contener y él que seguía sin entender lo que sucedía a su lado, sin poder encontrar momentos de lucidez para enfrentar la más atroz de las pesadillas.
Algunos miraban sus pasos desprolijos e inseguros, otros se permitían aconsejarlo; había también manos que surgían amigas levantándolo en la caída.
Aunque casi siempre aquellos salvadores no resultaban gratos y muchas veces emprendía contra ellos y en la huida buscaba otra vez refugio en el alcohol, liquido dominante de cada momento que transcurría, que primero propiciaba felicidad, luego incertidumbre y casi siempre al final de la jornada: llanto, tristeza y promesas de un nunca más que pronto se olvidaba.
La paciencia de los otros comenzó a perderse, las exigencias en la casa, los amigos y el trabajo marcaron preocupación.
Fue entonces que inició el camino largo del retorno, con dudas y muchos temores, hasta con desconfianza y con un cúmulo de preguntas: ¿Por qué contarle a otros lo que me pasa? ¿Encontraré soluciones? ¿Quiénes son ellos para entregar mi intimidad?
Eran alcohólicos y anónimos, había nombres solamente y un enemigo en común que debía vencerse, historias parecidas y distintas, momentos tensos y otros muy tranquilos.
Pero era muy largo el camino, retornar no era tarea sencilla. Siempre al acecho, como esperando la caída: el alcohol invitaba a disfrutar sus placeres, sin responsabilizarse por sus dolores.
Pero debía encausar una vida plena de derroches, resarcir la deuda con los suyos y consigo mismo.
Lentamente surgieron los cambios, recuperó la expresión, las ganas, aprendió a conocer primero y a valorar después a ese puñadito de sentimientos que siempre estaban, que esperaban y que ansiaban ser una familia plena.
Venció en la batalla inicial, consciente que la lucha es de todos los días, que el nunca más se pone a prueba con cada hoja que el calendario inaugura, pero también que volver al pasado significa un camino sin retorno.
Y fue así que recuperado interpretó el mandato y el compromiso de servir; decidió contar de las vicisitudes de su existencia, mostrar a los otros los efectos nocivos del alcohol, hablarle a los pibes desde la sinceridad, sin reproches, sin arrogancia, sin intentar imponer.
Buscó perfeccionarse mediante cursos, charlas y talleres para ser solidario, para contribuir a la sociedad desde su experiencia, con los relatos descarnados de una carrera que estuvo a punto de vencerlo.
Sabe hoy que no puede flaquear, que su responsabilidad de padre es mayor y que ya no está Rosa, la compañera de tantos días oscuros, la misma que una cruel enfermedad para siempre se llevó.
Debe seguir el derrotero con la humildad de sus acciones, poniendo el hombro, voluntad y mucha perseverancia. Lo hace con una sonrisa que le da particular expresión a la piel morena de siempre.
Enrique “Quique” Auday, alguna vez gambeta y desborde por la punta izquierda y con la camiseta del rojo; de blanco muchas veces en la Farmacia de Arcaute; hoy pedaleando ilusiones, acompañando a otros, consolando, siendo padre para sus hijos, esos que tardó en conocer o amigo para aquellos que escuchan relatos de vivencias donde el alcohol fue protagonista.
“Quique” sabe que la consigna de no flaquear es necesario mantener con mucho temple y coraje, que es posible salir y que es necesario hacerlo; por eso en cada mensaje, en cada palabra y sin pretender ser ejemplo, sin buscar herir a los otros en sus historias de vida, en sus ganas de no claudicar muestra a propios y extraños que aún y a pesar de todo resulta importante: “Volver a empezar”.
Desde una larga y tortuosa carrera alcohólica, deja en sencillas palabras un mensaje que cada vez resulta más necesario escuchar:
“La primera” resulta fácil y tentadora… sin embargo: “la última copa” puede convertirse en eterna, dolorosa y hasta mortal.
2 comentarios:
realmente es admirable y muy elogioso la tarea que desarrolla Quique,quiero agradecerle por sus hermosas charlas que da contando sus vivencias tal cual fueron.Un abraza muy grande y segui adelante porque realmente sos un ejemplo para nuestra juventud.
SOLO QUIEN HA PADECIDO EL INFIERNO, PUEDE AYUDARTE A NO ENTRAR EN ÉL.
LA LABOR DE QUIQUE ES DIGNA DE FELICITAR, SIEMPRE ESTÁ PARA AYUDAR.
SOLIDARIA Y GRATUITAMENTE.
GRACIAS QUIQUE.
Publicar un comentario