"Poco puede hacer en el mundo aquel que no se sabe amado"
Vuelven las palabras de José Martí en una conversación con alguien que dirige un centro infantil que dice, con los ojos llenos de lágrimas: -Necesitamos una política más amorosa.
Pero, ¿quién puede amar a esas niñas y niños llenos de mocos, con el pelo enredado, las manos frías, los ojos con furia, el hambre? ¿Quién es capaz de amarlos?
Hijas e hijos de madres y padres también abandonados del amor; hijas e hijos del egoísmo de una sociedad que defiende sus frágiles seguridades, una paz cercada por la indiferencia hacia los que sufren, aunque sean niñas y niños, la continuidad de nuestra sangre.
Una política, unos políticos capaces de amar, de acercarse al otro, de escucharlo, de conmoverse por su dolor.
¿Estamos pidiendo lo imposible?
Los jueces que dictaron la sentencia a Grassi, ¿llevarían a sus hijos y nietos, esos seres que aman, a que crezcan en la fundación Félices los niños, a que se eduquen bajo la mirada de quién ha sido declarado culpable de abusar de menores?
Cada funcionario, cada dirigente de la Iglesia Católica que hace silencio, que permanece inmóvil en su oficina, en su silla, en sus leyes, resguardado en lo que le incumbe, en su responsabilidad directa, ese cerco de lo posible, avala la injusticia.
No fue el acto aislado de un tribunal cobarde que no se atrevió a enfrentarse al poder.
Este acto se inscribe en la serie de abandonos, desamores, a los que están sometidos todos los días miles de niñas y niños, los más débiles, los más pobres.
En América Latina, de cada tres pobres, dos son niños o adolescentes.
Niñas y niños de América Latina, niñas y niños de Coronel Dorrego:
Expuestos a la violencia dentro y fuera de sus hogares, en el vacío de un discurso que dice protegerlos pero mira para otro lado cuando los ve deambular por la calle, ser explotados sexualmente, trabajar a costa de su educación y de su salud, enfermarse, ser golpeados, mentidos, mal alimentados, excluidos del mundo confortable de la tecnología y el desarrollo, últimos en el reparto del presupuesto…en América Latina, en Coronel Dorrego.
Y sin embargo, son ellos la única riqueza que tenemos, en ellos vamos a seguir habitando la tierra, construyendo nuestra civilización, nuestros libros, nuestras máquinas, nuestros sueños.
¿Pero quién está dispuesto a amar a estas niñas y niños? ¿Qué político en campaña podrá hacerlo?
Necesitamos una política humanizada, sostenida en el amor que siempre pide lo imposible.
Decimos el amor, que probemos con el amor, porque la razón hace tiempo que parece cómodamente instalada en la lógica del capitalismo, del mercado, de la asignación de recursos, todas materias ajenas a la infancia.
Las niñas y los niños necesitan el coraje de pedir lo imposible, no hay cambio, no hay esperanza sin un sueño de otro mundo más justo, más igualitario, más bello.
Abrir el cerco de lo posible a la urgencia de lo imposible, aquello que decía Gabriela Mistral:
Estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas; pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia. Descuido de las fuentes de la vida. Muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar. El niño, no. Él está haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos. A él no se le puede responder: Mañana. Él se llama. Ahora
Y que los platos los lave otro
Martes 16 de junio de 2009
Vuelven las palabras de José Martí en una conversación con alguien que dirige un centro infantil que dice, con los ojos llenos de lágrimas: -Necesitamos una política más amorosa.
Pero, ¿quién puede amar a esas niñas y niños llenos de mocos, con el pelo enredado, las manos frías, los ojos con furia, el hambre? ¿Quién es capaz de amarlos?
Hijas e hijos de madres y padres también abandonados del amor; hijas e hijos del egoísmo de una sociedad que defiende sus frágiles seguridades, una paz cercada por la indiferencia hacia los que sufren, aunque sean niñas y niños, la continuidad de nuestra sangre.
Una política, unos políticos capaces de amar, de acercarse al otro, de escucharlo, de conmoverse por su dolor.
¿Estamos pidiendo lo imposible?
Los jueces que dictaron la sentencia a Grassi, ¿llevarían a sus hijos y nietos, esos seres que aman, a que crezcan en la fundación Félices los niños, a que se eduquen bajo la mirada de quién ha sido declarado culpable de abusar de menores?
Cada funcionario, cada dirigente de la Iglesia Católica que hace silencio, que permanece inmóvil en su oficina, en su silla, en sus leyes, resguardado en lo que le incumbe, en su responsabilidad directa, ese cerco de lo posible, avala la injusticia.
No fue el acto aislado de un tribunal cobarde que no se atrevió a enfrentarse al poder.
Este acto se inscribe en la serie de abandonos, desamores, a los que están sometidos todos los días miles de niñas y niños, los más débiles, los más pobres.
En América Latina, de cada tres pobres, dos son niños o adolescentes.
Niñas y niños de América Latina, niñas y niños de Coronel Dorrego:
Expuestos a la violencia dentro y fuera de sus hogares, en el vacío de un discurso que dice protegerlos pero mira para otro lado cuando los ve deambular por la calle, ser explotados sexualmente, trabajar a costa de su educación y de su salud, enfermarse, ser golpeados, mentidos, mal alimentados, excluidos del mundo confortable de la tecnología y el desarrollo, últimos en el reparto del presupuesto…en América Latina, en Coronel Dorrego.
Y sin embargo, son ellos la única riqueza que tenemos, en ellos vamos a seguir habitando la tierra, construyendo nuestra civilización, nuestros libros, nuestras máquinas, nuestros sueños.
¿Pero quién está dispuesto a amar a estas niñas y niños? ¿Qué político en campaña podrá hacerlo?
Necesitamos una política humanizada, sostenida en el amor que siempre pide lo imposible.
Decimos el amor, que probemos con el amor, porque la razón hace tiempo que parece cómodamente instalada en la lógica del capitalismo, del mercado, de la asignación de recursos, todas materias ajenas a la infancia.
Las niñas y los niños necesitan el coraje de pedir lo imposible, no hay cambio, no hay esperanza sin un sueño de otro mundo más justo, más igualitario, más bello.
Abrir el cerco de lo posible a la urgencia de lo imposible, aquello que decía Gabriela Mistral:
Estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas; pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia. Descuido de las fuentes de la vida. Muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar. El niño, no. Él está haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos. A él no se le puede responder: Mañana. Él se llama. Ahora
Y que los platos los lave otro
Martes 16 de junio de 2009